Ayer escuché en un canal de televisión decir a un personaje ilustre, que había que resaltar más el derecho a la reivindicación, que la gente se queda en el conformismo, apoyada en una pasividad absoluta, sin hacer nada por defender los derechos que a menudo pisan otros.
Y es verdad muchas veces permanecemos quietos ante situaciones que merecen una queja. Da la sensación de que a este país solo le importa el fútbol, y entonces, venga partidos de fútbol para tenerle contento. Mientras, sigue aumentando el paro, siguen subiendo los precios, siguen las prohibiciones: que si no bebas, que si no corras, que si no fumes. Al final habrá una ley que nos diga cuándo debemos besar a nuestra pareja, o cuando debemos ir al retrete, o cuántos pasos debemos dar para recorrer cien metros, con el fin de ahorrar eso sí.
Pero en lo que no debemos ahorrar es en reivindicaciones, aunque estamos tan acostumbrados a permanecer quietos que, cuando una persona reivindica algo se le critica hasta la saciedad, se le acusa de mal meter y cosas peores. Pero los impasibles son quienes deberían meditar un poco y unirse a la lucha por la verdad, por lo justo. Pero no, es mejor seguir apoltronados, y pensar que nuestros movimientos no sirven para nada, mientras, eso sí, vemos el partido de turno.
Reivindiquemos el derecho a reivindicar, valga la redundancia, el derecho a no permanecer quietos, a no dejarnos pisotear, a hacer saber la verdad de las cosas que pasan en el entresijo de la vida de una villa, pueblo o ciudad. Reivindicar no es malo, aunque algunos digan lo contrario y se empeñen en que permanezcamos quietos frente a los televisores, mientras ellos se asoman a las ventanas y deciden a quién o cómo van a despedazar ese día.
Es posible que un día todos seamos capaces de reivindicar. Y mientras ese día llega, que al menos dejen, que algunos lo hagamos.