La lluvia de ayer le ha sentado muy bien a los arboles que rodean la ermita de S. Jorge. Lo sabemos porque seguimos en la suite de la seguridad social. Bueno sigue J.L. y yo le hago toda la compañía que puedo. Está mejor, aunque despacio, evoluciona hacia delante y ya le han entrado las ganas de hablar. Vamos que lleva unos días que no calla ni debajo del agua, a veces me cuesta seguirle el ritmo. Debe de ser porque la cosa va mejor y el optimismo ha regresado junto a nosotros.
Hoy le han traído un compañero nuevo a la habitación, en la que ha permanecido solo ocho días. Por lo menos cuando yo tenga que marcharme, tendrá alguien con quien charlar.
En el hospital queda mucho tiempo para todo, sobre todo para mirar a través de la ventana, no solo los arboles de la ermita o el Pirineo al fondo, o el pico del Águila, sino también los estorninos que pasan a bandadas desde hace unos días. Estorninos, esos seres diminutos y tan molestos que lo dejan todo perdido. Pero también tienen derecho a la vida, pobrecitos. A menudo descansan en los tejados del hospital, antes de seguir su rumbo. Parecen tan inofensivos que nadie sospecharía lo que son capaces de manchar, si no fuera porque los oscenses los sufren año tras año.
La vida cotidiana va regresando poco a poco, las tareas en la taberna, las pelotillas, a las que me he tenido que dedicar a fondo desde que en la pasada feria de Biescas, me quedara sin provisiones. La vida cotidiana va recobrando su sitio, esperemos que J.L. pronto tenga cabida en ella y estos días de hospital sean solo pasado, e igual que las pesadillas se disuelven al despertar, se disuelvan de nuestras vidas para no volver.