martes, 30 de octubre de 2007

Brindis entre la nieve (relato)





Ha transcurrido mucho tiempo desde que aquellas vacas nos acorralaron en lo alto del Puerto aquel día de Junio. Pero, como él es como es, no ha podido evitar la tentación de verse metido en otros sucesos "majicos". Tan majos como cuando el lada nos dejó tirados en medio de la nieve. Los hechos ocurrieron de la siguiente manera.
"Transcurría el mes de Febrero y a pesar de que hacía frío por causa de las recientes nevadas, no se le ocurrió cosa mejor que invitarme a dar un paseo por el monte en su cuatro por cuatro. Así que cuando salí de trabajar, porque claro él seguía sin dar golpe, a eso de las cuatro de la tarde me propuso irnos monte arriba para ver un paisaje que conocía y que era maravilloso.
Acepté, porque me encanta el monte, aunque me pareció que era algo tarde, ya que en Febrero anochece a eso de las seis de la tarde, pero ante su insistencia no me pude negar. Él puso algo en la parte trasera del vehículo, que hasta mas tarde no supe qué era; a continuación iniciamos la marcha. Hasta aquí todo iba bien.

LLegamos a la verja donde comienza la pista que habría de llevarnos al mágico lugar. Comenzamos el ascenso por entre piedras, pedruscos, baches, ramas y demás cosas maravillosas que hay en los caminos de los montes. Como he dicho antes, había nevado hacía pocos días y todo estaba precioso. ( La verdad es que mi amigo tiene ideas geniales).

Después de unas cuantas curvas, saltos, botes y sobresaltos, cuando ya empezaba a tener la espalda y el trasero algo doloridos, la nieve comenzó a hacerse mas espesa y su grosor preocupante. Yo me inquieté algo pero mi amigo me tranquilizó "no te preocupes que vamos en todo terreno". Así, que como le tengo una fe ciega, dejé de preocuparme y seguimos hacia arriba.
Nos encontramos con otro vehículo que, misteriosamente, tomó una pista que descendía mientras nosotros seguíamos subiendo (eso me hizo pensar). Le dije que sería mas seguro descender en lugar de subir, pero claro, como es mas terco que una mula, prefirió seguir adelante.
La nieve era cada vez mas espesa y abundante (hasta un punto preocupante diría yo), pero como le veía tan decidido me callé. Estábamos rodeados de pinos por todas las partes, hermosos pinos cubiertos de nieve. La pista cada vez era mas sombría y el grosor de la nieve bastante abultado. No se veían huellas ni de animal, ni de persona. De nuevo eso me hizo pensar. Comencé a preocuparme. El vehículo hacía ruidos raros, como si por debajo se rozara con algo.

De repente se quedó parado y si la memoria no me falla me atrevería a decir que las ruedas se quedaron suspendidas en el aire, mientras que la panza de vehículo se apoyaba sobre la nieve. Nos habíamos quedado atascados.
¡Ya le podía dar marcha al motor ya! que como no saliera volando lo teníamos francamente difícil.
Después los dos descendimos del cuatro por cuatro y nos pusimos a mirar alrededor, como queriendo encontrar una rama lo suficientemente grande como para sacarnos del atolladero. Pero en eso estaban pensando las ramas, en dejarse ver, con lo abrigaditas que estaban debajo de la gruesa capa de nieve.
Después de hacer varias intentonas sin éxito, mi amigo se dirigió a la parte trasera del coche, levantó el portón y sacó algo. Pensé que había ido a buscar alguna herramienta que nos sirviera de ayuda. Pero estaba equivocada. Cuando ví lo que llevaba en las manos me quedé atónita. Se dirigió hacia a mi y me ofreció una copa de esas para beber cava, pensé que se estaba yendo del bolo pero no. En la otra mano, que escondía tras su espalda, llevaba una botella de cava. Ante mi sorpresa llenó mi copa, me propuso un brindis por el paseo maravilloso y, aunque no conseguimos llegar al lugar previsto, nos sentimos satisfechos de poder contemplar aquel paraje. Por supuesto, los árboles seguían escondidos bajo la nieve, pero en ese momento eso no importaba mucho. Después hincamos la botella en la nieve, que se convirtió en una cubitera improvisada y perfecta.


A todo esto las ya débiles luces de la tarde estaban empezando a ceder el paso a la oscuridad y, como no era nuestra intención quedarnos tirados en aquella pista ( por supuesto que no se nos había ocurrido coger una linterna), nos terminamos de beber la botella de cava (y claro, sin comer nada, a mí me estaba empezando a hacer efecto, no solo por las ganas de hacer pis, sino por la risa que me entró y la juerga que llevaba encima) y nos rendimos a la evidencia poniéndonos a caminar, esta vez monte abajo; porque abajo, muy abajo quedaba Biescas, donde vivíamos.
Yo por lo menos llevaba botas pero él llevaba zapatos de vestir ¡así que imaginar el numerito!. A mi solo de pensar lo que nos había ocurrido, me entraba la risa y bajé durante todo el rato soltando la carcajada. Él se reía al verme mientras seguíamos caminando (menos mal que era cuesta abajo). Con tanta risa y cachondeo a dos por tres me entraban ganas de hacer pis, así que a dos por tres montando numeritos en la oscuridad mientras él se carcajeaba a mi costa.

Después de caminar durante una hora y media (seguíamos riéndonos por supuesto) llegamos a Biescas sanos y salvos (aunque claro, como el oso pardo está extinguido, las probabilidades de que nos pasara algo eran mínimas, y si no para eso le tenía a él que seguro que hubiera vuelto a salvarme como cuando me protegió con su cuerpo de aquellas enormes vacas).
Dos semanas mas tarde, cuando la nieve se había derretido bastante, tuvimos que recorrer el mismo camino a la inversa, o sea, subimos caminando hasta donde se había quedado el vehículo (por voluntad propia) para poder recuperarlo. Y allí estaba esperándonos, como si tal cosa, impasible en medio de la pista forestal sano y salvo. Ya solo fue cuestión de un par de maniobras (hechas por mi amigo que es muy agudo) y salió del atasco rápidamente.
Así que, satisfechos por aquello, nos volvimos a Biescas y tengo que decir que después de un año, todavía seguimos contándolo. Desde entonces me pregunto a menudo cuál será nuestra próxima aventura. Y de una cosa estoy segura, que las contrariedades no consiguen jamás que dejemos de disfrutar de las pequeñas cosas de la vida.

Sofía Campo Diví





2 comentarios:

Anónimo dijo...

Febrero, en Biescas y subiendo con nieve es una idea de lo más pintoresca, claro que podría haber sido peligrosa si se hubiera echado la niebla y os despistáis y aparecéis en Ainielle.
"Las ruedas se quedaron suspendidas en el aire, mientras que la panza de vehículo se apoyaba sobre la nieve", es cierto eso nos pasó con un Land Rover y pese a que teníamos una tabla y quitábamos la nieve como podíamos, tuvimos que terminar por subir unos 200 metros andando y cargados con aparatos de medida hasta una estación de radio en Codos (Zaragoza). Al día siguiente nos vinieron a sacar con un quitanieves.
Saludos

Anónimo dijo...

El romanticismo acaba con los problemas que se nos plantean a diario.
Imagino la escena brindando con cava, rodeados de nieve, en silencio, y partidos de risa en unas circunstancias aparentemente negativas.
Felicidades a los dos por haber vivido ése momento. ¡Qué envidia!.