miércoles, 24 de octubre de 2012

Se me ha perdido la cintura (tercera parte)

Había pasado tiempo y María Calamidad no conseguía adelgazar ni mal ni bien. Las largas semanas que había invertido en documentarse sobre toda clase de dietas, no le habían servido  para nada. Delante de ella, apilados en un enorme montón, estaban todos los folios que había escrito con sus conclusiones. La lectura de decenas de revistas no habían hecho sino  atormentarla todavía más. Era imposible hacer todo lo que aconsejaban esos expertos, que semana tras semana publicaban sus artículos en cada una de ellas.
        A menudo se repetía que eran necesarias tres vidas para llevan a cabo todos esos consejos. ¡Cinco raciones de fruta y tres de verdura al día!. Eso suponía alimentarse solo de fruta y verdura, porque ella tomaba esas cinco raciones sí, pero a lo largo de una semana. ¡Dos yogures desnatados al día para perder grasa del abdomen!. Vaya presupuesto, pensaba, ella se tomaba uno e iba que se mataba. ¡Seis nueces, un puñado de almendras, dos higos chumbos, cincuenta gramos de hígado de bacalao, un té verde, otro rojo, dos litros de agua, 250 gramos de pan. Tres raciones de pescado a la semana. ¡Dios mío, solo tres raciones!¿No decían que era  tan bueno el pescado? Carne roja casi ni probarla ¡Menos mal que no pasaba  pena por la carne! Mejor carne de pollo o de conejo, que si tenía  menos calorías, que si era  más magra.Pero entonces ¿dónde queda aquello de las hormonas de los pollos, tan nefastas para la salud? 
De las especias, mejor no hablar, porque meterse en este mundillo era un caos para ella. No debía faltar de la despensa de todos los hogares un poco de curry para adelgazar, de mostaza para  quemar grasa, de  albahaca para  mejora el tránsito intestinal, de canela para  activar  la eliminación de grasa, de limón porque ayuda a eliminar las toxinas, de perejil porque patatín y de otras muchas especias porque patatán. Eso por no hablar de toda clase de tés, buenísimos para casi todo.
Resumiendo que María Calamidad  llevaba tal  follón en la mente,  que no sabía por donde empezar. Porque las endivias y la piña facilitaban la eliminación de líquidos, lo mismo que el pomelo; que si las zanahorias para la vista; que si aguacate y   granada  para protegerte del cáncer; que si el café para reducir el riesgo de infarto; que si el caqui  para fortalecer  las defensas; que si la alcachofas para depurar el hígado; que si una manzana al día para mantener el colesterol a raya;que si un higo al día para el tránsito intestinal; que si el brócoli  para proteger el corazón; que si la sardina también, lo mismo que el chocolate, que tomando  una onza tres veces al día  generabas  endorfinas y eso  te ayudaba  a cumplir la dieta;que si  legumbres con verduras para cuidar las arterias; que si la avena era buena para esto, que si la soja para lo otro; que si poco azúcar, poca grasa, nada de fritos y menos sal. 
Y mientras  María Calamidad repasaba todos sus apuntes sobre todo tipo de dietas, se iba sintiendo más agobiada y la meta de perder esos kilos de más se alejaba a pasos agigantados. 
Tenía que tomar una decisión o esas dietas acabarían con ella. Se miró en el espejo de la cómoda, su cintura seguía sin aparecer. Y del mismo modo que te encuentras con un premio de consolación, ella encontró de repente la solución. ¡Qué narices! se dijo a sí misma. ¡Vale más tener que desear, que se chinchen las flacas!
Luego se dirigió a la cocina, abrió la nevera y no encontró  ninguno de esos productos  aconsejados por las dietas maravillosas, pero no estaba dispuesta a quedarse sin almorzar. ¡Realismo, ante todo realismo! (pensó)  ¡El que come lo que tiene no está obligado a más!  Y se untó una enorme rebanada de pan con sobrasada mallorquina y queso azu,l espolvoreada  con almendras, que sentó a su ego divinamente. Era una mujer afortunada. 


        

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