Revisando documentos en mi ordenador acabo de encontrar una carpeta que en su día llamé "silencios", la he abierto y estaba vacía. He pensado "es normal, una carpeta que se llama silencios, debe estar vacía" y va a seguir vacía para recordarme que aquellos silencios que nunca escribí están acurrucados en un rincón del alma. Allí donde esperan mil palabras para ser pronunciadas, esas mismas palabras que aquel día me negué a pronunciar.
Porque de silencios está llena la vida, de silencios que nos hacen madurar, o lo que es lo mismo, que nos vuelven más duros. Silencios que se van acumulando como capas de tierra que quieren enterrar etapas muertas. Silencios que solo entienden quienes han vivido las mismas experiencias. Silencios que no se pueden descifrar, que están llenos de contenidos ocultos, que hablan más de lo que dicen y saben más de lo que callan.
El silencio de la noche o de la madrugada, el silencio de las flores mojadas por la escarcha, el silencio de la tierra, le silencio de los colores, y también el silencio de las campanas. Porque en el ruido también habita el silencio. En el ruido de las tormentas, en el ruido de los ríos y de las cascadas, en el ruido de una mirada, de una boca callada o de una flor sola en medio del bosque. Porque el silencio también es ruido, valga la redundancia. En el silencio está el ruido de las palabras calladas, de las penas sufridas en soledad, de los sueños rotos, de las promesas incumplidas, de las heridas abiertas, del alma frustrada, de las ausencias. Y del mismo modo que una mirada silenciosa puede provocar el mayor de los ruidos, el mayor de los ruidos puede sumergirte en el silencio más atroz.
Ruido, silencio ¡qué más da!
Porque en definitiva esos silencios sin escribir y esas palabras sin pronunciar, siguen escapando de mis manos, negándose a ser encerradas en una carpeta que se llame silencios. Así que las seguiré guardando en un rincón del alma, allí donde no puede llegar nadie......ni nada.
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