A veces en la vida cotidiana ocurre que durante largo tiempo vivimos dentro de unas coordenadas concretas de convivencia, que nos llevan flotando dentro de una realidad no real. Esa rutina empaña lo que de verdad hay en todas esas relaciones. Lo llamo rutina por llamarlo de un modo gráfico. Las empaña del mismo modo que las aspirinas empañan los síntomas de algunas enfermedades. Si me duele la cabeza y en lugar de acudir al médico para que diagnostique la causa, me tomo dos aspirinas, seguramente conseguiré que deje de dolerme, pero no sabré a qué es debido ese dolor. Así viviré engañado durante el tiempo que duren mis aspirinas.
¿Qué ocurrirá cuando no tenga aspirinas y la cabeza vuelva a dolerme?
Con las relaciones pasa lo mismo, que sumergimos los problemas hasta que se nos terminan las aspirinas. Entonces un cataclismo entra en nuestra vida arrasando con todo lo que encuentra a su paso. Y nos preguntamos por qué han cambiado tanto las circunstancias, por qué han cambiado tanto las personas, por qué hemos estado ciegos tanto tiempo.
Es frecuente oír comentarios del tipo "no te reconozco" o " nunca habíamos tenido estos problemas" y no es que hayamos dejado de reconocer a las personas, simplemente no las conocíamos, porque todos estábamos tomando aspirinas de mil maneras, de este modo nos tolerábamos, hacíamos que nos apoyábamos, fingíamos que estábamos unidos. Y no se puede reconocer a alguien si previamente no se le conoce. Se terminaron las aspirinas y cada cual se manifestó como era lanzando contra los demás los dardos envenenados que mantenía ocultos en un cajón, posiblemente en el mismo cajón donde guardaba las aspirinas.
Desde hace un tiempo cuando no reconozco a alguien me miro en el espejo e intento asumir mi parte de culpa, lo que nunca haré será asumir toda la parte, porque en esta vida los problemas de convivencia nunca tienen un único culpable.
(Filosofía de una cabra loca, con perdón de la cabra)
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