De repente el olor a pan tomate trae a mi memoria aquellas tardes de verano, cuando, al final de la tarde, hacíamos merienda cena con bocadillos de tortilla y pan tomate. A menudo siento la necesidad de hacer bocadillos como aquellos, que nos preparaban mi madre y mi abuela, cuando pasábamos el verano en casa de mis abuelos. Tengo que reconocer que los míos no saben como aquellos. Los huevos ya no son iguales, ni tienen el mismo sabor, el pan es diferente, pero sobre todo las manos que los preparan son diferentes.
Será por eso que ya no saben a lo mismo; ya no saben a verano, ni a infancia, ni a madre, ni a casa de la abuela. Que todo cuenta.
Y cuando recuerdo aquellas tardes, mitad nostalgia, mitad tristeza me invaden el alma aunque no puedo explicar qué es. No es añoranza por volver a vivir aquello, que no quiero; aunque, mejor de mi infancia en aquella época, eran esos bocadillos de tortilla con pan tomate. Prefiero quedarme con el sabor agradable, pero sin volver a vivir lo demás.
Es curioso pero los mejores recuerdos de mi infancia tiene que ver con esa casa; todavía recuerdo aquella escalera de peldaños de madera, la puerta del rellano de la señora Dominga; la otra puerta de su vecina de enfrente, que no me apetece nombrar ahora. Recuerdo ese pasillo largo a cuyos lados estaban las habitaciones; recuerdo una a una la que ocupaban cada uno de mis hermanos, la que ocupaban mis tías, mis abuelos, mis padres. Recuerdo ese enorme reloj de pared que daba las horas y cuando daba las tres, todos a una le decíamos a mi tía "Mary las tres", recordándole que era la hora de ir a trabajar.
Recuerdo a la bisabuela sentada en la recocina, en la silla de anea, con su pañoleta en la cabeza y su saya hasta los pies. Recuerdo que me decía que le gustaban las películas musicales e incluso íbamos a ver alguna. Recuerdo que cada noche se cenaba dos huevos fritos y decía que eran muy sanos, y debían serlo porque eran de corral y murió muy mayor.
Recuerdo las procesiones de semana santa, cuando desde el balcón veíamos desfilar a mi abuelo, con la cofradía de los nazarenos (creo) y nos hacía una señal al pasar por delante de casa, para que supiéramos que era él; porque claro, llevaba capirote y no se le veía la cara. Recuerdo cuando íbamos a verlo a la relojería, donde trabajaba cuando se retiró de militar, con ese artilugio en el ojo para ver de cerca el mecanismo de los relojes.
Recuerdo cuando mi tía, que solo era dos años años mayor que mi hermano número 1 y tres más que yo, que soy la número 2, nos sonsacaba la propina para comprar pasteles: es verdad que también recuerdo cuando se lo dije a mi abuelo, su padre, y me respondió que espabilara y no me la dejara quitar. No me gustó aquella respuesta, que ahora es de las pocas cosas que recuerdo de él. Eso y que le gustaba leer la revista Interviú por los artículos tan buenos que publicaba. Con el tiempo comprendí que era cierto; los artículos eran buenos.
También recuerdo que mi abuela me decía a menudo que le hubiera gustado que yo fuera hija suya; es verdad que me llevaba muy bien con ella y me alegraba mucho que lo dijera, porque aquellas palabras me sonaban a reconocimiento: al final de su vida, cuando ya no era consciente de lo que decía, al preguntarle cuántas hijas tenía, respondía que cuatro, siendo que tenía tres, y las iba nombrando, y también me nombraba a mí.. Es curioso como el subconsciente del ser humano recuerda algunas cosas y deseos a pesar de estar enajenado. También recuerdo que era buena cocinera, sobre todo bordaba la paella, los canelones y la tortilla de patata. Siempre que hago tortilla de patata la recuerdo, pero jamás he conseguido que me quede como la que hacía ella.
Tengo que reconocer que no recuerdo estas cosas muy a menudo, porque no me gusta volver la vista atrás, pero hoy me ha dado por allí. Será porque dentro de poco hubiera sido el cumpleaños de mi abuela y nunca he escrito de ella en este blog. Seguramente ella estará pensando que ya era hora de que me acordara de hacerlo. Pero las cosas hay que escribirlas cuando vienen a la mente y al corazón.
Ella ha sido una de las pocas personas por las que me he sentido valorada a lo largo de mi vida. Y se lo debía, hoy que me ha surgido hablar de recuerdos, recordarla a ella.
Ahora me pregunto qué pensaran mis nietas de su abuela, cuando mis cenizas ya estén esparcidas por el monte, me pregunto si habrán aprendido algo de mí, si recordarán algo especial y deseo con todas las fuerzas, ser para ellas algo más que alguien a quien ven de pascuas a ramos, o una visita pasajera. Me gustará que recuerden que cuando venían a mi casa y les encantaba hablar conmigo y contarme sus cosas; que nadaba con ellas en la piscina, que lo pasábamos en grande en la playa; que les ayudaba a hacer los cuadernos de vacaciones; que, cuando me veían después de una larga temporada, se colgaban a mi cuello y me daban el beso más grande. Espero que no recuerden mis defectos y que si los recuerdan, los comprendan.
En fin. Recuerdos, recuerdos y más recuerdos. Y todo por un sencillo olor a pan tomate.
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