lunes, 3 de noviembre de 2008

Un huevo en mi bolsillo


Ha pasado mucho tiempo y aunque ella recuerda el hecho como una cosa cómica, cuando ocurrió, no le hizo ninguna gracia. María Calamidad tenía entonces seis años y comenzaban a despuntar en ella sus dotes de cocinera. Ocurrió una noche, cuando su madre estaba agobiada de trabajo, que ésta le preguntó si se atrevía a ayudarla a hacer la cena. Ella, que no sabía dónde se metía, por su corta edad y por las ganas que tenía de enredar en la cocina, le dijo que sí.
Por aquel entonces en aquella casa se cocinaba en una vieja cocina de esas antiguas de hierro, redondas, a las que se les echaba carbón por una especie de abertura colocada en la parte inferior, que en la parte superior tenían algo llamado “fogón”, donde se colocaban las cacerolas de guisar y demás artefactos al efecto.
Pues bien Calamidad, que no sabía dónde se metía, como he dicho antes, lo preparó todo para hacer la cena de aquel día. El menú, entre otras cosas, eran tortillas francesas, hasta un total de unas cinco unidades aproximadamente. Se colocó los huevos en un lugar aparente y su madre le explicó el método haciendo la primera tortilla. Junto a ella estaba su hermana menor, que también quería participar en el experimento. Ambas se pusieron sendos delantales y se pusieron a la faena.
La cosa iba bien y cuando Calamidad lo estaba pasando genial, creyéndose una gran cocinera, ocurrió la catástrofe. Comenzó a llorar desconsoladamente mientras sus hermanos se reían a carcajadas. Ella, que no entendía la reacción de sus hermanos, lloraba más y más. Su madre, alertada por el alboroto y al verla llegar al comedor, donde ella cosía, sujetando el bolsillo de su delantal, se dio cuenta de lo que acababa de pasar y comenzó a reír al mismo tiempo que la abrazaba. Mientras su madre la consolaba, ella le intentaba decir entre hipo e hipo, que se le había caído un huevo dentro del bolsillo. La niña, que no acertaba a captar la magnitud de lo sucedido y pensaba que había hecho una barbaridad, se sintió aliviada y dejó de llorar. Pero durante mucho tiempo ella siguió pensando que era un crimen que uno de los huevos hubiera terminado de esta manera. Sus hermanos, aunque han pasado muchos años, todavía recuerdan esta anécdota y le toman el pelo. Y la cosa no fue a más, porque desde ese día cada vez que tocaba tortilla, las hacía ella. Será por esto que la cocina fue desde entonces una de sus aficiones favoritas. Años más tarde se especializó en croquetas y en empanadillas y paellas, y la cosa no tendría importancia si no fuera porque eran once de familia. Pero eso es materia de otra historia (cómo Calamidad aprendió a hacer paellas).

2 comentarios:

Nuria dijo...

La historia personal (cuando el protagista pinta canas) está plagada de anécdotas, algunas de las cuales arrancar una sonrisa, otras sin embargo, tienen un deje de amargura. Me ha encantado volver a recordar el huevo en el bolsillo, aquello fué el inicio de una gran cocinera.

Lamia dijo...

Algún día de estos me encantaría probar las paellas de Calamidad. Hace tanto que no como arroz...