Los que me conocen saben de sobra que no me gusta nada el otoño, aunque tengo que reconocer que recuerdo a menudo el otoño multicolor de los valles pirenaicos. Aquel otoño donde el tono amarillento y anaranjado viste los montes con sus mejores galas. Aquel otoño cuando al caminar vas pisando bellotas silvestres, hojarasca, cuando el suave calor del día te abandona apenas comienzas a sentirlo, para que te dejes invadir por la temperatura nocturna que comienza a ser algo fría. Las chimeneas humean y el olor a madera quemada llena las calles de esa sensación con sabor a hogar.
Aquel otoño cuando caen los primeros copos que anuncian la llegada del invierno.
Alrededores de Ainielle en otoño |
Invierno frío del que quise huir. Pero no quise huir del frío de las montañas, sino del hielo que anidó en mi alma motivado por la ausencia y el recuerdo.
Será por eso que no me gusta el otoño. Será por eso.
Hoy he querido escribir porque la cercanía de Noviembre me trae recuerdos, uno bonito, una boda; uno triste, una muerte. En definitiva, ausencia. La ausencia que no me abandona y que me niego a dejar marchar.
Será por eso. Será por eso.