domingo, 15 de octubre de 2017

Reflexión de un domingo cualquiera.

Han pasado más de tres meses desde mi último post en este blog y me he dado cuenta de que ya me estaba pidiendo de comer. Ando metida en otras obligaciones, de esas que dan trabajo y nada de dinero, pero los que me conocen ya saben como soy. Mis hijos me dicen a veces que me meto en berenjenales que, podría evitar y en parte tienen razón, pero solo en parte.
Resulta que las personas somos un cúmulo de circunstancias y un conglomerado de situaciones que nos han hecho ser como somos. Los hijos, normalmente, no comprenden a sus padres más que en su faceta de padres, como si no fueran nada más; olvidan a menudo que somos personas, con las características de cualquier persona. Seres que necesitamos reír, llorar, divertirnos, ser comprendidos, añorados. Ellos tienen que entender que tenemos que ser como somos, además de padres o madres, tener amigos, relacionarnos, hacer cosas que nos realicen como personas completas. Esos son los berejenales donde me meto, aquellas cosas que me hacen sentir bien. 
Pues bien. debido a esos berenjenales he tenido olvidado mi blog. 
Ya que he empezado a hablar de hijos, voy a seguir. Siempre he dicho que se aprende mucho de los hijos; ellos nos enseñan la evolución de las cosas, el progreso de las cosas más modernas. Ellos nos enseñan a negociar, casi inconscientemente, como sin quererlo. Pero lo que más nos enseñan es a olvidarnos de nosotros mismos.
 El otro día lo comentaba con una amiga, que desde que tienes hijos es como si dejaras de existir, porque todo lo que te espera desde entonces, es para esos hijos. Siempre he tomado decisiones importantes para procurarles bienestar; mi mayor obsesión de ahora es  querer que estén bien, que sean felices. Y son mayores ya; pero es que un hijo no se acaba nunca; es como una enfermedad crónica que no tiene cura, en el mejor sentido de la palabra. Espero que si alguno de mis hijos lee esto, que no lo sé, sepa entenderlo. 

También tengo que decir que todas esas decisiones que he tomado para favorecerlos no siempre me han salido bien, ni han tenido las consecuencias que yo esperaba. Pero es que la vida es así; un camino que no figura en ningún mapa, sin ningún tipo de indicaciones sobre cómo recorrerlo.
La vida es como ir monte a través, por donde tu vas haciendo camino, sorteando obstáculos unas veces, disfrutando del paisaje otras, sintiéndote rendido por el cansancio cuando no sabes por dónde ir; disfrutando al descubrir esas cosas estupendas que te ha ido ofreciendo ese camino. 
Lo que más me sigue obsesionando ahora es que mis hijos estén bien, que tengan salud,  que sean felices y buenas personas, que lo son. No han tenido una vida fácil, no hemos tenido una vida fácil; pero han sabido luchar, hemos sabido luchar. 

Nunca les digo lo orgullosa que me siento de ellos, con sus valores, que los tienen; y sus defectos, como los tenemos todos. Pero sí, me hacen sentir orgullosa, aunque solo vean mi faceta de madre y no se den cuenta de que también soy persona; supongo que como la mayoría de los hijos. En el fondo siempre he pensado que los hijos no conocen a sus madres, por este motivo. Solo somos madres, nada más. Supongo que como nos ha pasado a todas las madres, con las nuestras. Ley de vida será. Será eso. 



1 comentario:

unjubilado dijo...

Tienes mucha razón y otra cosa, estás guapísima en la foto.
Un abrazo