Las personas son como los caminos, que discurren por lugares diferentes, pero un día, sin saber por qué se cruzan en una extraña coincidencia y viajan paralelos. Y todo discurre con la mayor de las calmas y el uno al otro se preguntan por qué no coincidieron antes, pero no hay respuestas. Sencillamente, la vida es así de caprichosa y provoca encuentros que nunca hubiéramos sospechado. Pero al igual que los senderos de los montes, el camino de las personas puede variar el rumbo en cuestión de milésimas de segundo, las milésimas que cuesta un beso, las de una mirada, las de un gesto, las de un tropiezo. Instantes vividos por sorpresa, que cambian nuestra vida y nos llevan por donde nunca hubiéramos querido ir. Y cuando nos preguntamos por el porqué, nos damos cuenta de que no hay respuestas, de que la vida es así de cruel y hace con nosotros lo que le dicta su antojo, sin que nos atrevamos siquiera a llevarle la contra.
Y un día, nos despertamos por la mañana con la sensación de haber despertado de un sueño, miramos a nuestro alrededor y estamos solos, los senderos han desaparecido, los suspiros, las caricias, los besos, los tropiezos, las miradas. Todos esos instantes de felicidad se han volatilizado para siempre. Miramos en nuestro entorno y desconocemos cuanto antes nos era familiar, nos sentimos perdidos en medio de un bosque, tan lleno de maleza y sombras oscuras, que somos incapaces de encontrar el camino de regreso. Y es que, ya no es posible regresar, no hay otro remedio que seguir adelante en busca de un claro en el bosque, que guíe nuestros pasos.
Algo por dentro nos dice que si somos constantes, encontraremos de nuevo otros instantes, que nos llenen de felicidad en otros caminos escondidos, todavía por descubrir. Pero sentiremos la necesidad de volver sobre nuestros pasos, intentando rescatar viejos recuerdos que nos mantendrán la llama encendida. Pretenderemos llenar nuestro espacio con sus frases pronunciadas no hace mucho, con sus proyectos incumplidos, con sus sueños rotos, con su ilusión de vivir derrumbada.
Cuando descubramos los nuevos caminos, atravesemos encrucijadas, y nos adentremos en otros bosques sombríos, subiendo montañas, atravesando ríos, bajando barrancos. Solo entonces sabremos que los caminos aparecen y desaparecen, al antojo despiadado del destino, por una única razón. Por la vida misma. Será entonces el momento de hacer nuevas preguntas, que quedarán definitivamente sin responder. Todos los porqués se sumergirán bajo los ríos, escondiéndose entre los pedruscos, a la espera de que nuevos caminantes con los pies descalzos los descubran y vuelvan a decirles ¿por qué?.
Pero aunque esos porqués fueran respondidos, ninguno de ellos nos devolverían los caminos perdidos, por donde solíamos pasear al atardecer.