Tras el descanso veraniego en el que no he tenido tiempo de escribir me dispongo a retomar mis escritos. Os preguntaréis cómo siendo descanso no he tenido tiempo de escribir. Los que me conocen sospecharán, llegando a este punto, que me refiero a descanso con toda la ironía del mundo. O sea, que no he descansado nada.
Pero el verano ha sido fructífero porque ahora ya estoy preparada para la siguiente etapa de mi vida. Ignoro todavía cómo será pero ya me iré dando cuenta. Totalmente ubicada en mi nuevo destino, al que llegué hace ocho meses, ya es hora de dar un paso adelante. No me refiero solo a temas laborales, también personales. Mientras encuentro trabajo me dedicaré a terminar todos los escritos que tengo empezados, que ya es hora.
Mientras tanto una reflexión de esta cabra loca.
Últimamente me ha dado por pensar que no reconozco algunas etapas de mi vida, es como si alguien me las hubiera cambiado por otras totalmente desconocidas. Es una extraña sensación. He reflexionado mucho porque se me han caído algunos pilares en los que me sostenía desde siempre. Es posible que a todos nos pasen cosas parecidas. He descubierto que las personas cambian.
Es posible que las personas no cambien tanto como pensamos a veces, lo que ocurre es que hay etapas en la vida que nos ayudan a conocer mejor a esas personas. Es como si cayese el velo que les cubría el rostro. Un rostro no tanto oculto en si mismo como desconocido. No conocíamos a esas personas en la totalidad, tan solo veíamos lo que queríamos ver o lo que nos enseñaron a ver desde que éramos niños.
La vida que ante todo es enseñanza, un buen día decide que ha llegado la hora de saber cómo somos en realidad. De saber cómo son en realidad los que nos rodean. Es posible que no nos guste lo que descubramos porque será como ver desaparecer ante nuestros ojos nuestro pasado o parte de él. Será como sentir que nos han cambiado la vida de la noche a la mañana. Porque al ver que las personas con las que hemos convivido recuerdan el pasado de manera diferente a la tuya, no podremos evitar hacernos preguntas, porque llegaremos a pensar que quizá no hemos vivido lo mismo, aún habiendo compartido el mismo techo.
Está claro que cuando esta experiencia pasa ante nuestros ojos, lo que debemos hacer es un profundo análisis para despojar de la paja lo que en verdad importa. Como cuando desenvolvemos un regalo valioso, cuidadosamente empaquetado y envuelto con esas virutas de madera para que no se rompa. Y después de varias capas de paja y papel de seda finalmente encontramos un regalo.
Ocurre a veces que nos entretenemos tanto en el envoltorio que cuando llegamos al interior ya no queda nada. Porque hay regalos que no duran siempre y al envejecer dentro de los envoltorios quedan en nada. Imaginar por un momento que el regalo es un cesto de fresas que no duran eternamente. Si tardamos demasiado a quitar los envoltorios que nos impiden llegar a ellas puede pasar que al final nos encontremos con fresas podridas. Lo mismo pasa con la vida, nos demoramos tanto en solucionar los problemas que cuando llegamos al final del envoltorio nos encontramos con lo que queda y no con lo que pudo haber sido, unas fresas magníficas que se pudrieron cansadas de esperar a que nos deshiciéramos de la paja que las cubría. Los sentimientos son como esas fresas, que si tardas en llegar a ellos es posible que cuando lo hagas no quede nada.
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