No se si os habrá pasado alguna vez que de repente os ha invadido un terrible cansancio que minaba todas vuestras fuerzas. No hablo de cansancio físico. Hablo del cansancio tipo tirar la toalla; del cansancio tipo me consume la soledad. Tampoco me refiero a la soledad de compañía; me refiero a la soledad interior allí donde te sientes incomprendida, sola ante el peligro. Allí donde solo tú sabes qué está ocurriendo.
Hablo de ese cansancio de haber creído derrotado el monstruo y verle aparecer de nuevo; de ver regresar el cartero que siempre llama dos veces, aún cuando tenías la esperanza de que no lo hiciera.
Y solo con pensar en volver a batallar las mismas guerras te angustia porque ahora si que sabes de qué va.
Y te miras las manos y están viejas; y consultas tu energía y ves encendida la luz roja ¡Cuidado a punto de agotarse, conecte de nuevo a la red!
¡Ojalá fuera tan fácil como conectar a la red! te dices.
Mientras tanto ha llegado un nuevo día. Un día más. Aguanta un día más. Te convences de que solo será un día porque si sospecharas que fueran más te hundirías. Irremediablemente esperas el milagro que nunca llega. Mientras, pasan otros días que también son un día más. Y nada.
Esperemos un poco, tengamos paciencia. Acudes al refranero. No hay mal que por bien no venga; no hay mal que cien años dure; mañana será otro día.
Eso digo yo, otro día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario