miércoles, 31 de octubre de 2007

Una tormenta tropical


Hace unas horas, una tormenta tropical, ha provocado fuertes inundaciones y otros daños en la República Dominicana. Ha habido muertos, heridos, casas destrozadas (si se les puede llamar casas). Yo visité la R.Dominicana hace diez meses y me sorprendieron las condiciones en que viven muchos dominicanos;las casas de los poblados dejan mucho que desear, los salarios son de miseria. Ellos viven, mayoritariamente, del turismo; esperemos que con esta tormenta los viajes previstos no se anulen. En Punta Cana conocí a una dominicana que llamó mi atención por lo trabajadora que era y por la exquisitez de su trato con nosotros, atendía una de las cafeterías del hotel Catalonia Bávaro, se llama Graziela y tiene una hijita de corta edad, espero que se encuentren bien, desde Biescas les envío un fuerte abrazo. Seguro que volvemos. Hasta siempre

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martes, 30 de octubre de 2007

Brindis entre la nieve (relato)





Ha transcurrido mucho tiempo desde que aquellas vacas nos acorralaron en lo alto del Puerto aquel día de Junio. Pero, como él es como es, no ha podido evitar la tentación de verse metido en otros sucesos "majicos". Tan majos como cuando el lada nos dejó tirados en medio de la nieve. Los hechos ocurrieron de la siguiente manera.
"Transcurría el mes de Febrero y a pesar de que hacía frío por causa de las recientes nevadas, no se le ocurrió cosa mejor que invitarme a dar un paseo por el monte en su cuatro por cuatro. Así que cuando salí de trabajar, porque claro él seguía sin dar golpe, a eso de las cuatro de la tarde me propuso irnos monte arriba para ver un paisaje que conocía y que era maravilloso.
Acepté, porque me encanta el monte, aunque me pareció que era algo tarde, ya que en Febrero anochece a eso de las seis de la tarde, pero ante su insistencia no me pude negar. Él puso algo en la parte trasera del vehículo, que hasta mas tarde no supe qué era; a continuación iniciamos la marcha. Hasta aquí todo iba bien.

LLegamos a la verja donde comienza la pista que habría de llevarnos al mágico lugar. Comenzamos el ascenso por entre piedras, pedruscos, baches, ramas y demás cosas maravillosas que hay en los caminos de los montes. Como he dicho antes, había nevado hacía pocos días y todo estaba precioso. ( La verdad es que mi amigo tiene ideas geniales).

Después de unas cuantas curvas, saltos, botes y sobresaltos, cuando ya empezaba a tener la espalda y el trasero algo doloridos, la nieve comenzó a hacerse mas espesa y su grosor preocupante. Yo me inquieté algo pero mi amigo me tranquilizó "no te preocupes que vamos en todo terreno". Así, que como le tengo una fe ciega, dejé de preocuparme y seguimos hacia arriba.
Nos encontramos con otro vehículo que, misteriosamente, tomó una pista que descendía mientras nosotros seguíamos subiendo (eso me hizo pensar). Le dije que sería mas seguro descender en lugar de subir, pero claro, como es mas terco que una mula, prefirió seguir adelante.
La nieve era cada vez mas espesa y abundante (hasta un punto preocupante diría yo), pero como le veía tan decidido me callé. Estábamos rodeados de pinos por todas las partes, hermosos pinos cubiertos de nieve. La pista cada vez era mas sombría y el grosor de la nieve bastante abultado. No se veían huellas ni de animal, ni de persona. De nuevo eso me hizo pensar. Comencé a preocuparme. El vehículo hacía ruidos raros, como si por debajo se rozara con algo.

De repente se quedó parado y si la memoria no me falla me atrevería a decir que las ruedas se quedaron suspendidas en el aire, mientras que la panza de vehículo se apoyaba sobre la nieve. Nos habíamos quedado atascados.
¡Ya le podía dar marcha al motor ya! que como no saliera volando lo teníamos francamente difícil.
Después los dos descendimos del cuatro por cuatro y nos pusimos a mirar alrededor, como queriendo encontrar una rama lo suficientemente grande como para sacarnos del atolladero. Pero en eso estaban pensando las ramas, en dejarse ver, con lo abrigaditas que estaban debajo de la gruesa capa de nieve.
Después de hacer varias intentonas sin éxito, mi amigo se dirigió a la parte trasera del coche, levantó el portón y sacó algo. Pensé que había ido a buscar alguna herramienta que nos sirviera de ayuda. Pero estaba equivocada. Cuando ví lo que llevaba en las manos me quedé atónita. Se dirigió hacia a mi y me ofreció una copa de esas para beber cava, pensé que se estaba yendo del bolo pero no. En la otra mano, que escondía tras su espalda, llevaba una botella de cava. Ante mi sorpresa llenó mi copa, me propuso un brindis por el paseo maravilloso y, aunque no conseguimos llegar al lugar previsto, nos sentimos satisfechos de poder contemplar aquel paraje. Por supuesto, los árboles seguían escondidos bajo la nieve, pero en ese momento eso no importaba mucho. Después hincamos la botella en la nieve, que se convirtió en una cubitera improvisada y perfecta.


A todo esto las ya débiles luces de la tarde estaban empezando a ceder el paso a la oscuridad y, como no era nuestra intención quedarnos tirados en aquella pista ( por supuesto que no se nos había ocurrido coger una linterna), nos terminamos de beber la botella de cava (y claro, sin comer nada, a mí me estaba empezando a hacer efecto, no solo por las ganas de hacer pis, sino por la risa que me entró y la juerga que llevaba encima) y nos rendimos a la evidencia poniéndonos a caminar, esta vez monte abajo; porque abajo, muy abajo quedaba Biescas, donde vivíamos.
Yo por lo menos llevaba botas pero él llevaba zapatos de vestir ¡así que imaginar el numerito!. A mi solo de pensar lo que nos había ocurrido, me entraba la risa y bajé durante todo el rato soltando la carcajada. Él se reía al verme mientras seguíamos caminando (menos mal que era cuesta abajo). Con tanta risa y cachondeo a dos por tres me entraban ganas de hacer pis, así que a dos por tres montando numeritos en la oscuridad mientras él se carcajeaba a mi costa.

Después de caminar durante una hora y media (seguíamos riéndonos por supuesto) llegamos a Biescas sanos y salvos (aunque claro, como el oso pardo está extinguido, las probabilidades de que nos pasara algo eran mínimas, y si no para eso le tenía a él que seguro que hubiera vuelto a salvarme como cuando me protegió con su cuerpo de aquellas enormes vacas).
Dos semanas mas tarde, cuando la nieve se había derretido bastante, tuvimos que recorrer el mismo camino a la inversa, o sea, subimos caminando hasta donde se había quedado el vehículo (por voluntad propia) para poder recuperarlo. Y allí estaba esperándonos, como si tal cosa, impasible en medio de la pista forestal sano y salvo. Ya solo fue cuestión de un par de maniobras (hechas por mi amigo que es muy agudo) y salió del atasco rápidamente.
Así que, satisfechos por aquello, nos volvimos a Biescas y tengo que decir que después de un año, todavía seguimos contándolo. Desde entonces me pregunto a menudo cuál será nuestra próxima aventura. Y de una cosa estoy segura, que las contrariedades no consiguen jamás que dejemos de disfrutar de las pequeñas cosas de la vida.

Sofía Campo Diví





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domingo, 28 de octubre de 2007

Una hora más o menos



Estamos en el último fin de semana de Octubre, lo que significa que esta noche hemos retrasado los relojes una hora, por la consabida reducción del gasto de energía. Al menos eso dicen los que inventaron este cambio tan drástico del tiempo. No puedo investigar todo el mundo, pero es fácil deducir que a partir de hoy, hay millones de hogares que, por la mañana encenderán la luz una hora mas tarde, pero por la noche , lo harán una hora antes. ¿Dónde está pues el ahorro?. Y sin embargo, donde tienen que controlar el gasto de energía, no lo hacen. Por ejemplo, todavía hoy, en miles de hogares, hay sistemas de calefacción sin termostato individual, lo que significa que para mantener calientes los pisos superiores, en los inferiores hace tanto calor que hay que abrir las ventanas, con la consiguiente pérdida de energía. Y esto por decir solo un ejemplo...que hay muchos mas.

Lo que no compensa de manera alguna es que miles de bebés, ancianos, enfermos vean alteradas sus costumbres en una hora. Porque este cambio les perjudica y severamente. Incluso a los que no estamos en ninguno de esos grupos, nos afecta.

A ver, si de una vez por todas, los gobiernos miran más a las personas que a sus intereses. Porque estoy convencida de que esto del cambio horario, no es un simple argumento para el ahorro de energía......

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viernes, 26 de octubre de 2007

La Carta (relato)



La mirada ausente de Iván y su postura sobrecogida explicaban con exactitud el momento por el que estaba atravesando. Aquella carta, que guardaba apretujada entre las manos, le había impresionado de tal manera que no podía contener el sollozo, que le salía desde lo mas profundo de su corazón.
Se preguntaba una y mil veces por qué no había conocido antes la existencia de aquella carta; que de ser así su comportamiento hubiera sido muy distinto. Ahora, que la había leído y releído hasta la saciedad, era demasiado tarde. Tarde para enmendar tantos errores injustificados, para pedir tantas disculpas, para dar tantos abrazos. La persona que la había escrito, había fallecido hacía unos meses sin tener la oportunidad de entregársela. Y ahora, reuniendo fuerzas para recoger sus pertenencias, se había dirigido a la casa, en la que vivió algunos años, encontrando aquel mensaje encima de una de las mesitas de noche.

En el primer momento no podía salir de su asombro y aunque pensó que quizá se trataba de una carta de despedida, conforme iba leyendo se iba dando cuenta de que no era así, aquella carta había sido escrita mucho antes de su fallecimiento. Por el encabezamiento no cabía duda de que iba dirigida a él.

"Querido Iván:
El paso de los años nos ha distanciado, aunque no físicamente, si en lo mas interno de nuestros corazones. Es posible que no hayas logrado asimilar mi comportamiento y las decisiones que me vi obligada a tomar hace tiempo. De repente un día me di cuenta de que las alegres sonrisas de niño se habían transformado en ti en huraños comportamientos que no acababa de entender. Cada día me preguntaba por la causa de tus acciones, pero no lograba saber en qué momento exacto habían comenzado. Es posible que se fueran fraguando poco a poco sin que ni tú ni yo nos diéramos cuenta, hasta que el proceso estuvo muy avanzado.
Dejaste de abrazarte a mi cuello con la frecuencia que solías hacerlo, hasta que un día descubrí que esos abrazos habían desaparecido por completo. No quiero que pienses que te lo reprocho porque yo tampoco estaba exenta de culpa. En aquellos momentos estaba atravesando el peor momento de mi vida y tú eras todavía pequeño para entenderlo. Por ello también me volví una mujer seria y triste, porque el agobio de los problemas que teníamos no me dejaba ni un atisbo de tranquilidad. Te veía crecer y conforme pasaba el tiempo me daba cuenta de que te me estabas yendo de las manos.


Y aunque entendía que también era difícil para no me resignaba a creer, que no eras capaz de prestarme un poco de apoyo. Pero un día comprendí que no hubieras podido hacerlo, aunque hubieras querido, porque en aquellos días caminabas por la cuerda floja debido a tu comportamiento y a las malas compañías, con las que solías compartir la mayor parte de tu tiempo.
Aquellos abrazos que me dabas de pequeño se volvieron puñaladas en el corazón y bofetadas en el alma. Pero ahora, que ha pasado el tiempo, es posible que no recuerdes todo aquello; y eso será buena señal; porque querrá decir que no sentías lo que me decías. Yo siempre pensé que era así.
Ha pasado mucho tiempo desde aquello y las dificultades que rodeaban tu vida han desaparecido. Has luchado por salir adelante y estoy orgullosa de . Y aunque pasaste días amargos, quedan lejos ya; por fin comienza a salir el sol en nuestras vidas. Por eso quisiera decirte ahora, que todos estamos mas relajados y felices, todas aquellas cosas que no te dije de niño.
Muchas noches, cuando dormías, entraba en tu habitación para ver la expresión de tu carita inocente y feliz. Me preguntaba qué clase de sueños tendrías porque si tu imaginación era grande de día, no me hacía una idea de cómo sería de noche. Pero seguro que soñabas con dinosaurios, porque ¿sabes una cosa? te encantaban. Los tenías de todos los tamaños. Seguro que soñabas con cochecitos, que se contaban por cientos esparcidos por toda la casa. Seguro que soñabas con un mundo mejor, que yo no te podía dar en aquella época; luego te besaba en la mejilla, te acariciaba y te arropaba con ternura.

Yo no era una mujer cariñosa y he pensado muy a menudo, que debería haberte besado en muchas más ocasiones. Que debería haberte dicho lo mucho que te quería, lo orgullosa que estaba de . Pero me callaba, porque el peso de los problemas se me había apoderado y el cansancio de la lucha cotidiana, había hecho estragos en mí.

Por eso ahora, que la vida se me escapa de las manos, no quiero irme sin haberte dicho antes tantas cosas que no te dije. No recuerdo haberte dicho nunca lo mucho que te quiero, que eres una gran persona, que tu fortaleza ha vencido las dificultades y que estoy muy orgullosa de . Que eres un luchador y que por ello triunfarás en lo que te propongas. Que he olvidado esos malos momentos que atravesamos, porque las ilusiones que ahora nos rodean nos han devuelto la alegría de vivir. Gracias por seguir adelante, por no desfallecer nunca y por tener esperanza en la vida. Yo nunca perdí la esperanza de que sería así ¿sabes por qué?. Porque tienes un corazón grande y unos sentimientos profundos que acabarían conduciéndote por el buen camino.
Ha salido el sol en nuestras vidas y ese pasado tan amargo queda lejos, enterrado en lo mas profundo de algún lugar. Gracias, hijo mío, por haber llegado hasta aquí. Gracias por conseguir ser feliz. Gracias por todo lo que has logrado. Gracias por haberme guardado un rincón en tu corazón.

Espero que algún día leas esta carta y cuando ese día llegue no quiero que pienses que ha sido demasiado tarde. Yo siempre confié en ti y supe lo mucho que me querías. Y con la misma seguridad creo que me has querido siempre con todo tu corazón. Recibe con esta carta todos los besos que no te dí, todos los abrazos que debí darte y, como siempre, todo el cariño de mi corazón.
Tu madre."


Los ojos de Iván estaban arrasados por las lágrimas y, como ella le había pedido en aquella carta, no quería pensar que era demasiado tarde. En el fondo de su corazón se sentía muy feliz y sabía que su madre tenía razón. Y como si su infancia pasará ante sus ojos, recordó todas aquellas cosas que acababa de leer en la carta. Y de una manera especial aquel sueño que tenía muchas noches, cuando veía a su madre entrar en la habitación y mirarle durante mucho rato, cuando ella le besaba en la mejilla y le acariciaba dulcemente, arropándole después. Cuántas veces al despertar por la mañana se preguntaba qué pensamientos pasarían por la cabeza de su madre, cuando en sus sueños le miraba tan fijamente.
Aquella carta le estaba dando la respuesta.
Y era verdad que soñaba con dinosaurios y cochecitos de todas las clases. Era verdad que soñaba con un mundo mejor.
Había quedado impresionado por la lectura de la carta y decidió que volvería otro día para recoger la casa, cerró con cuidado la puerta de la habitación, de pronto le pareció que algo de su madre descansaba en su interior; salió de la casa y mientras bajaba las escaleras iba dando vueltas a todo que había leído y se sentía feliz. Era verdad que había salido adelante, aunque hubo un momento en su vida que pensó que no lo lograría. Pero había habido algo que le había dado fuerzas. Muy a menudo cuando se metía por derroteros poco recomendables su madre le decía "tienes que salir de ahí, hijo mío"
Aquellas palabras le habían hecho eco en su interior durante toda su vida porque eran algo mas que palabras, en aquella frase él estaba escuchando a su madre decirle lo mucho que lo quería y lo orgullosa que estaba de él. Era curioso, pero todas las veces lo había sentido así. Entonces comprendió que su madre le había dado mas besos y mas abrazos de los que ella misma pensaba.
Y ahora que sabía que era verdad y no un sueño que ella le visitaba cada noche, comprendió que quizá aquel detalle de su infancia, era el que le había salvado la vida.

Sofía Campo Diví



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jueves, 25 de octubre de 2007

La letra nacional

A veces cuando escucho las noticias, todavía me sorprendo a mi misma. ¡Como si no estuviéramos acostumbrados a temas de lo mas variopinto y rocambolesco. Resulta que a un grupo de personas (no sé bien cómo empezó la cosa), se les ha ocurrido la "genial" idea de ponerle letra al Himno Nacional.
Si yo hubiera compuesto el Himno me sentiría triste y ofendida. Yo creo que dicho Himno está bien como está y no necesita que lo recompongan con una letra añadida. No soy patriota (en el sentido estricto de la palabra) pero cuando escucho el himno, aunque no tenga letra, escucho muchas mas cosas, y no necesito que un grupo de personas le ponga una letra (que seguramente será subjetiva) para que yo me sienta orgullosa de ser española. Si me pidieran mi voto, votaría NO y desde aquí pediría a las autoridades competentes que no se carguen el Himno Nacional, porque si le ponen letra YA NO SERÁ EL MISMO.

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miércoles, 24 de octubre de 2007

Sueño de Águila (relato)





Me he despertado, como cada mañana, sin necesidad de oír el timbre de mi despertador. Al intentar ponerme en pié he descubierto con horror que los músculos no me respondían. Un extraño silencio lo invadía todo y, aunque había amanecido hacía rato, no podía oír el canto de los pájaros. Todo me parecía oscuro. Solo podía ver de una manera extraña, como a través de mis párpados.
No me dolía nada pero algo hacía que me inquietara y sin saber porqué he comenzado a sospechar que algo serio me estaba ocurriendo. Mi incertidumbre ha aumentado cuando he intentado moverme y no he podido ni ladearme sobre la cama. Era como si solo funcionara mi pensamiento y muy levemente, tanto que me parecía estar sobre las nubes.
He esperado durante mucho rato, ó al menos a mí me ha parecido un rato eterno, a que mi hijo se levantara y pudiera socorrerme. Así que cuando he sentido que se abría la puerta de mi habitación he respirado hondo, ó he creído que respiraba hondo. He sentido sus manos sobre mi rostro y los golpecitos que me ha dado no han servido para hacer que reaccionara o que volviera, si es que tenía que volver en sí.

Luego todo ha comenzado a dar vueltas y de repente me he visto correr como en una ladera, cuesta abajo sin poder detenerme. He tropezado y me he caído dando volteretas y mas volteretas. Al fin, cuando he podido frenar, me he dado cuenta de que no estaba sola. Alguien me observaba desde una zona mas alta de la ladera y me enviaba algo que acababa transformándose en un águila hermosa. Una extraña quietud me ha invadido. He mirado de frente el águila y he visto como se metamorfoseaba lentamente adquiriendo la forma de una mujer. Me ha invitado a sentarme sobre la hierba para conversar con ella. De repente me he sentido como si la conociera de toda la vida. La mirada de sus ojos me recordaban a alguien, aunque no podía saber a quién.

Hemos hablado durante un momento incierto cuya duración no recuerdo, pero lo que ha quedado grabado en mí es que me he sentido feliz, muy feliz. He mirado a la mujer de frente, directamente a los ojos y como en un film, he visto rodar mi vida.
No me lo podía explicar, pero sabía que algo extraordinario me estaba pasando. La mujer no era guapa, pero sus ojos eran bellos. Era una mirada serena, como sus palabras que apenas puedo recordar. Solo recuerdo que me miraba de frente.
Cuando le he preguntado quién era, se ha colocado junto a mi y tomando mi barbilla con su mano derecha me ha preguntado"¿a quien ves?.....a continuación ha vuelto a transformarse en águila y se ha alejado volando. La persona que estaba en la ladera ha extendido su mano y el águila se ha posado en ella.

Después un estrepitoso ruido me ha sobresaltado.....Las campanas de la iglesia estaban dando las siete.
El suave canto de los pájaros, como cada día, me ha regalado los oídos. Mi cuerpo ya no estaba frío y podía abrir los ojos perfectamente. He visto la claridad del nuevo día a través de la ventana....De pronto he recordado mi sueño y todavía me ha invadido ese bienestar tan raro. La sorpresa me la he llevado cuando al verme reflejada en el espejo, mientras arreglaba mi pelo, he mirado mis ojos y sin saber porqué, he visto reflejada en ellos la mirada de la anciana. Entonces me he dado cuenta de que la mujer de mi sueño era yo dentro de muchos años. He mantenido mis ojos fijos en el espejo mirando mas allá de mi pupila y he visto que un águila alzaba el vuelo. Su mirada era bella.....muy bella.


Sofía Campo Diví.


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martes, 23 de octubre de 2007

Feria con hambre


Acaba de finalizar la Feria de otoño en Biescas y los visitantes han dejado las calles vacías. Los actos, creo que han gustado a la mayoría. La animación, que ha vestido el pueblo en estos días , ha sido espectacular para lo que estamos acostumbrados. Los que trabajamos en hostelería nos hemos visto desbordados, pero al final de la jornada del Domingo, que clausuró la Feria, estábamos satisfechos.
Pero a mi modo de ver ha habido un defecto importante. El Ayuntamiento organiza eventos, pero a veces olvida las infraestructuras que son necesarias para llevarlos a cabo con éxito; me refiero al simple hecho de que no hay restaurantes suficientes donde los visitantes puedan comer. Los pocos que hay se ven desbordados de tal manera, que no pueden atender la demanda en totalidad. Yo le propondría desde aquí al ayuntamiento de Biescas, que el año que viene contrate un catering (que los hay muy buenos, que se encargan de todo, montan la carpa si es necesario, traen los alimentos y el personal para servirlos etc...), que además no sería demasiado caro ,ya que la gente abonaría su consumición. Es una pena que el mayor comentario de la gente sea "todo resultó muy majo, pero fue una pena que no pudimos comer" . Y verdaderamente es una pena. ¿Cómo van a volver al año siguiente?. Ya que queremos hacer las cosas bien, hagámoslas bien del todo ¿NO?.

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sábado, 20 de octubre de 2007

¿nos están distrayendo o qué?

A la vista de lo que escuchamos en la radio y leemos en la prensa, podríamos pensar que nuestros políticos nos están distrayendo y mientras tanto ¡vaya usted a saber en qué nos van a meter!. Me refiero al insípido tema sobre la pronunciación de la "Z" del presidente del gobierno. Hay que decir, que nadie lo ha dicho, que dicha pronunciación es una solemne falta de ortografía y que si escribe como habla ¡válgame Dios!. Yo conozco gente que con faltas menos graves, no superaron el acceso a la Universidad. Que no lo achaque a los genes ni a la pronunciación local, que si D. Tomas Buesa levantara la cabeza le iba a caer un soberano rapapolvo. Pero mientras nos ocupamos de la Z del presidente vaya usted a saber que lío estaran tramando que tanto están dispersando nuestra atención en tonterías.

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jueves, 18 de octubre de 2007

las vacas corren y algunas cosas divertidas...(relato)



Es un viernes cualquiera; son las ocho de la mañana y Rodrigo acaba de despertar sobresaltado. Un ruido estrepitoso le ha hecho dar un bote en la cama y (cualquiera diría que no está acostumbrado a este insólito despertar) como el que no quiere la cosa, se ha recostado nuevamente y se ha acurrucado entre las sábanas de su cama solitaria. Como cada día, a la misma hora, los obreros que trabajan frente a su casa acaban de empezar la jornada. Y curiosamente son los mismos que, durante el pasado verano, le veían zambullirse en la piscina de la urbanización mientras ellos sudaban la gota gorda. Que curioso. Es como si quisieran vengarse de ello y le despertaran adrede para pagar con ruido, el refrescante baño, a su vecino.
Pero Rodrigo casi ni se inmuta y enseguida consigue conciliar el sueño, probablemente, hasta las once de la mañana. Ya podéis hacer todo el ruido que queráis ya, parece que piensa mientras se da media vuelta y se abraza a su almohada.



A eso de las once, minuto arriba o abajo, cuando al volverse topa con el reloj y ve la hora que marca, decide levantarse y se dirige al baño mientras bosteza, igual que si solo hubiera dormido dos o tres horas. Desde luego parece que no ha dormido mas de seis o siete. Si alguien le viera en ese momento diría cualquier cosa menos que había dormido casi diez.

Nunca desayuna, si tomamos por desayuno el tradicional café con leche con la repostería de turno, pero no paséis pena que no pasa hambre el pobrecito. Y en cuanto a su silueta no es precisamente la de un hombre escurrido y delgaducho debido a la abstinencia matutina. Vamos que le sobran energías para estar sin desayunar dos meses enteros. Su barriguita respingona da buena fe de ello y, por cierto, bien orgulloso que se siente de ella. Ya llegará el mes de Agosto y la perderá casi toda, como cada año.


Cada mañana, como no desayuna, se permite el lujo de saborear su almuerzo, que consiste en embutido al gusto y algo más (que no falte el queso) y rebanada de pan de hogaza, con su cervecita o su vaso de vino (tinto por supuesto). Y, mientras toma el sol en la terraza de su piso, se dedica al placer de almorzar (que para eso se quedó sin desayunar). Y, por cierto, los obreros de la casa de enfrente siguen trabajando, que, seguramente, ya habrán almorzado a esa hora. Rodrigo sigue oyendo el ruido de la obra y parece no importarle. Al fin y al cabo, está tan ricamente tomando el sol en la terraza mientras ellos siguen sudando la gota gorda.











Serán las doce del mediodía cuando se dirige a su taberna. Es viernes y le toca trabajar (como a cualquier mortal). Así que se dispone a prepararlo todo con el fin de que no falte nada a la hora de abrir su establecimiento. Enciende la calefacción para calentar el local (que si no, los clientes no entran porque se pasman de frío), comprueba que todo esté bien colocado en las cámaras frigoríficas; las bebidas en su sitio, el barril de cerveza a punto, los solomillos en la nevera (en la primera fase de descongelación), los pinchitos en las fiambreras, las bolitas, el tomate , la cebolla (sobre toda la cebolla), el pimiento rojo para los bernardos (la especialidad de la taberna junto con las bolitas), las sardinas (por Dios me olvidaba de las sardinas, el plato estrella). Claro que, cuando sobran, ya no piensa que sean tan maravillosas, porque ve sardinas por todas las partes y, aunque a veces consigue deshacerse de algunas regalándolas a alguna amiga, la mayoría de las ocasiones se las tiene que merendar a ratos para que no se estropeen.

En fin que las dichosas sardinitas pasan de ser estrellas a estrellarse por los rincones de la nevera, de tanto que las mueve de un sitio a otro, hasta que finalmente opta por lo mas sencillo, hacerse una barbacoa con ellas (que también tiene una en el pisito) y por supuesto el olor de las sardinas llega hasta la obra de enfrente. Pero no es un hombre rencoroso y aunque no se acuerda de los obreros, ni ha hecho la barbacoa adrede para molestarlos, el caso es que el olorcillo seguro que revolotea por los chalecitos en construcción.
Pasan las horas y sobre las seis de la tarde se dirige a la pescadería para recoger el marisco, como lo llama él, consistente en sardinas (os he hablado de ellas ¿verdad?),berberechos, mejillón de roca y gambas para la plancha. Sobre todo que sea bueno, le dice a la pescatera. Que es algo exigente el chacalín y le gusta darle lo mejor a su clientela. Faltaría más.

A continuación se dirige a su querida Taberna y se dispone a prepararlo todo: las bandejas en el mostrador con un poco de cada cosa, montaditos, salmueras, pepinillos y por supuesto el marisco. Su ir y venir a la cocina (por llamarla de alguna manera) son una muestra de las horas que se le avecinan, que para dos días y medio que trabaja a la semana aunque se canse un poco no importa. Y algunos viernes son mortales por la cantidad de clientes que acuden al reclamo.

He olvidado comentar que Rodrigo tiene una empleada, algo así como una cocinera, al menos eso piensa ella y vamos a dejarle que sueñe y que piense que es el mejor chef de la cocina francesa, aunque la realidad es que para hacer lo que hace no han hecho falta muchos años de universidad ni mucho esfuerzo, porque la verdad es que, salvo raras excepciones, esforzarse no se esfuerza demasiado y anquilosada en hacer las mismas tapas de siempre no se ve con ganas de innovar, así que lleva mas de un año haciendo las mismas (faltaría mas que no hubiera aprendido a hacerlas). Lo que sabe hacer bien es hablar con los clientes, eso sí, si len caen bien porque si se le atraviesa alguno, pobrecito, que seguro que no levanta cabeza. Entonces su mirada simpática y agradable se transforma, cual mister Inclín, en un rostro gélido que es capaz de fulminar. Y si a alguien no afín se le ocurre entrar en la cocina, ya se puede preparar y rezar algo si sabe, porque seguro que lo asesina directamente, eso sí, con la mirada, que, para lo mal que suele expresarse habitualmente, con los ojos es capaz de escribir una enciclopedia con apéndice y todo. No lo sé pero desde que la conozco me recuerda a un viejo personaje de la literatura a quien llamaban La trotaconventos (¿por qué será?), es posible que algún día lo averigüe. Mientras tanto y por si acaso cuando quiera frecuentar la Taberna de Rodrigo me pondré ropa ignífuga, no sea que me prenda fuego y salga con alguna escocedura.

Cuando queda poco para que el reloj da las siete y media, y digo dar porque estamos en un pueblo de esos, que tienen Iglesia con campanas que tocan a todas horas. Pues, como decía, cuando el reloj da las siete y media, Rodrigo abre las puertas del establecimiento, se dirige al rincón de la música y selecciona los cedes que sonaran durante toda la tarde. Una música entrañable (casi siempre la misma música) de los años sesenta y setenta, que es la que aprecian sus clientes, que tienen una media de edad de unos cincuenta, y, claro está, ya tienen pagada la hipoteca y son los que pueden gastar en tapas mucho dinero. Desde luego Rodrigo no puede quejarse de clientela, porque es de lo mas selecta (y sibarita en algunos casos, por no decir fija) y en todos los casos adorable.

Cuando está trabajando, Rodrigo, es un perfecto anfitrión y le gusta atender a todos sus clientes con exclusividad, como si fueran los únicos, que eso les motiva mucho y siempre vuelven. Pero cuando el bar está lleno el pobre no da abasto y se tiene que multiplicar para atenderlos a todos, aunque sea con la lengua fuera y dando saltos por detrás del mostrador. Es verdad. No os he contado todavía lo de los saltos. Tendríais que verlo. Con pequeños saltitos cruza una y otra vez por detrás de la barra, para llegar aquí y allá. Se siente tan feliz que parece un niño que acaba de desenvolver el regalo, que le han traído los Reyes magos (porque seguro que sigue creyendo en los Reyes magos). Sus amigos le dicen que no va al bar sino para jugar con su juguete preferido, su taberna. Y es que juega el condenado como nadie y disfruta lo que no os podéis imaginar. Trabajas poco y encima te diviertes, le dice la gente, que c. eres, ó tienes un morro que te lo pisas (porque morro se lo echa todo pero con gracia, claro que sí).

En muchas ocasiones se dirige al otro lado de la barra y se pone a charlar con los clientes y con los amigos, porque es un excelente relaciones públicas. Es genuino y original. Recibe a la gente con un abrazo y si son chicas con un beso, que faltaría mas, con lo besucón que es.

Os preguntaréis qué hace el resto de la semana, cuando tiene cerrada la taberna, yo también me lo pregunto (es broma). La verdad es que su vida cotidiana no tiene nada de aburrida. Es algo hiperactivo, así que siempre encuentra mil maneras de ocupar su tiempo. Control de averías o desperfectos (es un perfecto chapuzas y sabe hacer de casi todo) porque lo mismo se instala unos ventiladores en el bar y se construye una chimenea que hace un plano de algún proyecto que se le ocurra sobre lo que sea (no importa).


Es algo maniático del orden y de la limpieza, le gusta cada cosa en su sitio y todo bien ordenado. Por supuesto también sabe poner la lavadora, tender la ropa y hasta
Planchar si es necesario. A veces plancha en la terraza, cuando es verano, vestido con un boxer (que luce piernas como nadie sabe) y si tuviera alguna vecina mirando seguro que ligaba. Pero la cuestión es que durante la semana no tiene vecinos (como muchos en este pueblo) y como no se le quede mirando alguno de los obreros de la obra de en frente (que en estos tiempos nunca se sabe, yo, si fuera él, tendría mas cuidado) lo va a tener difícil para que sus piernas dejen sin sentido a más de una (bueno, para ser sinceros, que ya tiene una amiga que ha perdido el sentido por sus piernas y otras partes de su anatomía).

Su casa parece cualquier cosa excepto la casa de un hombre que vive solo, por lo ordenada y escoscada que la tiene. El mismo se la decoró y mejor que el corte inglés, claro que sí. Cuando entras en ella encontramos un pasillo de cortas dimensiones pero bien aprovechado, hasta tiene una pared falsa donde guarda algunas cosillas. Tiene imaginación y muchas ideas, tanta que si buscáis la lavadora os llevará un rato encontrarla. La primera vez que le visité y me enseñó su casa me llamó la atención que no la veía por ninguna parte, ni el termo del agua caliente. Resulta que, como la puerta del comedor la tiene siempre abierta, ocultaba el rincón donde estaba colocada. Pero a los pocos días coincidió que vi cerrada esa puerta y comprobé que tras ella había dos pequeñas puertas, una sobre la otra, y le pregunté qué había allí. Y cual fue mi asombro cuando me respondió que la lavadora y el termo.


Todas las cosas las tiene perfectamente guardadas dentro de los armarios, cualquiera pensaría que se los había ordenado su madre. Claro que debe de ser natural en él ya que sus ideas las tiene igualmente ordenadas dentro de la cabeza. Recuerdo que en una ocasión me pidió que le ayudara a ordenar uno de esos armarios y cuando lo abrí y comprobé el estado de perfecto orden que allí reinaba, pensé que se había equivocado y que probablemente ya lo habría ordenado la víspera. Pero no. Y yo pensé: qué narices querrá ordenar si lo tiene todo perfecto. Vamos, mas perfecto que cuando yo acabo de hacer limpieza general.

Y por hablar de su tiempo de ocio podría contaros algo que nos pasó el mes de Junio durante una excursión por el Puerto. Había preparado una tortilla de patata y un poco de embutido para pasar un día tranquilo por los montes (hasta aquí todo bien). La cuestión fue que se nos ocurrió ir al Puerto que está a bastante altura, a tanta que ya no hay pinos y la vegetación se reduce a hierba verde que sirve de pasto para las vacas.
Había por allá arriba cientos de vacas pastando y veraneando tranquilamente, hasta que nos vieron, porque en el preciso momento que las observábamos, mientras descansaban junto a un abrevadero, se levantaron y comenzaron a correr hacia nosotros.



Ese día descubrí que las vacas son capaces de correr. Que están corriendo hacia nosotros (le grité a Rodrigo). Cómo van a correr (me respondió algo incrédulo). Y apenas terminó de decir esto prácticamente las teníamos a escasos metros. Entonces los que corrimos fuimos nosotros y cuando vimos que estaban a punto de alcanzarnos decidimos refugiarnos junto a una roca que estaba cerca.
Nos vino justo llegar a ella pero al final lo conseguimos. Respiramos hondo, pero no demasiado por si acaso. Y menos mal que fuimos cautos y no nos relajamos mucho porque justo después de la segunda inspiración ya las teníamos encima. Y no hablo en sentido figurado.

Nos acorralaron, como si se tratara de una especie de rito, mugían de un modo raro, como si estuvieran hambrientas y enfadadas. Hasta ese día yo no sabía (soy una mujer de ciudad) que una vaca podía mugir tanto, tan alto y tan cableada. Todas colocadas a nuestro alrededor (y el de la roca) no dejaban pasar ni una brizna de luz entre ellas, de modo que no teníamos escapatoria. Yo vestía ese día una camiseta roja y Rodrigo no hacía mas que decirme (tieso de risa por fuera y acojonadillo por dentro) que la culpa era mía por llevar esa camiseta. Pero yo, que recordé algo que había oído en una ocasión, le dije que las vacas y los toros (tampoco sabíamos si había algún toro entre esas vacas) no acuden al color rojo sino al movimiento. Así que le sugerí que estuviéramos quietos y callados.

De repente comenzaron a mearse (tampoco hablo aquí en sentido figurado) junto a nosotros y cual río caudaloso el líquido elemento comenzó a rozarnos las botas. Están delimitando su territorio, me comentó Rodrigo, que entendía tan poco de vacas como yo, pero no sé porqué me pareció que tenía sentido. Mientras yo permanecía acurrucada tras su brazo y él intentaba espantarlas. Todo hay que decirlo, se portó como un valiente.
Nos preguntamos sobre lo que estaba ocurriendo y esos minutos se nos hicieron eternos aunque no debieron ser mas de unos veinte. Tras ese tiempo, los mugidos comenzaron a suavizarse y nos pareció que las vacas desistían de lo que fuera, que no sabíamos qué era. Y se abrieron unos pequeños huecos por entre sus lomos, huecos por los que escapamos laderas abajo sin pensarlo dos veces. Cuando avanzamos bastante nos volvimos para observar y comprobamos que nos miraban a lo lejos aunque ya no se movían.

Entonces si que respiramos hondo unas cuantas veces y nos reímos de lo que acababa de ocurrir. Llegamos a la cabaña del pastor y le dijimos lo que nos había pasado, comentó que no eran furas y a continuación preguntó si llevábamos algo blanco. Yo llevaba una mochila de ese color. Y como quien resuelve el enigma mas fácil del mundo concluyó: les han confundido con los de la sal.



Nos explicó que periódicamente llevan sal a las vacas para que repongan sales minerales y beban agua. Por lo visto esta necesidad de sal les hace correr hacia ella cuando presienten que alguien se acerca con bolsas blancas para dejar el delicioso manjar sobre la roca, donde nos habíamos cobijado.

Los dos somos gente de ciudad así que desconocíamos este detalle, que no olvidaremos nunca y yo tampoco olvidaré, que al monte se va con cualquier cosa excepto con una mochila blanca (por si las vacas). Aquel día casi nos morimos de miedo, pero después nos hemos reído bastante al recordarlo. Y tengo que decir que por aquí toda la gente conoce este detalle porque cuando lo contamos todos responden: os habrán confundido con los de la sal. Hay que ver lo que supone ser de pueblo.

El caso es que así es como transcurre la vida de Rodrigo, una vida deliciosamente genial y tranquila. Y yo, que le he observado bastante, puedo decir que es un hombre satisfecho y feliz. Capaz de conformarse con cosas pequeñas y de disfrutar con lo mas sencillo. Algo me dice en mi interior que no siempre fue así, pero lo que importa es que ha conseguido lo que quiere y es feliz por ello. Algunas pequeñas nimiedades tienen que ver con eso: el pueblo tranquilo en que vive, su querida taberna, la paz interior, algunos amigos y, por si no os lo había dicho, sus queridos huevos fritos con patatas. Aunque el muy jodido también es capaz de cenarse una Lavinia, si se tercia y la ocasión lo merece, claro que si, que no hay que hacerle ascos a la buena cocina de vez en cuando, aunque solo sea para recordar lo buenos que están los huevos fritos o la tortilla de patata.

No le digáis nada si le veis, pero es que no sabe que yo sé que, cada vez que baja a la calle, es capaz de encontrar cualquier excusa para entrar en su taberna y dar una vueltecita por detrás de la barra, la cocina ó el almacén. Es como su juguete mimado. LO cuida, lo acaricia y le da cada minuto de cada hora de cada día. Y no sé la razón, pero cada vez que lo imagino trabajando, me vienen a la cabeza esos saltitos que da por detrás de la barra de su taberna, igual que un niño que acaba de estrenar unos zapatos. Tan feliz. Tan feliz. Tan feliz.

La gente lo aprecia, algunos lo envidian y la mayoría se dice para sus adentros: vaya morro que Rodrigo le echa a la vida. Alguien, incluso, se ha pedido a los Reyes Magos de este año una vida como la de Rodrigo. Pero no sé, no sé. Me da la ligera impresión que tanto Rodrigo como su estilo de vida son irrepetibles. Así que lo siento por los que sueñan ser como él. Además de ganas hay que echarle mucho estilo y para eso hay que valer.
Y estas son algunas cosas que puedo contaros de Rodrigo, pero os aseguro que podría escribir un libro sobre él. Porque no os he dicho la extraordinaria manera que tiene de escuchar cuando se le habla. Te mira fijamente a los ojos. El jodido debió de aprender eso cuando estaba en una de sus empresas. Y es capaz de atender hasta el más mínimo detalle. Es como si te psicoanalizara. Observador como ninguno es capaz de darse cuenta de todo, aso sí cuando está en actitud de hacerlo, porque cuando está disperso ó metido en su burbuja se evade como solo él sabe hacerlo.




Por supuesto que tiene defectos, como todo el mundo. Le gusta llevar la batuta y colocar las cosas en su sitio, pero en cambio muchas veces no sabe dónde ha colocado el móvil o dónde están las llaves de la taberna o de su casa, da lo mismo. Me he preguntado a menudo porqué no puede llevar ambas cosas en el bolsillo como el resto de los mortales, yo creo que no las perdería tanto.

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jueves, 4 de octubre de 2007

A Minuto y medio (relato)



Apareció después de buscarlo durante mucho tiempo, justamente debajo de la vieja cómoda, que había heredado de mi abuela. A menudo solía olvidar en que lugar había colocado aquellas cosas, que no deseaba que nadie encontrara. Y con tanto empeño las guardaba que luego ni yo misma era capaz de encontrarlas. Pero tarde o temprano acababan apareciendo en los lugares mas raros o en los sitios mas escondidos.
Mi vida no era muy ordenada. Demasiadas obligaciones: familia, trabajo. Demasiada prisa y muy poco tiempo para llevar a cabo todas aquellas tareas. Con bastante frecuencia pensaba que me gustaría que el reloj tuviera cuarenta y ocho horas. Pero hubiera sido inútil, seguramente, de ser así, también habría hecho corto.

Pues la misma mañana en que encontré el anillo bajo la cómoda, al tener que agacharme para recuperarlo, me di cuenta de que justo a su lado había un sobre amarillento, raído por el paso del tiempo y lleno de polvo y suciedad. Me llamó la atención y, pensando que era algo sin importancia, lo cogí con intención de echarlo a la papelera. Pero al ver que el sobre estaba cerrado no pude reprimir mi curiosidad y lo abrí para comprobar su contenido.


Era una carta que al parecer jamás había sido entregada al correo y por lo tanto no pudo llegar a su destino. La firmaba una tal Leonor, era todo lo que sabía. Pensé que seguramente la abuela sabría de quien se trataba. La abrí con sumo cuidado para no estropearla y, dirigiéndome a la salita, me puse cómoda para leerla atentamente.

Parecía que era una despedida, pero no iba dirigida a nadie en concreto. En ella escribía lo siguiente, intentaré transcribir literalmente su contenido para que juzguéis por vosotros mismos..

“Quiero contaros a cuantos querías escucharme los motivos que me han llevado a solución tan drástica. Pero deseo que por encima de todo intentéis comprenderme y no seáis demasiado duros juzgándome. No se trata de una decisión precipitada sino de algo que he meditado y planeado minuciosamente durante mucho tiempo.
Que nadie se sienta culpable ya que cada uno somos responsables de nuestros actos y en ningún momento nadie debe cargar con las consecuencias de las decisiones que toman otros.
Y a pesar de que dentro de unos días no lo entenderéis quiero haceros saber que por encima de todo amo la vida”.











Aquel escrito me había impresionado de tal manera que, desde entonces, se convirtió para mi en una especie de obsesión, que me acompañó durante mucho tiempo; hasta que un día, algunos años mas tarde, conseguí averiguar a que se refería Leonor cuando escribió aquello.

La primera vez que le pregunté a la abuela si conocía a la tal Leonor ésta se quedó asombrada, como si algo que hubiera desaparecido de su recuerdo volviera a apoderarse de él. Pero sin ninguna duda que la conocía y, al parecer, bastante bien por el lujo de detalles que me contó mas tarde.
Leonor era una mujer que había pertenecido a una familia que, lejos de considerarse pobre, nunca había nadado en la abundancia y había tenido que atravesar momentos muy difíciles en la vida.
Como mayor de varios hermanos había tenido que ayudar siempre en casa y su infancia no había sido precisamente fácil. Pero ella, a pesar de todo, siempre se consideró una niña feliz. Claro que, entonces, todavía no sabía la clase de vida que le esperaba.
Después de un corto noviazgo se casó con un hombre que no le convenía, aunque se dio cuenta demasiado tarde. El mismo día que celebró su boda, una bonita mañana de Abril, comprendió que se había equivocado. Pero ella, seguramente influenciada por la educación que había recibido, era de las que se casan para toda la vida. Todo en su matrimonio había comenzado mal y como si se tratara de un conjunto de premoniciones, todo hacía presagiar que aquello no tendría buenas consecuencias.
No tuvo un reportaje de boda, porque al fotógrafo se le rompió la cámara fotográfica y cuántas veces durante los años que siguieron recordó aquel incidente, que sería una mera casualidad, pero que no fue sino una muestra de todas las demás cosas, que se romperían mas tarde en su vida.

Es así como, influenciada por la presencia de un marido egoísta, ególatra y vicioso, poco a poco se fue sumergiendo en un abismo que la hundió en la mayor de las miserias interiores. Se odiaba a si misma por no haber sido capaz de darse cuenta a tiempo de la clase de hombre que era. Pero era tal la necesidad que tenía de salir del hogar paterno que, ciega ante todo, creyó que había amor donde ni siquiera hubo jamás ni una pizca de cariño. Y fue precisamente durante la noche de bodas cuando la agredió por primera vez obligándola a ser la protagonista de sus fantasías.

Pero pensó, como la mayoría de las mujeres, que le pondría cambiar y decidió seguir adelante. Pero no solo no cambió, sino que cada vez se acentuaban sus defectos un poco más y era ella la que, poco a poco, se iba transformando en una mujer arisca y triste. Y mientras la ilusión de su juventud se metamorfoseaba en desesperanza ante la vida, se hundía progresivamente en un pozo que cada vez era mas profundo.


La llegada del primer hijo supuso un respiro para ella que vio un escape para su tristeza y volvió a soñar que su vida recobraba el sentido. Pero lo que al principio era una esperanza no tardó en derrumbarse a los pocos meses, cuando descubrió que con un hijo por medio, todavía era mas cruel la convivencia con su pareja. Y no es que tratara mal al niño, pero inconscientemente estaba celoso y esto le hacía sentirse tan mal que se fueron acentuando sus vicios y, lejos de corregirlos, aumentaron de tal manera que convivir con él era un suplicio.

A este primer hijo siguieron dos más, que la mantuvieron entretenida algunos años y volcándose en ellos los metió con ella en una burbuja, consiguiendo así robarle instantes de felicidad a una vida demasiado triste. Pero aquella burbuja que al principio parecía tan segura, no tardaría en romperse arrastrándolos de nuevo hacia la realidad mas dura. Los años pasaron irremediablemente y aquel hogar, lejos de mejorar, cada vez era mas hostil.


Una mañana, sin saber bien como, encontró la energía que necesitaba para afrontar sus problemas y decidió que ya era hora de pedirle a su marido que abandonara el hogar, que llevaban compartiendo trece años. Sin trabajo y con tres hijos a su cargo comenzó una andadura pesada y difícil pero desde entonces nunca mas les volvió a faltar el desayuno a los niños. Porque aunque su marido tenía una buena nómina era un ludopata empedernido y con todo hacía corto a la hora de satisfacer sus necesidades. El hecho de perder a su mujer y sus tres hijos no cambiaron para nada sus actitudes ante la vida y siguió malgastando lo que ganaba, en lugar de cumplir con sus obligaciones de padre.

Leonor se volvió una mujer dura y se vistió con una armadura que, aunque pesada, le solucionaba muchas papeletas. Y cuando el desánimo se apoderaba de ella, le venían a la cabeza aquellos días en que no podía dar de desayunar a sus hijos y esto le hacía sacar fuerzas de flaqueza para seguir luchando.


No tuvo una vida fácil y la ausencia de momentos felices la hicieron especialmente amarga. Los fantasmas de su pasado, como solía decir ella a menudo, le acompañaban constantemente y nunca durante toda su vida la dejaron en paz. Acostumbraba a decir que su vida era como una película de terror que cuando crees que el fantasma ha desaparecido para siempre, éste vuelve a sorprenderte poniendo su mano sobre tu hombro. Y siempre terminaba apareciendo el malo de la película para emprender la lucha contra ella.

Leonor había generado una especie de habilidad para presentir los peligros, los sentía de lejos y esto le permitía ponerse en guardia y preparar la defensa. A menudo se sentía intranquila y nerviosa sin causa aparente y siempre unos días después tenía algún percance.





Había sido demasiado tiempo de convivencia dura y acostumbrada a los sobresaltos que protagonizaba su marido, había sido capaz de analizar los síntomas que preceden a la batalla para adelantarse a ellos y que no la cogieran por sorpresa.
De la misma manera y con la misma intuición aprendió a analizar los síntomas que preceden a las batallas cotidianas para tomarles la delantera y que no le dieran un susto.
Después de separarse de su marido estuvo por lo menos cinco años sin salir a divertirse, tal era el sabor amargo que le quedó de su matrimonio. Tenía demasiadas cosas que olvidar y a la vez demasiadas cosas que recuperar que le habían sido robadas.
Pero todavía tenía recientes en el recuerdo aquellas imágenes que le atormentaban cada día; recordaba cómo cada tarde a eso de las cuatro debía despertarle, ya que trabajaba en el turno de noche y se levantaba de dormir a esa hora, y para ello la mayoría de los días debía abrirse de piernas y satisfacerle para que luego no montase ninguna bronca. Claro que algunas tardes no funcionaba ni siquiera eso ya que organizaba jaleos igualmente.

Le costó años olvidar el miedo que le hizo pasar por culpa de su carácter, pero poco a poco se fue haciendo a la idea de una vida mejor y comenzó a luchar por ello. Gracias a un amigo empezó a afianzarse en el mundo laboral y así, poco a poco fue mejorando su vida y la de sus hijos. Pero los viejos fantasmas la seguían de cerca con la intención de no dejarla en paz por el resto de sus días.

Yo no conseguía entender el énfasis que mi abuela ponía al contarme esta historia, le miraba a los ojos y veía que sentía desde el corazón aquello que me estaba contando. Me daba la sensación de que lo sabía de primera mano, probablemente ella y Leonor habían sido muy buenas amigas. Efectivamente sabía cosas demasiado íntimas de aquella mujer, y solo una muy buena amiga le hubiera hecho partícipe de tales acontecimientos.


Hablé con mi abuela de todo aquello durante largas tardes y tal empeño ponía, ella en hablar y yo en escuchar, que llegamos a hacernos adictas a aquellas conversaciones. A veces, cuando me hablaba, sentía que se le enrasaban los ojos y tenía que permanecer callada algunos instantes, luego tragaba saliva, respiraba hondo y secándose disimuladamente los ojos seguía hablando; por supuesto yo hacía como si no me diera cuenta para no restar emotividad a esos momentos.


No cabía la menor duda de que Leonor había sido una mujer muy cercana a ella. Y aunque a menudo le preguntaba por ello se negaba a responder ó se evadía yéndose ágilmente por las ramas.

Una fría tarde de primavera refiriéndose a Leonor comenzó a hablarme de sus hijos. Porque Leo, como ella la llamaba, había tenido tres hijos que tampoco lo tuvieron nada fácil en la vida por las circunstancias en que se desarrollaron sus primeros años.






Leonor no es que fuera una mujer que justificara a sus hijos cuando tenían comportamientos inadecuados, pero ella que sabía lo mal que lo habían pasado, los comprendía, aunque también entendía que eran demasiado egoístas y que, casi nunca, se preocupaban de ella. Pero en esos momentos le venían a la cabeza los difíciles años de su infancia y los perdonaba una y otra vez. Ella había tenido que trabajar mucho y por eso ellos habían estado demasiado tiempo solos. En el fondo se sentía culpable y no se daba cuenta de que poco a poco se le estaban apoderando.


Israel, su hijo mayor, había terminado por entenderla y apoyarla , eso si a partir de los veinte años; Joel el pequeño le dio bastantes quebraderos de cabeza pero se marchó a vivir con su hermano mayor y cambió de un modo espectacular su comportamiento en general y también con respecto a ella. El mediano, Francisco, merecería un capítulo a parte ya que fue siempre el hijo de los traumas y de los problemas y aunque Leonor intentó darle todo su cariño, éste no supo apreciarlo y con frecuencia le reprochó a su madre que nunca lo había querido, lo cual no era cierto en absoluto.


Francisco protagonizó muchas escenas surrealistas en un hogar demasiado incomodo para él. Y lejos de madurar con los años permaneció para siempre en ese límite que separa la niñez de la edad adulta, siendo un eterno niño para lo que le convenía y negándose a asumir las responsabilidades que eran propias de su edad; ya de niño había comenzado a frecuentar compañías nada deseables que le torcieron de una manera irremediable y le condujeron al final trágico que terminó con su vida. Por entonces ya nada tenía importancia para Leonor. A menudo recordaba el día en que comprendió que su hijo estaba hundido en la miseria física y moral y que ya nada ni nadie sería capaz de ayudarle a salir de aquella maraña en que se había convertido su vida.

Y cuando mi abuela recordaba aquellas cosas se le enrasaban los ojos y sus pupilas empezaban a temblar. Un día me enseñó unas fotografías de los hijos de Leonor aunque jamás me dijo cómo habían llegado a ella; las acarició y besándolas suavemente prorrumpió en un llanto tan amargo que llegué a pensar que su vida corría peligro. Después de un rato secó sus lágrimas y volvió a guardar las fotos en el cajón de una vieja mesilla de noche. No respondió a ninguna de mis preguntas y yo quise respetar su silencio corroborando mi actitud con un fuerte abrazo.

Solamente semanas mas tarde me contó algo que me hizo pensar que aquellas fotos tenían mucho que ver con la vida amarga de su amiga Leonor. Y se refirió precisamente al día en que su amiga comprendió que había perdido a su hijo Francisco para siempre.


Alertada por una carta Leonor se había personado en la vivienda que ocupaba Francisco y que había abandonado unos días antes. Y lo que vio aquella tarde se le quedó impreso en sus pupilas para el resto de su vida. Acompañada por un amigo y guiada por la luz de una linterna, ya que el suministro eléctrico le había sido cortado, no daba crédito a lo que tenía delante de los ojos pareciéndole estar viviendo una pesadilla horrible, de la que se empeñaba en despertar, sin conseguirlo. Aquello era la cruda realidad que había acompañado a Francisco los últimos días de permanencia en aquella casa y, no conseguía entender como había sido capaz de llegar a aquella situación límite, ni qué motivos le habían empujado a vivir sumido en la peor de las miserias, siendo que tenía un buen trabajo.


Y aunque su cabeza presentía lo que estaba ocurriendo, su corazón se negaba a aceptarlo. Los restos de comida y botellas vacías que encontró en aquella casa, lo mismo que la suciedad y la barbarie que reinaba en todos los rincones, no eran mas que una muestra diminuta de la miseria a la que había llegado su hijo. Los muebles destrozados se convirtieron aquel día en un cruel icono que la acompañaría para siempre. Con el alma destrozada y hecha jirones se fue de la vivienda que había sido su hogar ,y el de sus hijos, durante mas de veinte años. Pero quedaban ya muy lejos los años en que aquella morada había parecido el hogar digno de una familia normal.

Y junto con las fotografías de los hijos de Leonor había una carta que mi abuela conservaba con cariño, se la había dado Leonor, según me dijo, un día en que se encontraba tan triste que hubiera hecho una barbaridad con tal de dejar de sufrir. Pero era una mujer luchadora y a pesar de que no le quedaban demasiadas fuerzas siguió su lucha por conseguir esa pizca de felicidad que le correspondía.





La carta decía así: “

“Nunca hubiera imaginado que algún día te escribiría midiendo cada palabra, con la precaución de quien acaricia suavemente un pájaro herido para no hacerle daño.
Los acontecimientos ocurridos estos últimos años han precipitado este momento, en que me veo en la necesidad imperiosa de hablarte, en un intento desesperado por recobrar tu cariño.
Con la cabeza despierta y el alma herida me he preguntado en infinitas ocasiones porqué; pero, como siempre que me he hecho esta pregunta, también en ésta quedará sin respuesta. En cualquier caso he intentado averiguar estos últimos meses qué hubiera sido de nuestras vidas en caso de transcurrir por derroteros diferentes. Y no consigo saber en qué momento tu cariño dejó paso al odio y tu dulzura al más agrio carácter.

Se ha levantado entre ambos un muro frío e insalvable que dudo, aunque no pierdo la esperanza, que pueda derrumbarse algún día. Ninguno de los dos elegimos nuestro destino porque la vida ha sido especialmente dura para ambos, no solo para ti , como te empeñas en creer.
Pero que lejos quedan esos días en que te colgabas de mi cuello, me regalabas con toda clase de mimos y rodeándome con tus brazos me llenabas de besos. Ahora tu ostracismo, cada vez mas hermético, ha acabado rompiendo la magia de aquellos años que me temo, no van a regresar nunca.
Pero ¿de verdad creías que era insensible a tus penas?¡de verdad creías que no me lamentaba, viéndote caminar por la cuerda floja de la vida, sabiendo los peligros que te amenazaban, sin poder hacer nada por evitarlo?.¿De verdad ignorabas las lágrimas que vertía por ti?
La vida no era fácil para ninguno y en lugar de apiñarnos para luchar juntos, preferiste librar en solitario tu especial batalla, en la que cada vez que empuñabas las armas de la autocompasión te hundías mas profundamente en tus desdichas. Estuviste a punto de destruirme pero no pudiste acabar con mi entereza. Porque ¿cómo imaginas que me sentía cuando regresabas a casa de trabajar y estampabas contra la pared la comida que con tanto cariño te preparaba? Que no eran manjares, lo reconozco; pero era lo mejor que podía darte. ¿Cómo crees que me sentía al ver tu insensibilidad que me trataba como al felpudo a la puerta de una casa?
Te conozco mejor que nadie, no intentes negarlo y se de sobras cómo eres. Lo se, no ha sido fácil para ti y por eso debes aprender a luchar. No tienes que darme tu cariño, ya que no lo sientes; ya he aprendido a conformarme. Pero ¿sabes una cosa? nunca te dije lo orgullosa que estaba de ti. Quizá fue por eso que te volviste silencioso y comenzaste a tratarme con desdén.
Pues ya lo sabes: estoy orgullosa de ti. Porque se que a pesar de las dificultades estás intentando aprender a volar. Y se que en el fondo me quieres del mismo modo que se que no sentías lo que solías decirme para herirme. ¡Cómo no voy a saberlo!

Piensa que la vida es a menudo como uno de esos bombones de menta y chocolate. Que el sabor dulce del chocolate unido al ácido de la menta es capaz de provocar un sabor exquisito. Yo también he tomado entre mis manos uno de esos bombones y mientras lo saboreaba se me ha antojado soñar que tomabas mi mano entre tus manos, como cuando eras pequeño, para volver a compartir conmigo ese sabor de tu infancia, cuando todavía me querías. Porque ¡si! ha llegado el momento de revelarte, querido hijo, que esta carta ha sido escrita para ti. Y para ti, toda la felicidad. Tu madre.”

Después de leer aquella carta no conseguía desatar el nudo que me aprisionaba la garganta. Le di mil vueltas intentando entender los sentimientos de una madre que se había visto obligada a escribir algo tan estremecedor a su hijo. Sin duda aquello lo hizo en un intento desesperado no solo de recobrar su cariño sino de salvarle la vida.




Pero los acontecimientos que habían precipitado el fatal desenlace comenzaron a suceder demasiado deprisa, como en una huía imparable que ya nadie ni nada hubiera sido capaz de detener.
Aquella escena dantesca, que hacía pocos meses había presenciado en la que había sido su casa, no fue nada más que una premonición de lo que ocurriría mas tarde. Para entonces Francisco estaba demasiado hundido en su miseria para ser capaz de levantarse y sobrevivir.
Por aquella época, según me dijo mi abuela, Leonor ya no vivía en su ciudad natal sino en un pueblecito del Pirineo del que no recuerdo el nombre, a donde se había ido a vivir junto con su hijo Joel en busca de una vida mejor. Y aunque su vida había mejorado mucho, y los viejos fantasmas del pasado la seguían persiguiendo, su alegría no era completa porque la espina de ver a Francisco hundido en el horror no le permitió conseguir jamás sentirse plenamente feliz. La impotencia que sentía al ver que no podía hacer nada por él le hacía sentirse tan mal que no hubiera reconocido la felicidad aunque se le hubiera personificado frente a ella.

No mucho tiempo después de que Leonor tuviera que presentarse en su viejo piso y se diera cuenta de lo desgraciado que era Francisco, éste falleció consecuencia de una fatal accidente de trabajo. Según tiempo mas tarde le había comentado su encargado, aquella mañana su hijo no se encontraba en condiciones optimas para trabajar ya que tenía demasiada fiebre, pero nadie fue capaz de convencerle de que regresara a su casa para meterse en cama.

Al parecer tenía demasiadas deudas y necesita hacer esas horas extras y muchas mas para pagar a sus acreedores. Cuando se encontraba bajando a una de las calderas para realizar trabajos de soldadura en su interior, tuvo un mareo que le precipitó al vacío y, como no acostumbraba a ponerse los arneses, la fatal caída le produjo una fuerte traumatismo que acabó con su vida casi instantáneamente. Al funeral acudieron todos los compañeros de trabajo que dieron muestras de estar afectados seriamente, se notaba que le querían. Leonor sintió entonces una especie de satisfacción en medio de su dolor al darse cuenta de ello.

Cuando al terminar el funeral estaban esperando junto al crematorio para asistir a la incineración, se le acercó uno de los compañeros de Francisco, la abrazó y le entregó un sobre con algo dentro. Mientras le hacía entrega de aquello le dijo que le devolvía algo que un día Francisco le prestó cuando se vio en un apuro. También le dijo que le hubiera gustado devolvérselo antes pero que le había sido imposible. Y añadió que Francisco a menudo se juntaba con gente que le estaba haciendo mucho daño pero que era una buena persona y tenía un gran corazón, que era capaz de quedarse sin comer por ayudar a un amigo. En aquel sobre había algo de dinero, pero eso ya no tenía importancia.

Leonor sabía aquello porque conocía el alto valor que su hijo daba a la amistad, en eso se le parecía a ella, y sin duda esa cantidad de personas que asistían a su funeral era buena muestra de ello. En medio de su dolor fue capaz de esbozar una sonrisa para agradecer a todos ellos su presencia.
Leonor era una mujer dura y aunque tenía muchas ganas de llorar por su hijo, se tragó las lágrimas y procuró estar con los cinco sentidos para aprovechar hasta el último instante. Debía hacerlo ya que no volvería a ver a Francisco nunca más. El emotivo adiós de aquella despedida se le quedó grabado en su retina para siempre.
Días mas tarde acudió a Bielsa, donde habían pasado sus vacaciones estivales en algunas ocasiones, para esparcir las cenizas acompañada de algunos familiares y amigos.
Cuando estaban a punto de llegar a los llanos de” La Larry “ de repente rompió a llorar. La gente que la conocía supo entonces que en ese momento ella le estaba viendo corretear por aquellas praderas, como cuando era pequeño y le gustaba subir a los montes y la euforia del oxígeno le hacía reír constantemente. Luego se calmó y tan solo hizo un comentario: “que injusta ha sido la vida contigo hijo mío, te quiero”. Instantes mas tarde sus cenizas fueron trasportadas por el viento por toda la pradera.
Luego se quedó ensimismada durante mucho rato, como ajena a cuanto le rodeaba,
Y tal era su abstracción, que los que le acompañaban se vieron en la necesidad de darle un meneo para que volviera en sí. Seguramente durante aquellos minutos pasaron por su corazón miles de escenas de recuerdos que tenían que ver con Francisco. Pero sobre todo le vendrían a la cabeza recuerdos de un niño cariñoso y amable que un día dejó de serlo. Y se estaría preguntando si había hecho todo cuanto podía para evitarlo. Y como en otras ocasiones esta pregunta habría quedado sin respuesta.

En medio de todo sentía una extraña paz por Francisco, imaginando la clase de vida que había llevado y lo infeliz que había sido, ahora ya descansaba en paz y seguro que su lucha y su fracaso habría servido para algo ¡quien sabe!

Mi abuela se entristecía por contarme todas estas cosas y en varias ocasiones estuve a punto de dejar el asunto en el punto que estaba y olvidarme de todo. Pero la carta amarilla me venía a la cabeza y me preguntaba a mi misma en que momento de su vida Leonor la habría escrito. Así que la dejé descansar un tiempo y semanas mas tarde, cuando vi que había recobrado su fuerza, retomé el hilo de la historia. Mi abuela que se sentía con ganas de hablar no puso objeción alguna, al contrario, parecía que deseaba seguir con todo aquello tanto como yo.
En esta época ella vivía en Cádiz, donde había fijado su residencia años atrás, y yo le hacía constantes visitas; en realidad acudía a visitarla siempre que podía porque me encantaban las playas gaditanas. Mi padre era un hombre ocupado por aquellos años ya que acababa de comprar una empresa y no tenía demasiado tiempo para ir a ver a su madre, así que delegaba en mí tal obligación que yo cumplía gustosa. Disfrutaba hablando con mi abuela y escuchando sus relatos pero casi siempre terminábamos hablando de Leonor.

Yo, que cada vez estaba mas sorprendida, necesitaba saber cuanto antes cómo había terminado todo aquello y qué habría sido de Leonor. Pero mi abuela, que tenía la extraña habilidad de irse por los Cerros de Úbeda cuando no quería hablar de algo, alargaba mas y mas el momento de responder a todas mis preguntas.
Pero la sorpresa me la llevé cuando un día, al regresar a casa de mi padre, éste me dijo que su madre había vivido unos años en un pueblo del Pirineo, a donde se había ido en un intento desesperado de encontrar la paz y la mejora en su calidad de vida. Era posible que allí conociera a Leonor y entablara amistad con ella, porque según investigué después se trataba del mismo pueblecito donde estaba viviendo Leonor.

Después de saber todo esto pasé una larga temporada sin ir a Cádiz por motivos laborales, mi padre me necesitaba en la empresa y pasé unos meses ayudándole. Pero en cuanto me pude escapar no me lo pensé dos veces. Era ya hora de regresar a Cádiz para ver a mi abuela. Y al mismo tiempo que retomé mi tesis doctoral, retomé también las conversaciones tan entrañables que fueron de nuevo mi delicia de aquellos días.

Entonces supe que el ex marido de Leonor había fallecido unos meses después de Francisco, como consecuencia de un accidente de tráfico. Y como si el destino se riera de

Leonor que había estado tantos años llena de privaciones, en un momento en que ya no necesitaba ayuda económica de nadie le llovía del cielo una pensión íntegra de su ex marido ya que nunca se llegó a divorciar de él. La vida se le rió en las narices a ella, que había pasado penalidades para conseguir que en vida le pasara la pensión de sus hijos. Y como si la vida con su ironía mas cruel quisiera mofársele en la cara le entregaba su dinero cuando ya no le hacía falta.

Pero aquella pensión le daba náuseas así que tomó la decisión de abrir una cuenta a favor de sus dos hijos para que el día de mañana se repartieran a partes iguales aquel dinero ya que en justicia les pertenecía. Leonor no acudió al funeral porque le parecía una hipocresía rezar a alguien que le había hecho tanto daño siendo la causa primera de todos sus males, incluso de la muerte de su querido hijo.
Sus hijos tampoco acudieron por voluntad propia, aunque ella insistió que era su padre y le debían un último adiós. Sin embargo le fue imposible convencerles; decidieron permanecer junto a ella aquel día que para los tres suponía una liberación de dolor y una cura para las heridas profundas que les había provocado.

Según le dijeron mas tarde solo una decena de personas le rindieron el último homenaje; esto, aunque parezca cruel el decirlo, les lleno de una extraña satisfacción y pensaron que cada cual tiene lo que se merece y que al final la vida hace justicia haciendo pagar a cada uno el justo precio.
La vida desde entonces comenzó a ser mas serena para ella y sus hijos ya que el principal causante de casi todos sus sobresaltos había desaparecido para siempre.

Mi abuela después de contarme esto guardó unos minutos de silencio, como queriendo contener unas lágrimas que finalmente decidió tragarse mientras respiraba hondo. Le pregunté por los hijos de Leonor y me contó que eran hombres de bien, que habían formado sendas familias y que ambos tenían dos hijos; que entre ellos había nacido una extraña compenetración y cariño desde el fallecimiento de su hermano. Era todo lo que siempre había deseado su madre y por fin al verlos tan felices juntos ella, se sentía la mujer mas feliz de la tierra, era para ella como estar a minuto y medio de la felicidad nuevamente…solo a minuto y medio.

Pero como mi mente la tenía en la carta amarilla, no hacía mas que insistirle a mi abuela para que me sacara de todas mis dudas, pero ella, que era obstinada como una mula, se empeñaba en alejar mas y mas el momento de hacerlo. En alguna ocasión me pareció que estaba a punto de contarme lo que yo mas deseaba pero en el último instante siempre se echaba atrás. La rabia se me apoderaba del cuerpo y de la mente y no hacía mas que repetirme a mi misma que debía tener paciencia si quería sacar algo en claro y que al final la abuela terminaría por contarlo todo.
Es posible que tuviera alguna razón para guardar silencio y yo debía respetarla. No me quería decir si Leonor estaba viva o muerta, ni en que época concreta había sucedido todo aquello, seguramente no podía hacerlo o quería reservarse el desenlace, por decirlo de alguna manera, para un momento mas apropiado.

Mi padre me había contado en varias ocasiones que su madre tenía estanterías llenas de libros y que a veces dentro de las hojas de aquellos libros guardaba folios manuscritos de cuando era joven; como si me disfrazara de investigador privado me dediqué a revisar todos los estantes de su biblioteca para intentar encontrar algo que me diera alguna pista.

Cada día, mientras ella dormía la siesta, me adentraba en la oscura biblioteca, abría un poco las cortinas de raso y comenzaba a husmear por todos aquellos libros. Como a ella le gustaba tanto leer, encontraba tanto por donde mirar que me parecía que jamás conseguiría mi propósito. Pero una noche que me tuve que levantar de madrugada acosada por una fuerte sed, me llevé una soberana sorpresa cuando vislumbré luz en la biblioteca y vi cómo mi abuela hojeaba uno de sus libros con sumo cariño. Al notar mi presencia cerró el libro precipitadamente y creyó que lo escondía, pero yo, que tenía verdaderas ganas de resolver aquel enigma, me di perfecta cuenta de donde lo había puesto. Así que esperé su próxima siesta y entrando en la biblioteca fui directa al lugar donde según mi intuición encontraría el libro. Mi sorpresa fue entonces mayúscula porque el libro había desaparecido. Es probable que aquella misma noche ella volviera a levantarse presa de uno de sus habituales insomnios y, temerosa de que yo lo encontrara, lo guardo en un lugar mas seguro.

Pensé que sería mejor olvidarme de todo aquello por algún tiempo, así que me dediqué entonces a dar paseos por la playa, a sentir en mi piel la brisa del mar y la caricia de las olas. Leía durante horas sentada en las rocas observando de vez en cuando ese paisaje privilegiado. Desde niña había emulado a mi padre, que leía cada día antes de acostarse durante una hora y había adquirido la costumbre de hacerlo si no a diario, si con la frecuencia de una lectora asidua. Así que durante aquellos días, de descanso en mis pesquisas, no encontré nada mejor que hacer que dedicarme a esa reconfortante costumbre.
Mi abuela llegó a pensar que me había olvidado del tema, incluso, porque una mañana, cuando me estaba preparando para dar mi paseo habitual, se acercó a mi y me reprochó que ya no me interesaban sus historias. Entonces me di cuenta de que había llegado el momento de retomar la conversación, en el punto que había quedado en suspenso.

Al día siguiente, mientras tomábamos café sentadas cómodamente en las hamacas del jardín, me preguntó algo que me dejó atónita; quería saber qué opinaba de Leonor y si me parecía, por lo que ella me había contado, que se trataba de una mujer corriente. Y de una cosa estaba convencida y así se lo hice constar, que Leonor podía haber sido cualquier cosa excepto una mujer corriente.

Mi abuela, que llevaba viviendo sola algunos años, tampoco era una mujer corriente y yo me sentía orgullosa de ella porque había pasado su vida luchando por lo que creía; una mujer adelantada para su época que temía estancarse y que hizo todo lo posible para no hacerlo. Tolerante por encima de todo acostumbraba a decir que a las personas hay que aceptarlas como son y no como quisiéramos que fueran.
A menudo me había preguntado porque una persona afable como ella había decidido permanecer sola durante tantos años ya que seguramente no le habrían faltado admiradores dispuestos a conquistarla. Pero ella era una mujer exigente y seguramente no encontró a nadie que la mereciera o si lo encontró no pudo quedarse con él ¡quien sabe!

Leonor, igual que ella, tampoco rehizo su vida aunque en una ocasión, según me contó mi interlocutora, creyó que había encontrado al hombre de su vida aunque el romance no llegó a buen término. En una época en que sus cicatrices estaban curadas y casi se había olvidado del daño que le habían hecho otras personas, creyó sinceramente que merecía otra oportunidad, pero era tal el miedo que tenía de que todo volviera a salir mal que con frecuencia se bloqueaba al entablar relaciones con otros hombres, era como si se hubiera negado a sí misma el permiso para volverse a enamorar.

Sin embargo en aquel pueblecito del Pirineo, al que se había ido años atrás, encontró un hombre diferente a cuantos había conocido; de repente supo que acababa de encontrar a quien siempre había estado buscando. Comenzó entre ellos una rara amistad de roce y cariño que duraría mucho tiempo pero que se quedó estancada en el ámbito de amistad y que nunca, por expreso deseo de ambos, pasó a más. Ella que se había enamorado como una colegiala supo desde el principio que aquel hombre nunca se enamoraría de ella; la cruel verdad de aquella amistad, paradójicamente, fue que estaban tan bien juntos que hubieran permanecido así el resto de sus vidas, pero se habían propuesto conservar su independencia a toda costa, él por su situación personal y ella por el terrible temor a que todo saliera mal.
Junto a él pasó los momentos mas deliciosos y felices de su vida. Leonor que a menudo se sentía embadurnada de estiércol, cuando estaba con él se abstraía de tal manera de sus horas amargas que casi conseguía estar a minuto y medio de la felicidad mas absoluta, a minuto y medio porque después de aquellos encuentros ella debía volver a los enfrentamientos de su vida cotidiana.

Y un día, cuando el menor de sus hijos se hizo mayor y se marchó a vivir con su hermano, ella se sintió tan terriblemente mal , tan sola y tan cansada de vivir que decidió tomó una decisión tan drástica como abandonar la vida para liberarse de todos sus males , sin embargo no se rindió y una vez mas decidió volver a empezar. En esta época probablemente sería cuando habría escrito la carta que encontré en la vieja cómoda.

Pero, como muy bien había escrito en ella, Leonor amaba profundamente la vida y sería este amor el que la frenara en su intento desesperado por dejar de sufrir. Y en lugar de desaparecer de este mundo para siempre decidió alejarse y vivir en un lugar escondido, lejos, muy lejos de todos aquellos lugares que le recordaban su pasado.

A menudo ella había dicho que algún día desaparecería para encontrar la paz. Así que a nadie le sorprendería su desaparición.
En este punto el relato de la abuela quedó en suspenso ya que se sintió mal repentinamente y debí acompañarla a su habitación para que se acostara. Con frecuencia se mareaba ya que su tensión era extremadamente baja así que no le dimos importancia, pero al ver que pasaban las horas y no mejoraba comencé a preocuparme y decidí llamar al médico. Éste me dijo que estaba francamente mal, no se trataba de un mareo. Ella, que los últimos años se había debilitado paulatinamente, se estaba quedando sin fuerzas hasta el punto de hacernos temer por su vida. Llamé a mi padre que en pocas horas se presentó en Cádiz. Enseguida telefoneó a mi tío para que acudiera cuanto antes ya que temía un desenlace inminente.
A la mañana siguiente empeoró sensiblemente y aunque casi no tenía fuerzas consiguió decir unas palabras dirigidas a todos nosotros. “He amado la vida con todas mis fuerzas y os he querido a todos con toda el alma, me siento feliz por no haberme rendido en la lucha; no dejéis nunca de luchar y si alguna vez tenéis la tentación de daros por vencidos recordad que esta mujer una vez quiso dejar este mundo y no lo hizo porque sabía que seguramente estaba a minuto y medio de conseguir la felicidad”.

Minutos después ella dejó este mundo con la misma naturalidad con que a veces decidía dar un paseo por una de sus queridas playas.
Me quedé atónita; si me hubieran pinchado en ese momento no me habrían sacado sangre.
Comencé a llorar desconsoladamente abrazándome a mi padre. Cuando pude reaccionar y me di cuenta de lo extraordinaria que era mi abuela comprendí que con aquella despedida estaba diciéndome algo. Miré sobre su mesilla y vi aquel libro que creí escondido durante tanto tiempo. ¡como no se me había ocurrido! Seguramente había estado allí siempre y yo, buscando siempre por lo mas difícil, no me había dado cuenta de que tenía la solución de todas mis dudas a la altura de mis manos.
Lo cogí entre las manos y lo guardé celosamente igual que se guarda un tesoro. Esperé a que se celebrara el funeral y sus cenizas se esparcieran por su querido Pirineo, según había sido siempre su expreso deseo. Unos días mas tarde, cuando ya había recobrado la serenidad y me sentí con fuerzas decidí que había llegado el momento de abrirlo; estaba segura de que dentro de las hojas de aquel libro estaban las respuestas a todas mis dudas.
En su interior, como escondida ó protegida, había una carta escrita a mano. Comencé a temblar al mismo tiempo que unas lágrimas se escapaban de mis ojos; aquella carta estaba escrita con rasgos idénticos a los de la carta que yo conservaba hacía tiempo, desde el mismo día que la encontré en la vieja cómoda. Pero la carta de la abuela era posterior a aquella primera y en ella estaba la clave de todo lo que me había preocupado los últimos meses.
La carta decía así:
“Por una vez más he decidido seguir adelante en mi lucha y volver a empezar de nuevo y, como no me siento con fuerzas de seguir en el Pirineo, me voy lejos, donde nadie pueda saber de mí jamás. Estas tierras me traen demasiados recuerdos que, por dolorosos unos y gratificantes otros, quiero olvidar para siempre. Hace unos días estuve a punto dar una solución drástica a todos mis males, pero en el último momento me eché atrás, pensé que no era justo que nadie sufriera por mí. He estado muchas veces a minuto y medio de conseguir la felicidad pero finalmente no ha podido ser. Enamorada de un hombre que no merezco no me veo con fuerzas ya de querer convivir nunca con ningún otro, así que me voy lejos para que la distancia cure mi dolor y si algún día, él quiere volver a verme seguro que podrá encontrarme allá dondequiera que voy. De momento no quiero decir a donde me dirijo, necesito encontrarme a mi misma para hallar la paz, así que nadie me busque y el día que esté preparada para retomar mi vida es posible que os lo haga saber. De ahora en adelante me llamaré Leonor para que este nuevo nombre sea el testigo de que quiero comenzar de nuevo.
No me olvidéis nunca y sabed que por encima de todo amo la vida .Leonor”


Y como si acabara de encajar la última pieza de un gigantesco puzzle, de repente todo tuvo sentido. Recordé el énfasis con que ella me relataba todo aquello y entonces tuve la certeza de que me había estado contando su vida. La única incógnita que quedará siempre sin solución es porque ambas cartas no fueron echadas al correo. Pero mi abuela a veces acostumbraba a escribir cosas que luego rompía o tiraba. Quizá pensó que las había roto o quizá se olvidó de ellas ¡quien sabe! Eso ya no tiene importancia.

Yo no había nacido todavía cuando ella se marchó pero mi padre me contó que dos años después de que todos la dieran por desaparecida salió de su silencio y volvió a ponerse en contacto con sus hijos. En cuanto al hombre de sus sueños no supe nunca con certeza si volvió a saber de ella, pero de lo que estoy segura es de que, sabiendo como era mi abuela, no lo olvidó jamás ni dejó de quererlo. Y, ahora que lo pienso, en una de mis visitas a Cádiz escuché un comentario de unas viejecitas que me hizo pensar que mi abuela no estaba sola, o al menos tan sola como todos creíamos. Pero igual fueron imaginaciones mías ¡quien sabe!
De una cosa si que estoy segura y es que mi abuela seguro que al final consiguió la felicidad porque, después de haber estado tanto tiempo a minuto y medio de alcanzarla, nadie mejor que ella se la merecía.
Después de que hubiéramos cerrado el piso de Cádiz, regresé al hogar, junto a mis padres y seguí siendo la misma mujer desordenada y ocupada de siempre. Cuando hube terminado mi tesis doctoral me fui a trabajar a la empresa de mi padre y me compré un pequeño apartamento. Ahora vivo sola. Bueno no totalmente sola, ya que cuando compré mi casa me llevé conmigo la vieja cómoda que un día heredé de mi abuela. Y cada vez que la miro me acuerdo de ella y una sonrisa se dibuja en mis labios…..una eterna sonrisa …


Sofía Campo Diví
Febrero de 2006



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lunes, 1 de octubre de 2007

Cuando al alquitrán invadió los caminos


Antes de que el alquitrán invadiera los caminos, éste era un bonito sendero lleno de piedras,tierra, flores y de pequeñas hormigas y otros seres vivos que vivían felices. Pero con el paso del tiempo, por efecto de la climatología, se hicieron algunos agujeros. Los pies delicados de los transeúntes que los recorrían, comenzaron a quejarse. La hormigas y demás seres vivos del lugar temblaron intuyendo el destino que se les avecinaba. Sería mejor echar una capa de alquitrán -se decían- y tanto insistieron en el empeño, que ,al final, lo consiguieron. Éste y otros como él, fueron alquitranados sumergiendo el ecosistema en el mas profundo dolor. Miles de plantas se abrasaron bajo el asfalto, miles de hormigas murieron calcinadas por tan horrendo crimen; esas piedras que le daban vida, se ocultaron bajo la alfombra negra. Y nadie hizo nada por ayudarles. Yo tampoco.


Hoy he caminado sobre esa estela de alquitrán y he sentido pena. Y mientras caminaba me dolían los pies; he añorado el antiguo camino por donde podía caminar y contemplar lo bonito que era lo que me rodeaba. Pero hoy no he tenido ganas de mirar a mi alrededor, solo he bajado la vista y lo he visto todo negro. He observado unas hormigas que se arrastraban desorientadas, en un intento desesperado por reconstruir sus vidas. Y tampoco hoy he podido hacer nada por ayudarles....Pero he recordado otros senderos, como este y quiero que observéis la diferencia. Solo hay una, la diferencia entre la vida y la muerte del ecosistema. Seguro que no es demasiado tarde, para que cada uno pongamos nuestro grano de arena.


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