Cada vez que se habla de algún tema que encierra polémica, lo más difícil de todo es hacer críticas con total objetividad. Muchas veces corremos el riesgo de quedarnos con lo superficial, que normalmente es más resaltado por los medios de comunicación.
Por poner algún ejemplo me referiré a la controvertida reforma sobre la ley del aborto. Cuando se habla de este tema nos vienen a la cabeza esas imágenes, difundidas por algunos medios, de mujeres manifestándose y gritando como energúmenas, a veces incluso con el pecho al aire para dar más fuerza a sus argumentos, aunque no puedo entender que para hacer valer una idea o un derecho haya que enseñar las tetas. Creo que estamos perdiendo el norte.
Pero lo que no se ve son los miles de personas que, lejos de esas imágenes, sufren o meditan con respecto a este tema. No son personas superficiales, muchas veces son gente con verdaderos problemas intentando hacer frente a una situación. No creo que la mayoría de las veces esas personas tomen sus decisiones de manera superficial. Ni creo que nadie aborte por capricho.
Por poner otro ejemplo, hace unos días el gobierno de Bélgica ha despenalizado la eutanasia infantil y en algunos círculos se han rasgado las vestiduras. Creo que hay que profundizar en este tema sin quedarnos en las meras apariencias. Es muy fácil ver los toros desde la barrera y tener un juicio "objetivo" cuando ese niño enfermo no es el nuestro. Hay que salvaguardar al menor, dicen. Pero ¿de verdad creemos que los padres que tengan que decidir sobre un hijo terminal de dos años, no lo van a hacer? ¿Nos hemos parado a pensar qué haríamos nosotros si nos viéramos ante una situación como esa? ¿Qué haríamos si un hijo de doce años nos pidiera que lo desconectásemos de una máquina?
Y no vale pensarlo fríamente, porque este tema, como muchos otros temas, son profundamente delicados y nunca sabremos qué haríamos de verdad, hasta que de verdad nos llegara el momento de tomar la decisión.
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