martes, 18 de diciembre de 2007

El mendrugo de pan y el vagabundo (Cuento de Navidad)


Érase una vez una noche muy fría del mes de Diciembre, cuando Candela salió a recorrer las calles. No tenía nada importante que hacer en casa, así que decidió dar un paseo, era su día de fiesta, el único que se podía permitir. Tenía necesidad de trabajar mucho, si quería comer y tener lo mínimo imprescindible. Pero cada año en este día se permitía el lujo de salir a pasear, aunque no tuviera con qué llenar su nevera. Era una promesa que le había hecho a su madre en su lecho de muerte y la cumplía a rajatabla.
No llevaría ni media hora caminando, cuando llamó su atención, la presencia de una persona en mitad del puente, que miraba insistentemente en dirección del río. Un impulso interior le hizo aproximarse hacia él para preguntarle si necesitaba algo, a lo que él respondió que no, que simplemente estaba observando el río, como solía hacer cada año el veinticuatro de Diciembre. El hombre tenía aspecto de vagabundo y, aunque aseado, sus ropas llenas de remendones, sus guantes rotos, sus botas con agujeros, le daban un aspecto indigente que clamaba al cielo.

Candela le preguntó donde vivía, y le respondió que no tenía casa, que estaba de paso por la ciudad. Candela, que era una buena persona le ofreció la suya para pasar la noche. Claro que también le dijo que no tenía alimentos que ofrecerle, ya que esa noche no trabajaba, porque le había prometido a su madre en su lecho de muerte, que la Nochebuena no trabajaría nunca. Era su manera personal de celebrar la Navidad. No tenía mas familia, ni amigos, ni nadie con quien compartir esa celebración, así que cada año dedicaba esa noche a pasear por las calles, mientras el resto de la gente, la pasaba con una gran celebración por todo lo alto, con mucha comida, bebida, regalos.
Candela nunca había tenido un regalo de Navidad, su madre no tenía demasiados medios para gastar su poco dinero en cosas superfluas, como decía ella, así que desde niña se había acostumbrado a no recibir nada ese día, al contrario que las otras niñas del vecindario o de su colegio, que solían recibir más regalos de los que podían mirar. Para ella era algo totalmente normal que el día de Navidad nadie le diera un regalo. Tampoco sabía qué era un festín, porque esa noche solían cenar lo de todas las noches, sopa con un vaso de leche de postre. Y era mucho, porque desde que había muerto su madre, no tenía ni siquiera eso. Ganaba poco con su trabajo y si un día no podía trabajar, tampoco comía.
Candela, como muchas mujeres que se ganan la vida de la misma manera, no tenía una casa acogedora, ni grandes comodidades, diríamos que solo tenía lo imprescindible para sobrevivir. Vivía de alquiler en un barrio humilde, en un piso de una única habitación, que le servía para todo. Tenía una pequeña mesa de madera, en la que escasamente había sitio para dos personas, pero como siempre comía sola eso no suponía un problema, un par de sillas, una cocinilla de hace cien años por lo menos, heredada de una bisabuela, una estantería con unos pocos libros que había recogido de un cubo de basura hacía poco, entre los que se encontraba uno muy estropeado que se titulaba El Amadís de Gaula, que solía ojear de vez en cuando, antes de acostarse cuando terminaba de trabajar, una enorme cama de hierro con un colchón de lana, de los que se llevaban tanto el siglo pasado, en un rincón un habitáculo que le servía de cuarto de aseo en el que tenía que entrar de lado de tan pequeño que era. En fin, ningún lujo ni mucho menos.
Candela soñaba cada noche con poder salir de aquella miseria, pero sus sueños eran solo eso, sueños imposibles que no sabía si se cumplirían algún día..
Candela se sentía tan bien hablando con el vagabundo que aquel encuentro le parecía un regalo. No sabía porqué pero la presencia de aquel hombre la llenaba de paz.

Candela siguió conversando con él, sin importarle lo más mínimo el frío de la noche, ni el hambre que tenía. Él parecía no sentir hambre, ni pasar frío, era algo extraño que no acababa de entender. Cuando hablaba no salía vaho de su boca, como le pasaba a ella, sus manos, a pesar llevar los guantes rotos, permanecían calientes y en su rostro no se veía la huella, que la fría noche estaba apoderándose de ella. Comenzó a nevar de manera copiosa, así que tuvieron que abandonar aquel lugar y Candela insistió para que fuera a su casa con ella. Cuando estuvieron frente a su casa, el vagabundo le dijo que debía hacer un recado, que se marchaba pero que volvería en unos minutos.
Candela tenía los pies helados a pesar de llevar unas deportivas, pero los sentía mojados y cuando bajó la vista para ver qué pasaba, vio que el vagabundo solo llevaba unas humildes sandalias y sin embargo no se quejaba de frío. Algo dentro de ella se estremeció, como si un presentimiento le diera un mensaje, que no acertaba a comprender. Llegó a su casa con las manos congeladas y el cuerpo igual que un carámbano de hielo, se envolvió en una manta, ya que no tenía calefacción. Y comenzó a rebuscar en el armario por si había algún paquete olvidado de galletas, tenía que encontrar algo con qué obsequiar al vagabundo cuando regresara más tarde, ¡cómo si no iban a celebrar la Nochebuena! No encontró nada en el armario, pero al darse la vuelta y mirar sobre la mesa vio que quedaba un mendrugo de pan. No lo pensó dos veces, cogió la caja de leche, con lo poco que quedaba y lo preparó todo para que pareciera que iban a darse un festín. Repartió en dos platos la sopa que iba a ser su cena, cortó el pan a trozos y puso en medio de la mesa un cazo con la leche y dos servilletas. Era la primera vez que iba a celebrar la Nochebuena en compañía de alguien y quería esmerarse.
Candela colocó junto al mendrugo de pan y la leche un par de servilletas enroscadas sobre si mismas, para hacer un efecto que pareciera especial, acercó las sillas a la mesa y las cubrió con la manta. Quería que su amigo se sintiera cómodo. Y después se asomó a la ventana para verle llegar y que no le cogiera por sorpresa. A los pocos minutos le vio venir, con la misma indumentaria que llevaba minutos antes. La misma ropa rota y raída. Sintió pena y pensó que aquel hombre era más pobre que ella. Sobre su cama tenía uno de sus dos jerséis, uno marrón con rayas, que le había regalado su madre pocos meses antes de morir; lo cogió y sin pensarlo dos veces se lo ofreció al vagabundo, que lo aceptó encantado.
Candela y el vagabundo se acercaron a la mesa y se dispusieron para celebrar la Nochebuena, esa noche tan especial, sin ruido, sin luces de colores, sin una gran comilona, sin turrones ni cava, sin villancicos, sin regalos. Y mientras charlaban comían la sopa y después iban cogiendo los pedazos de pan, que mojaban en la leche para llevárselos a la boca, como si se tratara de un manjar exquisito, laboriosamente elaborado durante horas para aquella celebración. Y ambos se sentían felices de poder compartir aquel pan en aquella noche solitaria. Para Candela era especial porque era la primera vez que alguien pasaba la Nochebuena con ella desde que faltaba su madre. Y para el vagabundo era especial porque la generosidad de aquella mujer le había llegado al alma. Todo en ella le parecía especial, su mirada, su sonrisa, su amabilidad y dulzura.
Candela le contó al vagabundo que trabajaba de prostituta porque no había encontrado nada mejor, que muchas veces había buscado trabajo en otro sitio, pero había sido en vano, porque no tenía estudios, ni cultura, ni sabía hacer nada, ya que había dedicado sus mejores años en cuidar de su madre, que estaba paralítica y no había tenido ocasión de estudiar nada ni aprender ningún oficio. Luego, cuando murió su madre, era demasiado tarde.

Candela había pasado su vida entregada y abnegada y ahora se veía en la más ruin miseria, pero le contó al vagabundo que algún día saldría del agujero en que se encontraba y sería feliz junto a alguien que la quisiera. La charla duró hasta altas horas de la madrugada y cuando les rindió el cansancio, ella se acostó en la cama y él en el suelo, sobre la manta que le cedió ella. Fuera de aquella casa toda una ciudad de ruido, de villancicos, de comilonas, de luces y jolgorio, seguía celebrando lo que creía que era su Nochebuena. Una Nochebuena sin espíritu. No podía ser que tanta gente se confundiera y que solo dos personas hubieran vivido lo que en verdad era el espíritu de la Navidad. Pero era cierto. Candela y su amigo, el vagabundo, sabían que el espíritu de la Navidad era entrega, era compartir, era dar lo que se tenía, aún sabiendo que te quedarías sin nada. Pero diréis- el vagabundo no le dio nada, llegó con las manos vacías- y tenéis razón si lo veis desde lo material. Pero le dio más que nadie hasta entonces, le dio comprensión, compañía, dulzura, conversación y algo más, mucho más.
Candela se despertó a la mañana siguiente con la sensación de haber vivido un sueño, pero miró la mesa y vio los platos y el tazón de leche vacíos y algunas migas de pan sobre el mantel y supo que no había sido un sueño, aunque el vagabundo se había ido sin dejar rastro. Así que se levantó, como todas las mañanas y se disponía a salir de casa cuando vio una nota clavada en la pared junto a la puerta. Arrancó la nota, la desplegó y leyó despacio lo que había escrito “querida Candela, eres una mujer fuerte y caritativa, y deseo darte una recompensa para pagar tu hospitalidad, cuando salgas hoy a la calle alguien te encontrará y te hablará, deberás seguir sus instrucciones e ir dónde te diga”.
Candela salió a la calle y a los pocos minutos alguien muy bien trajeado y amable la llamó, ella recordó la nota y se detuvo para charlar con él.
Se parecía algo a su amigo el vagabundo, pero a la vez era distinto. Como le había dicho su amigo, siguió sus instrucciones y se marchó con él. La llevó en su vehículo a las afueras de la ciudad y cuando hubieron llegado a su destino, le explicó que alguien la había contratado, que debería vivir en aquella casa y que su trabajo consistiría en dar conversación a personas necesitadas, faltas de cariño, que debería pasear con ellas por los jardines, ayudarlas cuando lo necesitaran y mimarlas. Le explicó que no se trataba de una residencia, sino simplemente del hogar de aquel hombre que acogía a cuantos lo necesitaban y les cedía su hospitalidad y mucho más. Estaba claro, que mucho más.
No salía de su asombro y sin embargo estaba emocionada. Por momentos se iba sintiendo la persona mas afortunada del mundo. El hombre le explicó que el dueño de aquella casa, llevaba varios años intentando encontrar la persona adecuada para tratar a aquellas personas tan especiales, y que siempre regresaba con las manos vacías y la cabeza gacha. Cada año por Nochebuena se paseaba por las calles intentando dar con la persona idónea, una persona desprendida, dulce y capaz de olvidarse de si misma. Candela le preguntó cómo sabía que ella era esa persona a lo que él respondió –una persona capaz de compartir su único mendrugo de pan y de regalar uno de sus dos jerséis, es la persona adecuada, te lo aseguro- se quedó petrificada, de repente creyó recordar esa voz y supo que era él, la misma persona que la noche anterior compartió con ella ese plato de sopa, el mendrugo y el tazón de leche y mucho mas, os lo aseguro… mucho mas.
Candela consiguió salir de la pobreza y dedicó su vida a esas personas que tanto la necesitaban, y dice la leyenda que cada año por Nochebuena, un mendrugo de pan y un tazón de leche preside la mesa durante la cena en aquella casa y que todos los que viven allí comparten los pedacitos de pan con leche para no olvidar jamás el verdadero espíritu de la Navidad. Y Candela, que ya no tuvo que pasar necesidad nunca más, los mira y cada año les cuenta cómo paso todo, cómo fue que ella consiguió llegar a ese lugar……
Algunos años más tarde tuve la oportunidad de acudir a la casa y ver a Candela y “al vagabundo” y me pareció oír que unos chiquillos correteaban por la casa o quizá fueron imaginaciones mías…..quien sabe.

¡FELIZ NAVIDAD A TODOS!

4 comentarios:

Enigma dijo...

Que tal Sofia vengo de Blogueratura.com siguiendo el ping que acabamos de hacer desde el server y mostrarte que no aparece nada malo con tu cuenta.

Via mail te mandamos log y url como la registraste para que lo hagas como lo acabamos de hacer.

Saludos

El Enigma
Nox atra cava circumvolat umbra

Leodegundia dijo...

Un cuento entrañable, pena que la mayoría de la gente no sepa apreciar que la Navidad es algo más que luces y colores, es compartir lo que se tiene con los que no tienen nada.
Un abrazo y felcices fiestas.

Anónimo dijo...

Me ha encantado tu cuento, hasta tal punto que he tenido que sacar el pañuelo ya que no podía seguir leyendo.
Feliz Navidad y Prosperidad en el Año que se va abriendo paso, para tí y toda tu familia te desea Emilio.
Un cariñoso abrazo.
P.D. La imagen perfectamente iluminada ¿y las calles adyacentes?. El ayuntamiento de Biescas no ha contestado a mi correo.

P.M. dijo...

Amiga Sofía:

Recibe un afectuoso saludo y mi deseo de que el próximo año de 2008sea una miajilla mejor para todos.

Pedro Martínez
Revista Almiar (Margen Cero)