Ha terminado el carnaval y la sardina está enterrada. Ya quedan recogidas aquellas máscaras de colorines que son sustituidas por otras más sobrias, pero más crueles, las de la vida cotidiana. Aquellos disfraces que nos daban risa y nos invitaban a la juerga, son cambiados ahora por otros que producen lástima, los disfraces y caretas de la vida de todos los días.
Las calles se han llenado de rostros que se ocultan tras las barbas, de cabezas que se ocultan bajo los sombreros, de abanicos que esconden rostros perversos. Los diferentes disfraces retoman las calles de los pueblos y ciudades, pero eso si, sin colorines, sin candilejas, sin música.
El avaro regresa a su guarida de monedas expropiadas de bolsillos vacíos, el judas sigue vendiendo su cobardía a cambio de unas monedas sin valor, el embustero se recrea en sus mentiras maquinadas a base de maldad y codicia, el que no tiene hace ver que tiene y el que tiene lo esconde para que no se vea. De nuevos inundan las calles miles de rostros que te dan los buenos días, cuando en el fondo te desean penurias. Y todos esos disfraces de los carnavales pierden sus caretas, y dejan al descubierto su verdadero antifaz, el de todos los días. Y todas esas personas regresan a su vida cotidiana esperando que pronto llegue el siguiente carnaval, cuando se volverán a vestir de colorines y se disfrazarán de los sueños que nunca podrán llegar a alcanzar, y de todo aquello que les hubiera gustado ser y nunca serán.
Pero no nos engañemos, terminaron por este año los colorines, las juergas y las chirigotas, pero es ahora cuando COMIENZA EL CARNAVAL.
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