Un andador avanza chirriando por el pasillo de la quinta planta del hospital, el ensordecedor ruido hace que cuantos nos encontramos cerca, volvamos la vista hacia él. Una mujer mayor lo empuja con paciencia mientras recorre el largo pasillo. A nadie se le ha ocurrido nunca engrasarle las ruedas y un día tras otro el chirrido metálico hace su salida a escena para interpretar el paseo de todas las tardes, un melódico paseo.
El ir y venir de la gente pasillo arriba, pasillo abajo, acompañando a sus familiares enfermos, forma parte de una estampa de calendario, donde se entremezclan personas, objetos, sensaciones de todo tipo. Pero hay una sensación que se impone a todas las demás, porque debería haber más silencio, ya que se trata de un recinto hospitalario. Y sin embargo el ruido que hay por todas las partes, sobre todo voces que se imponen a fuerza de alzarse, nos hace olvidar por momentos que estamos en un hospital, donde personas convalecientes intentan descansar y recuperarse de sus dolencias. Y cuando lo piensas te invade una sensación de contradicción que no puedes explicar. Y más cuando esas voces que se imponen a fuerza de elevar el tono, la mayoría de las veces son del personal sanitario.
Ya en la UCI extraña que dicho personal hable tan alto y no se contenga a la hora de contarse las vacaciones, sin tener en cuenta que a quienes ocupan los boxes no les importa lo más mínimo dónde, cómo y cuándo han pasado las vacaciones, que solo quieren poder dormir, descansar en un ambiene tranquilo y que por encima de todo solo desean abandonar cuanto antes tan ruidoso ambiente.
Pero al salir de la UCI y llegar a la planta correspondiente enseguida se dan cuenta de que no se ha terminado la pesadilla, que los gritos continúan. A las seis de la mañana, cuando mejores sueños deberían tener, llega la del termómetro dando voces, como si fueran las cinco de la tarde, o la del zumo de las doce de la noche, que tres cuartos de lo mismo, por poner dos ejemplos. Pero el ruido sigue por los pasillos y de continuo.
Y no hablemos de las visitas, que algunos no deben de leer los carteles que hay por todas partes de "solo dos personas por paciente" porque hasta ocho personas he podido contar en varias ocasiones acompañando a un paciente dentro de la habitación, sin que nadie les llame la atención; y sin embargo cuando ingresó mi jefe, gran amigo y algo más, la segunda vez y a la mañana siguiente fui a llevarle el neceser antes de las doce, (momento en que se puede subir a las habitaciones por norma)( porque pensé que sobre todo cuando estás enfermo tienes que cuidar más la higiene) una señora que debía ser la supervisora me dijo que no era horario de visitas, al responderle que solo llevaba un neceser para su higiene, me dejó pasar con la condición de que saliera enseguida. Hasta aquí todo bien si no fuera porque al llegar a la habitación me encontré para mi sorpresa que el paciente de la cama tres tenía una visita de cinco personas, que no entiendo qué habrían hecho para colársele a la supervisora; yo era una y me cazó, pero ¡cinco!
Tuve que salir como se me había sugerido, después de entregar el neceser, pero esos cinco se quedaron allí como si tal cosa, luego estuve a punto de preguntarles cuántos jamones les había costado que la señora del control hiciera la vista gorda a su paso, pero no lo hice porque en el fondo me daba igual la respuesta, todos sabemos lo que pasa con estas cosas. En definitiva contradicciones hospitalarias de las que podíamos escribir un libro.
PDT. Se ruega al personal sanitario de los hospitales en general que hablen más bajo, sobre todo por la noche y que no olviden que los pacientes de la habitación contigua a la centralita, también necesitan descansar, es su derecho, den ejemplo y bajen las voces, así que las batallitas se las callen o se las cuenten más bajo.
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