martes, 18 de diciembre de 2012

FLO Y FLÍA (cuento)


     Vivía un gorrión, que se llamaba Flo,  en una región escondida del planeta, que pasaba la mayor parte del tiempo revoloteando por entre los árboles, volaba de rama en rama y su canto llegaba hasta las copas más altas. Su pareja, la gorriona Flia, vivía encantada con él, y se sentía tan contenta  viéndole tan feliz, que hubiera dado cualquier cosa porque esa felicidad fuera eterna.
     Pero nada en este planeta es eterno, ni tampoco la felicidad de estos gorrioncillos, que la vieron truncada un buen día, cuando menos lo esperaban. Flo tuvo un accidente y se le rompió una de sus alas. Intentó arreglarla, pero todos sus intentos fueron inútiles, Flía tampoco sabía como ayudarle y reparar el ala rota. Cuando pasaron unos días y el ala dejó de dolerle, intentó alzar el vuelo, pero todo fue en vano. Por más intentos que hacía, no le era posible levantarse ni un palmo del suelo.
     A pesar de que cada mañana se levantaba más temprano, para practicar más rato, el esfuerzo  no daba su fruto y su torpeza iba en aumento. El desánimo  se apoderó de Flo al no poder volar y Flía cada día estaba más triste de verle esforzarse inútilmente.
     Pasaban los días cada vez más despacio, y la tristeza de ambos iba en aumento. Cada mañana Flo, cuando despertaba, se colocaba frente un árbol y comenzaba a dar saltitos, como intentos desesperados por alcanzar una de sus ramas, pero cuantos más saltos daba, más se hundía en su pesar por no conseguir levantar el vuelo.
     Flía se le acercaba y con mimos y arrumacos le decía: “tienes el ala rota, ¿no te das cuenta?”. Pero Flo, ajeno a estas palabras, que escuchaba sin querer oír, se empecinaba cada vez más en un intento de demostrarse a sí mismo que todo era como antes. Pero ya nunca volvería a ser como antes. Y, aunque en el fondo lo sabía, se negaba aceptarlo y cada día pasaba largas horas dando saltos, intentando alcanzar las ramas de los árboles.
     Flía, se escondía para volar, porque no quería volar delante de él para que no sintiera pena, pero cuando estaba con Flo caminaba a su lado, dando saltitos, como él. Vamos a luchar juntos, le decía, para darle ánimos, pero él no respondía y seguía intentando subir a las ramas. Recordaba los tiempos en que podía hacerlo y se pregunta por qué le había pasado esto a él.  Pensar esto le daba fuerza para seguir dando saltos, cada día se esforzaba más, pero todo era en vano….totalmente en vano.
    Flía se escondía por los rincones para llorar en silencio, al ver que no podía ayudarle. Llegó un día en que a ella se le quitaron las ganas de volar y la tristeza comenzó a apoderarse de su corazón, y cada día que veía a Flo dando saltos junto al árbol, ella se hundía más y más. Temía que tanto esfuerzo, terminaría matando al gorrioncillo y no sabía cómo evitarlo.
    Pasaron los días, las semanas, los meses y todo seguía igual. Flo seguía dando saltos y Flía seguía llorando por los rincones, sin poder hacer nada. Incluso ella hacía tiempo que había dejado de volar. Un día, cuando Flo estaba en uno de sus intentos pasó algo extraordinario. Comenzó a dar saltos y más saltos y tanto afán puso que consiguió llegar a la rama del árbol, Flía no daba crédito a lo que estaba viendo, alzó el vuelo llena de emoción y se acercó a la rama.
     Por fin había conseguido su propósito y  el premio de tanto esfuerzo había llegado. Pero el precio que Flo había pagado había sigo demasiado alto. Cuando Flía llegó a la rama encontró a Flo semiinconsciente, tendido boca arriba, a punto de morir.

(Este cuento lo escribí en Marzo de 2009, aunque nunca ha sido publicado, es una alegoría que cada cual puede entender como quiera)

No hay comentarios: