martes, 25 de marzo de 2014

Cabellos blancos

Dicen y es verdad que la experiencia es la madre de la ciencia. Y parafraseando el refranero "más vale el diablo por viejo que por diablo", que viene a ser lo mismo. O sea que cada uno es "cada uno y sus circunstancias". 
Y nunca mejor dicho porque las circunstancias nos van modelando poco a poco, aunque sin darnos cuenta, hasta que un buen día nos decimos a nosotros mismos "¡cómo diablos, habré llegado  aquí"! y repasando esa lista interminable de circunstancias, nos damos cuenta de que ellas han tenido la culpa de todo. 
A menudo me pregunto qué hubiera sido de mi vida si mis circunstancias hubieran sido otras y me canso de pensar antes de encontrar una respuesta. 
Será por aquello de que todos vivimos circunstancias diferentes, que a veces nuestras relaciones sociales más parecen una jaula de grillos, que un espacio donde viven personas civilizadas ¿Por qué nos costará tanto ponernos en el pellejo del otro para entenderle? Y es que claro, todos pensamos que las nuestras, son las únicas circunstancias que existen, o por lo menos las más dignas. Esa maldita manera de subestimar al otro nos impide entenderle.
Aprender de la experiencia no es tan fácil como parece, de hecho hay personas que nunca logran aprender de sus experiencias, porque su inteligencia emocional es cero, o sea que son incapaces de reflexionar,  o porque son ciegas de mente, o porque son olvidadizas, que también podría ser. Que ya lo decía Aristóteles,  que la experiencia se da gracias a la memoria
Lo que ocurre es que hay experiencias que no se pueden olvidar tan fácilmente y quieras o no, las tienes allí presentes para recordarte donde metiste la pata la otra vez y donde no debes meterla, que seguramente la volverás a meter; porque ya lo decía Franklin P. Jones,   la experiencia es algo maravilloso que nos permite reconocer un error cada vez que lo volvemos a cometer.  Porque somos tan burros a veces que da igual lo que sepamos por momentos ya vividos, que podemos volver a caer en las mismas trampas una y otra vez, como si la experiencia solo fuera un recordatorio arrinconado en un armario como un trofeo, al que ni tan siquiera recordamos quitar el polvo.
¡Eso sí! hablar lo que se dice hablar de las experiencias hablamos un rato, pero de las experiencias de los demás, no de las nuestras. Y como simples observadores de vidas ajenas nos permitimos el lujo de criticar, cuestionar y juzgar comportamientos que no seremos capaces de entender aunque vivamos cien años más.
Y es que el ser humano es así de complicado, la viga de nuestro ojo no nos deja ver la mota en el ajeno, pero nos la inventamos para darle morbo al asunto. 
Podría hablarse mucho más sobre este tema, pero prefiero  terminar que si se sabe más por viejo que por diablo,  Edgar Allan Poe tenía razón cuando decía que los cabellos blancos son los archivos del pasado.


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