El viernes de la semana pasada estuve en su entierro. Tenía 48 años y probablemente había conseguido de la vida todo lo que le era humanamente posible conseguir. Su modo particular de vivir la vida le convertía en una persona diferente.
La madrugada del jueves se marchó de repente y sin avisar, como si el tránsito de la vida a la muerte no fuera más que un paso más de su vida cotidiana, que continuará sin duda en el pensamiento de quienes le queríamos.
Requiescat in pacem.
1 comentario:
Para los creyentes,que vaya a un sitio mejor que el que tenia en vida,y para los que no sean religiosos,pues ya hizo su contribucion al mundo y los demas.
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