martes, 24 de enero de 2012

Seda y Cenizas (relato)

“Hacía días que los cuervos revoloteaban sobre el pinar, Y los habitantes de la aldea se preguntaban sí habría pasado algo. Temiendo lo peor decidieron ir al lugar, donde confirmaron las sospechas. El vuelo fúnebre de los cuervos se alzaba sobre la casa de Adranreb: había muerto y yacía en un camastro, apaciblemente, como si se hubiera quedado dormida; sin embargo, las cenizas todavía ocultaban signos en la chimenea, que decían que la muerte no le había cogido por sorpresa, papeles, que se habría apresurado a quemar al sentirse mal, documentos probablemente, libros, cartas, todo había desaparecido excepto el viejo recorte de un diario, que permanecía oculto bajo las cenizas. Su escopeta seguía erguida en un rincón, donde muy cerca se tambaleaba la fotografía de una niña. Todos en la aldea suponían que era hija suya, al parecer fruto de sus relaciones con un diplomático francés. Al fondo de la casa y escondido tras unas cortinas raídas, había un viejo y mohoso armario lleno de ropa que no utilizaba, quizá fueran los trajes que habría usado, durante el tiempo que vivió en Francia. Todavía se recuerda el día que regresó a la aldea, vestida con pantalones, capa de vuelo y un sombrero de ala con pluma; bien es verdad que los vestidos que acababan de encontrar, nada tenían que ver con la imagen, con la que los aldeanos estaban acostumbrados a verla. Estos vestidos eran de un lujo extremo y un gusto exquisito, suaves sedas que se resbalaban de las manos al acariciarlas y que decían mucho de la mujer que las había vestido, sin duda una mujer muy elegante. Lo revisaron todo palmo a palmo, intentando encontrar algo que aclarara la enigmática vida de Adranreb, y lo único que encontraron fue una pequeña pistola con empuñadura de nácar, que estaba bajo la almohada envuelta en un pañuelo , como las que utilizaban las espías guardándolas en las ligas que sujetaban sus medias.



La soledad que había acompañado a Adranreb y la pistola que acababan de encontrar, podrían responder muchas de las preguntas que circulaban por la aldea, sobre la vida de una mujer tan misteriosa. A menudo la visitaba alguien, que viajaba en un coche lujoso que procedía de Francia, y que nunca supieron quién era, pero se decía en la aldea que en cada viaje le entregaba un sobre, como paga de su trabajo en aquel país. Ahora que acababan de encontrar su cadáver, junto a los únicos restos de sus pertenencias convertidos en cenizas, la pistola y aquellos trajes de seda, los enigmas que escondía Adranreb estaban a punto de desvelarse. Examinaron el recorte de periódico que habían rescatado y que dejaba ver la fecha de su publicación, 1918, y una foto de Adranreb, con un encabezamiento que decía: misteriosa mujer en paradero desconocido, presunta autora de la muerte de un importante político.



Lo evidente quedó al descubierto: Adranreb había colaborado como espía con el gobierno francés, durante la primera guerra mundial, y la muerte de aquel ministro había sido la razón de su regreso a casa.” Atentamente Luis.

Las averiguaciones de mi amigo Luis me han dejado consternada. He buscado al asesino de mi padre durante años, y ahora, que sé la verdad, no puedo creer que esta carta haya puesto mis sentimientos boca arriba. La he guardado junto a la pistola de nácar, en la mesita de noche, he mirado la mujer del recorte de periódico y la foto de la niña y lo he comprendido todo. Un escalofrío me ha recorrido la piel, yo soy aquella niña y la mujer del recorte, la misma con la que pasé en la aldea los días más felices de mi vida, hasta que un día vinieron a buscarme en un coche diplomático y me llevaron a Francia impidiéndome regresar a aquel lugar. Ahora se han resuelto mis dudas y el sentimiento de cariño que aparece en mí, me obliga a perdonar a la mujer que he admirado toda mi vida, sin sospechar nunca que era mi madre.

En memoria de Adranreb (1894-1963)