Esta frase me la dijo mi padre no hace mucho, cuando me despedí de él en uno de mis regresos a Biescas. "No te lleves esta imagen de mí"
Me caló hondo por las circunstancias que la rodeaban, porque viendo a mi padre tan enfermo me costaba dejar de pensar en aquellos otros tiempos, cuando le acompañaba su fuerza arrolladora y vivía su vida con una energía potente y tenaz.
Al verle tan impotente, decidí que sería otra la imagen que conservaría de él el día que nos dejara para siempre.
Por desgracia ese día llegó el pasado 24 de Junio y aunque todavía no me siento con demasiadas ganas de escribir, quiero dedicarle unas palabras para decirle que la imagen que ha quedado grabada en mi corazón, a pesar del sufrimiento de este último año, es la de su tenacidad a lo largo de toda su vida. Una vida intensa y repleta de momentos duros que superó con energía; la imagen del luchador que no se amilana fácilmente y mira siempre hacia delante; la imagen de su tenacidad para estar en constante espíritu de superación; la imagen del trabajador infatigable; la imagen de quien supo reconocer sus errores y pedir perdón; la imagen del dialogante.
Podría decir muchas cosas más pero todavía me falta energía, ya tendré tiempo más adelante.
Si tuviera que resumir sus cualidades me quedaría con la figura del luchador. Y luchó hasta el último momento, hasta el último instante, dándonos un ejemplo magistral y valioso a seguir.
Durante este último año de vida nos ha dado lecciones constantes, mucho más valiosas si tenemos en cuenta el sufrimiento que ha tenido que soportar. Yo me he preguntado a menudo por qué hacía falta sufrir tanto para irse de este mundo, y me rebotaba internamente ante la ausencia de respuestas y la impotencia de no poder hacer nada más por él. Pero ahora que se ha ido no dejo de pensar que ha dejado de sufrir, que por fin descansa y que ha recibido el premio que merece, estar donde quiera que sea pero entre lo mejor de lo mejor.
Así que como ves, papá, no me quedo con la imagen de tus horas amargas, me quedo con la imagen de lo que fuiste, de lo que me enseñaste, y sobre todo con la imagen del padre que amó a sus hijos mucho más de lo que el ser humano es capaz de apreciar.
Todavía no he podido llorar y quizá no lo haga, porque a pesar de lo amargo del momento me pesa más en el corazón saber que ha terminado tu sufrimiento.
Gracias por tu vida, por la nuestra y por haber sido tan buena persona. Te recordaré y te veré para siempre como cuando subíamos al pico de Collarada, caminando sin desfallecer y dándonos ánimo en todo momento. Ahora ya descansas a los pies de tu Pirineo por donde nos llevaste tantas veces.
Porque ya lo decías con orgullo "yo soy montañés" y yo te respondo con orgullo también, un montañés de los mejores, un montañés único y especial, sobre todo especial.
Y parafrasenado a Tagore quiero terminar diciendo que aunque tus labios han callado con la muerte, tu corazón me seguirá hablando.