Después de esperar la tormenta desde ayer, por fin ha caído una buena, con granizo incluso. El ambiente se ha vuelto gris y, aunque el sol intenta asomar por entre las nubes, algo me dice que ésta será una tarde de tormentas, o de mal tiempo.
No me gustan los días grises, aunque me encantan las tormentas. Esas tormentas de verano que descargan y tras ellas vuelve a lucir el sol, impregnando el ambiente con olor a ozono, hasta el punto de cortarte la respiración. Se escuchan truenos a lo lejos, con suerte el zumbido se irá acercando poco a poco. Y digo truenos, porque no creo que sea la vecina moviendo muebles. Parece que se ve una cortina de lluvia en el horizonte. Sí. Efectivamente se oyen truenos, lo que me hace adivinar que no saldré esta tarde o si salgo serán con paraguas y poco rato.
Hoy es uno de esos días que me subiría al monte, lo más alto que pudiera, y desde allí contemplaría los otros montes, los valles, las nubes grises, los relámpagos. Y yo sola, en medio del monte, gritaría lo más fuerte que me permitieran las cuerdas vocales. Gritaría fuerte y alto y volvería a preguntarle a la vida ¿Por qué? Y la vida me diría que no tenía respuestas para mi. Nunca hay respuestas para preguntas complicadas. Quizá la pregunta debería ser ¿por qué existen las preguntas complicadas?
Los truenos se acercan, se oyen cada vez más fuertes. Es posible que sea su grito desesperado, su porqué. Y la respuesta en este caso sería fácil, les diríamos que estaban echos para tronar.
Me da miedo pensar, temo preguntar, porque no quiero escuchar que la vida me responda, que estoy echa para preguntar una y otra vez sobre todos los porqués que me tienen agotada. Porqués complicados sin respuesta, siempre sin respuesta.
Y mientras vivo mi vida, mientras escucho todas las tormentas, me empuja una rabia interna para que siga adelante, y en estos momentos para que trepe el muro que tengo ante mis ojos. Un muro enorme y macizo que una de dos, o cavo un túnel , o me crecen alas........para atravesarlo.
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