lunes, 31 de agosto de 2015

Toda el agua que no ibas a beber

Cuando el verano tiene los días contados y la gente espera impaciente la bajada de temperaturas vuelvo a reflexionar sobre la relatividad de las cosas de la vida. Depende del lugar donde vivas que desees una bajada del termómetro o, por el contrario, te entristezcas porque el verano ha pasado sin enterarte y con apenas calor. 
He vivido diez años en un lugar donde los veranos eran cortos y los inviernos largos y ahora llevo ocho meses en un lugar donde el verano es largo y el resto del año es otoño o primavera. Claro que hay invierno, pero las temperaturas aquí son más altas que mis últimas primaveras y otoños. 
Por ello me inclino a pensar que todo es relativo, hasta las cuatro estaciones.
He cambiado diez veranos con la chaqueta a mano por un verano en tirantes a cualquier hora; ahora mismo estoy sudando mientras se desploman las temperaturas en la mitad norte. Por aquí sigue el calor, tanto que aunque bajen las temperaturas el calor no nos abandonará tan fácilmente.

Y tan  relativo como el clima lo es casi todo en la vida (esta cabra loca ya se va para el monte) y por ello aquel refrán que dice "no digas nunca de esta agua no beberé" deberíamos meditarlo a menudo ¿No te ha pasado nunca en la vida que llegando a un punto te preguntas cómo he venido a parar aquí? La respuesta es clara, has llegado allí bebiendo toda el agua que decías que no ibas a beber. Te has bebido hasta el último trago como el que no quiere la cosa y has transformado tu vida a fuerza de sorbos y más sorbos. Vamos que al Ebro no le quedaría ni gota como hubiera mucha gente como tú. Y lo curioso era que tu habías planificado hasta el más mínimo detalle pero las cosas no salieron como pensabas, aunque, eso sí, ha merecido la pena. 
Y tu vida no ha salido como pensabas porque todo es relativo, porque no estamos solos en el mundo y siempre tiene que haber algo o alguien que lo estropee, a veces tu mismo. Y como todo es relativo resulta que llega un día cuando crees haber alcanzado la estabilidad que tanto merecías y ocurre algo que levanta por los aires toda tu vida, algo que no esperabas, lo que aumenta tu capacidad de sorprenderte; algo que era impensable, inimaginable, tan inimaginable que te detienes en seco y dices ¡Basta! y ese día dices que de ahí no pasas. 
Todo es relativo, hasta darte una oportunidad y saber cuando llega el momento de hacer lo que de verdad quieres sin que nadie más te jorobe la existencia. Porque la relatividad también tiene un límite. Y encuentras el límite cuando descubres que tu vida se ha reído en tus narices. Por eso das carpetazo a los dramas y aunque lo sientes por los que quedaron sin resolver, te dices a ti mismo que ha llegado el momento de respirar, solo respirar. Y no crees que sea mucho pedir. Respirar. Y si pierdes algo por el camino será .......relativo. Como todo lo demás. 

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domingo, 23 de agosto de 2015

Las fresas no son eternas (reflexión de una cabra loca)

Tras el descanso veraniego en el que no he tenido tiempo de escribir me dispongo a retomar mis escritos. Os  preguntaréis cómo siendo descanso no he tenido tiempo de escribir. Los que me conocen sospecharán, llegando a este punto, que me refiero a descanso con toda la ironía del mundo. O sea, que no he descansado nada.
Pero el verano ha sido fructífero porque ahora ya estoy preparada para la siguiente etapa de mi vida. Ignoro todavía cómo será pero ya me iré dando cuenta. Totalmente ubicada en mi nuevo destino, al que llegué hace ocho meses, ya es hora de dar un paso adelante. No me refiero solo a temas laborales, también personales. Mientras encuentro trabajo me dedicaré a terminar todos los escritos que tengo empezados, que ya es hora.

Mientras tanto una reflexión de esta cabra loca.

Últimamente me ha dado por pensar que no reconozco algunas etapas de mi vida, es como si alguien me las hubiera cambiado por otras totalmente desconocidas. Es una extraña sensación. He reflexionado mucho porque se me han caído algunos pilares en los que me sostenía desde siempre. Es posible que a todos nos pasen cosas parecidas. He descubierto que las personas cambian. 

Es posible que las personas no cambien tanto como pensamos a veces, lo que ocurre es que hay etapas en la vida que nos ayudan a conocer mejor a esas personas. Es como si cayese el velo que les cubría el rostro. Un rostro no tanto oculto en si mismo como desconocido. No conocíamos a esas personas en la totalidad, tan solo veíamos lo que queríamos ver o lo que nos enseñaron a ver desde que éramos niños.


La vida que ante todo es enseñanza, un buen día decide que ha llegado la hora de saber cómo somos en realidad. De saber cómo son en realidad los que nos rodean. Es posible que no nos guste lo que descubramos porque será como ver desaparecer ante nuestros ojos nuestro pasado o parte de él. Será como sentir que nos han cambiado la vida de la noche a la mañana. Porque al ver que las personas con las que hemos convivido recuerdan el pasado de manera diferente a la tuya, no podremos evitar hacernos preguntas, porque llegaremos a pensar que quizá no hemos vivido lo mismo, aún habiendo compartido el mismo techo.
Está claro que cuando esta experiencia pasa ante nuestros ojos, lo que debemos hacer es un profundo análisis para despojar de la paja lo que en verdad importa. Como cuando desenvolvemos un regalo valioso, cuidadosamente empaquetado y envuelto con esas virutas de madera para que no se rompa. Y después de varias capas de paja y papel de seda finalmente encontramos un regalo. 
Ocurre a veces que nos entretenemos tanto en el envoltorio que cuando llegamos al interior ya no queda nada. Porque hay regalos que no duran siempre y al envejecer dentro de los envoltorios quedan en nada. Imaginar por un momento que el regalo es un cesto  de fresas que no duran eternamente. Si tardamos demasiado a quitar los envoltorios que nos impiden llegar a ellas puede pasar que al final nos encontremos con fresas podridas. Lo mismo pasa con la vida, nos demoramos tanto en solucionar los problemas que cuando llegamos al final del envoltorio nos encontramos con lo que queda y no con lo que pudo haber sido, unas fresas magníficas que se pudrieron cansadas de esperar a que nos deshiciéramos de la paja que las cubría. Los sentimientos son como esas fresas, que si tardas en llegar a ellos es posible que cuando lo hagas no quede nada.

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