Se llamaba Marqués, aunque casi siempre le llamábamos Qués. Era un perro resultado de un cruce de un perro lobo y una perra pastora del Pirineo. Cuando nos lo dieron, con apenas unos días de vida, me cabía dentro de una mano. Y como yo era la que más tiempo le dedicaba, él me adoptó como ama y no se separaba de mi ni un instante.
Era negro, con algunas manchas blancas y a pesar de ser perro lobo, era cariñoso y sensible. Aunque es verdad que aullaba por las noches, cuando tenía pesadillas. Cuando llegamos a Zaragoza, tras un viaje en que no salió de mi mano, estaba algo asustado. Era normal, acababan de separarlo de su madre (y de no ser así le hubieran matado)y la echaba en falta todavía. al principio no quería la leche que le daba con el biberón, pero poco a poco se fue acostumbrando a ella y la aceptó finalmente.
Como estaba algo asustado los primeros días dormía a los pies de mi cama, sobre una esquina de la colcha, luego le hice un rincón en mi habitación y cuando se hizo mayor lo saqué de la habitación y dormía en el pasillo de casa. Cada noche, cuando yo me iba a dormir, me acompañaba hasta la habitación, yo le hacía unas carantoñas y luego cerraba la puerta;segundos más tarde escuchaba cómo se acomodaba en el suelo, justo al otro lado de mi puerta. Todavía recuerdo una noche de fin de año, cuando mi hermano mayor intentó abrir la puerta para cogerme un cigarro, y Qué se puso a gruñir impidiendo su entrada en mis dominios. Era un auténtico perro guardián, el butanero y el cartero le temían. Y cuando venía a casa algún desconocido teníamos que meterlo en otro cuarto, porque delimitaba su territorio con aullidos y ladridos. El resto del tiempo era un perro tranquilo, eso si, cuando comía nadie podía acercarse a él, porque volvía delimitar territorios y a ladrar, enseñando los dientes. Y estaba acostumbrado a comer de todo, lo mismo comía ensaladilla rusa, que lechuga, que bocaditos de nata, que le encantaban, es decir, comía lo mismo que nosotros, le habíamos acostumbrado a ello desde chiquitín.
Yo le sacaba a pasear todos los días, o mejor debería decir que él me sacaba a mí, porque no era yo la que tiraba de él, sino él quien tiraba de mi; se había hecho mayor y con apenas doce meses se me apoderaba. Al poco tiempo de cumplir el año, lo tuvimos que llevar a la casa de Jaca, donde tenía más espacio para sus movimientos y gozaba de más libertad. Pero allí se sentía solo y se escapaba a menudo, aunque siempre volvía a su caseta. Y como hay gente mala en todas partes, un buen día alguien, cuyo nombre no digo por respeto a sus descendientes, que no tuvieron nada que ver, llamó a la perrera y lo mandó matar. He vuelto a ver en varias ocasiones perros que se le parecen, es posible que sean descendientes suyos.
En aquella ocasión los operarios de la perrera de Jaca, cuando recibieron orden de matar a Qués, no se molestaron en averiguar si la persona que lo mandaba era el propietario, que no lo era. Si lo hubieran hecho es posible que Qués hubiera tenido mejor vida por muchos años, es posible que siguiera vivo ¡quién sabe!. Esperemos que estos operarios hagan ahora mejor su trabajo y se cercioren antes de cumplir ordenes de quienes no deben.
A veces, cuando veo sus fotos, todavía recuerdo cuando le enseñé a dar la patita, a abrir las puertas, a pedir pis, a sentarse, etc.....pero sobre todo recuerdo su fidelidad. Desde este blog le brindo este post a mi querido Qués, por los ratos divertidos que pasamos juntos.
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