jueves, 15 de diciembre de 2016

La leyenda de la diosa Culibilla (una de tantas versiones)


     
    Anayet y Arafita, eran unos dioses pirenaicos pobres, pero muy trabajadores y honrados, odiados por los otros dioses, pero a ellos no les importaba porque tenían algo que les hacía sumamente felices: su hija Culibilla.
     Culibilla era la criatura más encantadora de aquellas montañas, por su belleza y por su bondad. Tenía una capacidad innata para disfrutar de las cosas más pequeñas, sobre todo de sus amigas las hormigas blancas, las quería tanto que por ello llamó Formigal a esas montañas.
Cada día, adulada por sus pretendientes, poderosos y ricos, Culibilla los rechazaba
uno tras otro, y soñaba con el ser, capaz de enamorarla, no con su riqueza sino con la bondad de su alma.
Pero apareció Balaitus, locamente enamorado de ella. Poderoso, rico, temido por todos, nadie había osado nunca oponerse a sus deseos, porque si alguien lo hacía, él era capaz de desencadenar la tormenta más terrible, de lanzar los rayos más espeluznantes y destruir todo a su paso. Culibilla no le quería, porque sabía que no podría ser feliz con él, y lo rechazó. Balaitus, que no había sido rechazado nunca, montó en cólera y juró que la raptaría para hacerla suya.

Así que se presentó frente a Culibilla, ante la mirada horrorizada de las demás montañas, que ni se atrevieron a defenderla, y ésta viéndose perdida llamó a las hormigas blancas en su ayuda: “¡A mí, las hormigas!”, éstas empezaron a llegar de todos los rincones hasta que cubrieron a Culibilla por completo. Balaitus, que no daba crédito a sus ojos, dejó su presa.
Culibilla, en agradecimiento, se clavó un puñal en el corazón, para que todas las hormigas pudieran entrar en él: desde entonces es el forau de Peña Foratata.
Las gentes del lugar dicen que los que suben hasta allí, pueden oír los latidos de Culibilla. También dicen que no han vuelto a verse hormigas blancas, porque están todas allí, con ella.


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