sábado, 27 de abril de 2013

MISA DE DOCE


  
     Había vivido  como el que resucita  sin haber muerto, o como el que va   de fiesta a un funeral. Su vida había estado siempre repleta de excentricidades como estas. Pero el caso era que la soledad en que se desenvolvía su rutina  quedaba ya lejos de aquellos días de juerga y desenfreno, cuando  la lujuria se había convertido en  hija de su locura y   su adicción a las drogas y al alcohol había hecho de ellas su única comida.
    Su vida convulsa había tenido de todo, casi siempre malo. Es lo que tenía vivir en una época controvertida, donde  todo estaba permitido y prohibido al mismo tiempo.
     Años después  todo había cambiado alejándole de aquellos días festivos y sustituyéndolos ahora por sus constantes visitas a la farmacia y los repetidos toques de campana, que le recordaban que  debía celebrar la misa de doce.

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