martes, 1 de noviembre de 2011

Cuarenta días de hospital

Cuarenta días de hospital son capaces de acabar con la paciencia del más templado y si ese templado encima está pachucho,  no hay más que decir,  que a buen entendedor con pocas palabras bastan.
Desde luego aquel que dijo que la vida era una lucha, más le valdría haberse estado callado en  el momento de semejante inspiración, que buena la hizo con tal aserto,  que lejos de consolar en los malos momentos, deprime más todavía si cabe a quienes por azares del destino, se ven privados de su salud  y para recuperarla deben pasar largos días en un hospital.
Luchar ya lo creo que luchan. En medio de botijos de medicinas y chucherías con sabor a química, luchan por mantenerse erguidos a pesar de los bandazos que les hacen tambalear, da la falta de apetito, que convierte la rutina de comer en la peor pesadilla, llena de sopas y purés insípidos, de filetes alejados de los cloruros sódicos, de los pollos al vapor (no podemos olvidar los queridos pollos, seguramente de la granja de algún pariente de algún jerifalte de la seguridad social, malditos pollos)(¿es que no saben que existen también los patos, los corderos, las codornices, los cerdos...y los huevos?
Los días de hospital son siempre grises, aunque luzca un sol espléndido, grises por la mañana, cuando te despiertan para tomarte la temperatura y más aún si justo te has dormido hace quince minutos;grises a media mañana cuando el médico acaba de decirte que de irte a casa nada de nada, que tu mejor sitio es el hospital, donde deberás conformarte con las vistas del cerro de S.Jorge; grises a la hora de comer la comida insípida e insulta, pero eso sí, sana muy sana; grises a la hora de la siesta cuando intentas dormitar y los gritos del pasillo te lo impiden; grises al anochecer cuando te imaginas una larga noche sin dormir, y recuerdas los viejos tiempos cuando dormir era un regalo de los sentidos, cuando no veías amanecer y solías despertar a las diez de la madrugada (a veces más tarde). Y después de la noche gris, llega otro día gris igual o peor que el anterior.
Porque en los hospitales los días son parecidos, parecidos médicos, parecidas enfermeras, parecidas auxiliares, menús similares, medicinas iguales, parecidas conversaciones. 
Como la conversación de la visita del paciente de la cama de al lado, que no hacen más que decir chorradas, de nuevo he recordado la frase de mi hermana Mª Pilar "qué tonterías dice la radio cuando no tiene pilas"
Y es que la gente no sabe comportarse cuando va de visita a los hospitales, ni sabe de qué hablar. Pues yo se lo diré, hablen de cualquier cosa, excepto de la enfermedad del visitado. Lo que hay que hacer es distraerle de sus pensamientos negativos, de sus depresiones, de sus malos momentos. Recordarle su enfermedad una y otra vez no le facilita el descanso que necesita, para asumir su situación y aceptarla. Y puestos a decir, si hablan en voz baja los enfermos lo agradecerán. JL acaba de levantarse para dar un pequeño paseo por la habitación, lo primero que se le ha ocurrido decir es "vaya gozada sería que se callaran todos". No es mucho pedir ¿verdad? Pero la gente va de visita a un hospital como si fueran de feria. 
No es mucho pedir que cuando se visita el hospital se guarde un poco de silencio, se hable bajito, se camine despacio, en definitiva se respete a los enfermos y se respete su derecho a recuperarse con paz y tranquilidad. Es lo menos que podemos hacer por ellos.
(Vale de rollo por hoy)