Por fin han llegado las esperadas lluvias que tanto necesitamos. Sin embargo a pesar de que sabemos que la lluvia es buena para todos no podemos evitar, cuando la vemos llegar, sentir cierta tristeza y nostalgia. Sucede que los días lluviosos nos llaman a la melancolía; el triste ambiente gris nos envuelve con su manto y, como si nos abrigáramos con una manta, nos dejamos envolver por esas horas tristes.
Podríamos pensar que con lo que está cayendo en Ucrania, con los desastres de la pandemia y con el dolor de tantos seres humanos, es egoísta sentirse triste porque llueve. Pero la vida sigue a pesar de todas esas inclemencias , la del tiempo también. Por ello tenemos todo el derecho a sentirnos como nos sintamos.
Porque los días grises nos hacen rememorar los malos momentos que, como si volvieran a suceder, nos producen el mismo efecto del día que los sufrimos por primera vez. Son cosas del ser humano que no pueden evitarse por más que nos lo propongamos.
Hoy es uno de esos días y mira por donde que me ha dado por escribir, mientras mi rumba se pasea por la casa haciendo su trabajo y mi perra cambia de sitio constantemente sintiéndose acosada por esa extraña compañera.
Debido a la lluvia el paseo mañanero de todos los días se ha visto reducido por una breve caminata a los arboles más cercanos para que mi Chula estire un poco las patas y se desahogue. Ejem. No sé si mi perra entiende de nostalgia, de días tristes y no tengo ni idea de cómo le afectan; pero seguro que de alguna manera ella lo sabe. Sabe cómo me siento y sabe que es un día diferente porque se sienta frente a mí mientras me mira con insistencia, como si me dijera "¡venga ánimo que yo estoy aquí contigo!"
Recuerdo que de niña tampoco me gustaban los días de lluvia, porque me obligaban a permanecer en casa; aunque tengo que reconocer que ya de adulta la lluvia nunca me ha impedido llevar a cabo un plan que tuviera previsto. Si había que mojarse, pues se mojaba una.
Desde hace unos días estoy pensando en un proyecto, que nada tiene que ver con la lluvia, quiero escribir mis memorias. No es la primera vez que lo pienso, pero de nuevo me encuentro con un dilema. El dilema de cómo contar la verdad sin que mi narración hiera sentimientos de terceras personas. Esta duda me ha echado para atrás en otras ocasiones aunque ahora me siento con más fuerza para hacerlo. Porque tengo mucho que contar y quiero que mis hijos y mis nietos me conozcan y sepan cómo he vivido y cómo me he sentido a lo largo de mi vida. Ellos han participado en muchos de esos momentos y sin embargo a veces pienso que no han llegado a comprenderme.
Creo que los hijos no llegan a conocer a sus padres porque solo los ven en su faceta de padres, como si exclusivamente es lo único que fueran. Es que para ellos solo somos padres, que les hemos dado la vida y les hemos criado mientras intentábamos enseñarles, como podíamos, cómo enfrentarse a ella. Y si no haced la prueba; preguntarles a vuestros hijos si saben cuál es vuestra lectura favorita, cuándo fue la última vez que fuisteis al médico, cómo y quiénes son vuestros amigos, cuál es vuestra fruta preferida, qué viaje os ha emocionado más, cuáles son vuestros planes para el futuro. Preguntadles si sois felices.
Porque ellos no se paran a pensar que tenemos emociones, ilusiones, carencias. Porque para ellos solo somos padres. Y es lo mismo que nosotros pensábamos de los nuestros, que unos padres son como una fuente que mana constantemente a la que siempre podemos ir a beber.
Hay que ver lo que inspira un día de lluvia, que de un tema te lleva a otro sin que te des cuenta de que están pasando los minutos y es hora no sé si de salir a la calle a mojarse o de tomarse un café caliente, que por cierto mi rumba ya ha terminado su faena y mi Chula se ha dormido en su rincón favorito (mi sofá).
Seguiré pensando en la forma de escribir mis memorias. Ya os iré contando.
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