Se llamaba Duque, tenía dos años y medio. Era un beagle de mirada penetrante y porte elegante. Y digo era porque nos dejó hace algo menos de dos semanas. Una enfermedad que no le dio tregua se lo llevó en pocos días.
Era uno de los perros de la cuadrilla del parque de Almenara, donde a diario nos juntamos. Los que no conviven con perros no pueden entender el cariño que se les coge y que cuando mueren dejan un vacío difícil de explicar.
A Duque, a pesar de su escaso tamaño, los beagles no son muy grandes, se le veía llegar desde lejos y poco a poco, como el que no quiere la cosa, se colocaba a tu lado y te miraba con esos ojos insistentes nada difíciles de descifrar: quería su chuchería; luego se ponía a caminar como si nada, a olisquear los rincones del parque y a jugar con los otros compañeros de manada. A veces prefería estar solo; era algo independiente, pero no por eso menos interesante.
Desde la tarde que supimos que no le veríamos más andamos todos algo compungidos y cabizbajos porque no nos lo creemos todavía.
A veces en el parque se nos va la mirada hacia la puerta por donde solía a entrar, quizá con la esperanza de verle de nuevo. Y aunque sabemos que nunca más cruzará esa puerta, tenemos la certeza de que seguirá siempre en nuestros corazones. Duque ha dejado su hogar vacío y el parque muy triste, aunque el recuerdo lleno de muchos momentos bonitos.
A veces en el parque se nos va la mirada hacia la puerta por donde solía a entrar, quizá con la esperanza de verle de nuevo. Y aunque sabemos que nunca más cruzará esa puerta, tenemos la certeza de que seguirá siempre en nuestros corazones. Duque ha dejado su hogar vacío y el parque muy triste, aunque el recuerdo lleno de muchos momentos bonitos.
Duque, tus amigos de manada, Luna, Aquiles, Oto, Chula, Daima, Cata, y tantos otros, quieren decirte, allá donde estés, que el parque no será lo mismo sin ti.
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