“Cuando
Quiso darse cuenta era demasiado tarde para poner freno a todo aquello. Comenzó a correr a una velocidad de vértigo, sin mirar atrás, sin pararse a comprobar si le seguían, o habían cesado en su empeño. Sus zapatos demasiado altos entorpecían sus movimientos, así que se los quitó y los empujo lejos para que sus perseguidores no pudieran seguirle el rastro. Se los había regalado uno de sus pretendientes la pasada primavera. ¡Cómo si la pudieran comprar con un par de zapatos!
Segundos más tarde una repentina taquicardia le obligaba a pararse en el recodo de una esquina. Se apoyó en aquella tapia. Cogió aliento. Respiró hondo. El sudor le caía por las sienes formando un surco en los restos de maquillaje. Nunca se maquillaba tan temprano, pero aquella mañana le había dado una de sus ventoleras, como las llamaba ella, y se había embadurnado las mejillas dándoles un aire de sofisticación poco corriente.
Cuando se sintió recuperada retomó su huía, puede que todavía no estuviera a salvo y sus perseguidores la estuvieran buscando por las callejuelas estrechas y negras de aquella abominable ciudad. Siguió corriendo durante bastante rato. Se dio cuenta de que le sangraban los pies. Como pudo, intentó buscar uno de sus pañuelos de papel en el interior de su mochila. Tarea ardua y complicada teniendo en cuenta que allí se podía encontrar de casi todo, una tirita, un frasquito de suero para las lentillas, un bolígrafo, un preservativo, el colorete, la raya de ojos, el carmín, un costurero. En fin que su bolso parecía una especie de multinacional portátil. Una vez encontró el pañuelo se secó las mejillas y lo volvió a guardar porque contra lo que era habitual en ella, era el último que le quedaba.
Le dolían los pies por la apresurada marcha, se detuvo un momento en que aprovechó para mirar hacia atrás y comprobó que sus perseguidores habían desaparecido. Sin embargo seguía teniendo prisa por abandonar el lugar no fuera que le preparasen alguna encerrona y le salieran de nuevo al encuentro. No recordaba haber corrido tanto ni tan deprisa desde que era niña, cuando la pillaron en compañía de otros niños en un huerto cercano a la casa de su abuela, intentando coger unas manzanas. Pero aquellas manzanas quedaban lejos en el tiempo y ahora no tenía la misma resistencia de entonces. Pero ¡cuánto hubiera dado por tener una de aquellas! El hambre comenzaba a hacer presa en su estómago, y una de aquellas frutas le hubiera venido bien para saciar el apetito voraz, que le había provocado la escapada.
La noche era cada vez mas cerrada. Las numerosas nubes no dejaban paso a las minúsculas luces de miles de estrellas. Había comenzado a llover cuando comenzó a sentir la humedad bajo sus pies. En pocos minutos se había quedado totalmente empapada. Agotada por el cansancio, el sueño y el frío, decidió cobijarse en el interior de un portal semiabierto de una casa medio derruida. Le pareció algo extraño que aquella portezuela estuviera abierta pero tampoco le dio demasiada importancia. Al fin estaba a cubierto y podría descansar un rato.
No había hecho más que acurrucarse en un rincón cuando le pareció oír la respiración entrecortada y jadeante de alguien. Se volvió lentamente. Horrorizada comprobó que no estaba sola. Un extraño ser maloliente y peor vestido la miraba fijamente. Se sobresaltó al verle y darse cuenta de que se levantaba para dirigirse hacia ella. Era algo corpulento pero no demasiado alto. Su mirada penetrante le dio miedo hasta el punto de hacerla levantarse del rincón. Dio un salto y en pocos segundos estaba de nuevo en la calle. El mendigo la siguió insistiendo para que no huyera, pero ella demasiado asustada como para hacer caso, siguió corriendo y no se detuvo mientras le quedaron fuerzas.
Todavía recordaba a sus perseguidores y temía volverlos a encontrar en su camino. Aquella extraña joya que había sustraído del museo debía valer una fortuna, cuando se habían tomado la molestia de perseguirla. Sin embargo para ella no era más que un minúsculo cristalito sin ningún valor. Cuando aquella tarde había visitado la exposición se la había quedado mirando y sin saber cómo si porqué había sentido el irresistible impulso de cogerla y guardarla en su mano, con la misma naturalidad que un niño coge un caramelo de una cesta. Pero a la vista estaba que no se trataba de una simple golosina, sino de algo verdaderamente valioso.
De repente comprobó que había corrido demasiado y que se acercaba a las inmediaciones del parque. Caminaba ya lentamente debido a las heridas de sus pies cuando vio un cobijo a lo lejos y decidió que era un buen sitio para pasar la noche. Cayó rendida y se sumergió en un profundo sueño.
Tres horas más tarde, cuando estaba amaneciendo, algo la despertó volviendo a sobresaltarla. El frío se le había metido en el cuerpo provocándole una fuerte tiritona. Su melena mojada le caía sobre la cara, su ropa, pegada sobre el cuerpo daba firme constancia de que había llovido durante toda la noche. Palpó su bolsillo con la mano derecha para comprobar que el cristalito seguía allí. Y respiró aliviada cuando lo sintió con sus dedos entumecidos. Creyó pasado el peligro y retomó el camino para volver a casa.
De repente un ruido estridente de sirenas la sobresalto, varios coches de policía merodeaban en las inmediaciones. Se puso nerviosa porque enseguida supo que la estaban buscando. Decididamente aquel cristal era algo valioso.
Porque tanto revuelo por un cristal, no se entendía de no tratarse de algo con un valor importante.
Miró a su alrededor y tal como vio el panorama decidió que lo mejor era recomenzar la huída. Le fallaban las fuerzas pero comenzó a correr, igual que un alma perseguida por el diablo. Pero por más que intentaba apresurarse, comprobó que tenía a la policía besándole los talones. Siguió corriendo, jadeaba, ya no sentía los pies entumecidos, había dejado de estar cansada. Cuando estaba apunto de rendirse, vio un puente a lo lejos. Era ese mismo puente que había recorrido en tantas ocasiones cuando era niña. Por entonces, al regresar del colegio solía pararse en la mitad y observar durante largo rato el fluir del agua. Pero esta vez era diferente. No podía detenerse…..a menos que….
Un vago pensamiento le vino a la cabeza. Quizá esa fuera la solución. No le quedaban fuerzas para seguir corriendo. No tenía nada que perder. Las posibilidades de tener éxito eran muchas. Se detuvo un instante, observó los coches patrulla. A unos escasos metros estaba su salvación. Dudó por un momento, pero de repente ante la mirada atónita de aquellos hombres, hizo un movimiento repentino, y aquellas personas no tuvieron tiempo para reaccionar. Subiéndose a la barandilla saltó al vacío y se dejo caer sobre el agua.”
De repente sintió que alguien tiraba de ella y la cogía del brazo. Con palabras dulces e insistentes “venga cariño, es hora de levantarse “el suave roce de las sabanas comenzó a ponerle en la pista de que acababa de salir de una pesadilla. Todavía le quedaban restos de sudor en su frente. Sus manos temblorosas estaban comenzando a reaccionar. Respiró hondo. Miró a su alrededor. Todo estaba sereno, limpio, ordenado, como lo había dejado la víspera. Y lo que era más importante, todo estaba seco. Miró de reojo y comprobó que sus zapatos seguían donde los había colocado el día de antes. Con mirada aliviada dijo “enseguida estoy”.
Se levantó seguidamente y minutos mas tarde salía por la puerta de casa para ir al trabajo. Bajó corriendo las escaleras, como solía hacer cada mañana, giró el pomo de la puerta del rellano para abrirla y salir a la calle. Comprobó si lo llevaba todo. Abrochó su abrigo. Hacía algo de fresco. Sería mejor ponerse los guantes antes de que sus manos se entumecieran por el frío. Metió la mano derecha en el bolsillo para sacarlos. Se los puso con rapidez. Algo cayó al suelo, pero ella como si tal cosa siguió adelante. Le esperaba un día duro. Comenzó a caminar con paso apresurado. Lejos quedaba el portal de su casa. Y junto al portal, olvidado en un rincón, aquel cristalito que había caído del interior de uno de sus guantes. Quizá no era valioso. Quizá si. Un niño que paseaba por allí quedó prendado de su belleza y agachándose lo cogió con sus diminutas manos y lo metió en uno de sus bolsillos. A lo lejos una voz le incriminó “dámelo lo he visto primero” y el chiquillo comenzó a correr para no dejarse quitar la valiosa joya. Y tanto corrió……………..
Quiso darse cuenta era demasiado tarde para poner freno a todo aquello. Comenzó a correr a una velocidad de vértigo, sin mirar atrás, sin pararse a comprobar si le seguían, o habían cesado en su empeño. Sus zapatos demasiado altos entorpecían sus movimientos, así que se los quitó y los empujo lejos para que sus perseguidores no pudieran seguirle el rastro. Se los había regalado uno de sus pretendientes la pasada primavera. ¡Cómo si la pudieran comprar con un par de zapatos!
Segundos más tarde una repentina taquicardia le obligaba a pararse en el recodo de una esquina. Se apoyó en aquella tapia. Cogió aliento. Respiró hondo. El sudor le caía por las sienes formando un surco en los restos de maquillaje. Nunca se maquillaba tan temprano, pero aquella mañana le había dado una de sus ventoleras, como las llamaba ella, y se había embadurnado las mejillas dándoles un aire de sofisticación poco corriente.
Cuando se sintió recuperada retomó su huía, puede que todavía no estuviera a salvo y sus perseguidores la estuvieran buscando por las callejuelas estrechas y negras de aquella abominable ciudad. Siguió corriendo durante bastante rato. Se dio cuenta de que le sangraban los pies. Como pudo, intentó buscar uno de sus pañuelos de papel en el interior de su mochila. Tarea ardua y complicada teniendo en cuenta que allí se podía encontrar de casi todo, una tirita, un frasquito de suero para las lentillas, un bolígrafo, un preservativo, el colorete, la raya de ojos, el carmín, un costurero. En fin que su bolso parecía una especie de multinacional portátil. Una vez encontró el pañuelo se secó las mejillas y lo volvió a guardar porque contra lo que era habitual en ella, era el último que le quedaba.
Le dolían los pies por la apresurada marcha, se detuvo un momento en que aprovechó para mirar hacia atrás y comprobó que sus perseguidores habían desaparecido. Sin embargo seguía teniendo prisa por abandonar el lugar no fuera que le preparasen alguna encerrona y le salieran de nuevo al encuentro. No recordaba haber corrido tanto ni tan deprisa desde que era niña, cuando la pillaron en compañía de otros niños en un huerto cercano a la casa de su abuela, intentando coger unas manzanas. Pero aquellas manzanas quedaban lejos en el tiempo y ahora no tenía la misma resistencia de entonces. Pero ¡cuánto hubiera dado por tener una de aquellas! El hambre comenzaba a hacer presa en su estómago, y una de aquellas frutas le hubiera venido bien para saciar el apetito voraz, que le había provocado la escapada.
La noche era cada vez mas cerrada. Las numerosas nubes no dejaban paso a las minúsculas luces de miles de estrellas. Había comenzado a llover cuando comenzó a sentir la humedad bajo sus pies. En pocos minutos se había quedado totalmente empapada. Agotada por el cansancio, el sueño y el frío, decidió cobijarse en el interior de un portal semiabierto de una casa medio derruida. Le pareció algo extraño que aquella portezuela estuviera abierta pero tampoco le dio demasiada importancia. Al fin estaba a cubierto y podría descansar un rato.
No había hecho más que acurrucarse en un rincón cuando le pareció oír la respiración entrecortada y jadeante de alguien. Se volvió lentamente. Horrorizada comprobó que no estaba sola. Un extraño ser maloliente y peor vestido la miraba fijamente. Se sobresaltó al verle y darse cuenta de que se levantaba para dirigirse hacia ella. Era algo corpulento pero no demasiado alto. Su mirada penetrante le dio miedo hasta el punto de hacerla levantarse del rincón. Dio un salto y en pocos segundos estaba de nuevo en la calle. El mendigo la siguió insistiendo para que no huyera, pero ella demasiado asustada como para hacer caso, siguió corriendo y no se detuvo mientras le quedaron fuerzas.
Todavía recordaba a sus perseguidores y temía volverlos a encontrar en su camino. Aquella extraña joya que había sustraído del museo debía valer una fortuna, cuando se habían tomado la molestia de perseguirla. Sin embargo para ella no era más que un minúsculo cristalito sin ningún valor. Cuando aquella tarde había visitado la exposición se la había quedado mirando y sin saber cómo si porqué había sentido el irresistible impulso de cogerla y guardarla en su mano, con la misma naturalidad que un niño coge un caramelo de una cesta. Pero a la vista estaba que no se trataba de una simple golosina, sino de algo verdaderamente valioso.
De repente comprobó que había corrido demasiado y que se acercaba a las inmediaciones del parque. Caminaba ya lentamente debido a las heridas de sus pies cuando vio un cobijo a lo lejos y decidió que era un buen sitio para pasar la noche. Cayó rendida y se sumergió en un profundo sueño.
Tres horas más tarde, cuando estaba amaneciendo, algo la despertó volviendo a sobresaltarla. El frío se le había metido en el cuerpo provocándole una fuerte tiritona. Su melena mojada le caía sobre la cara, su ropa, pegada sobre el cuerpo daba firme constancia de que había llovido durante toda la noche. Palpó su bolsillo con la mano derecha para comprobar que el cristalito seguía allí. Y respiró aliviada cuando lo sintió con sus dedos entumecidos. Creyó pasado el peligro y retomó el camino para volver a casa.
De repente un ruido estridente de sirenas la sobresalto, varios coches de policía merodeaban en las inmediaciones. Se puso nerviosa porque enseguida supo que la estaban buscando. Decididamente aquel cristal era algo valioso.
Porque tanto revuelo por un cristal, no se entendía de no tratarse de algo con un valor importante.
Miró a su alrededor y tal como vio el panorama decidió que lo mejor era recomenzar la huída. Le fallaban las fuerzas pero comenzó a correr, igual que un alma perseguida por el diablo. Pero por más que intentaba apresurarse, comprobó que tenía a la policía besándole los talones. Siguió corriendo, jadeaba, ya no sentía los pies entumecidos, había dejado de estar cansada. Cuando estaba apunto de rendirse, vio un puente a lo lejos. Era ese mismo puente que había recorrido en tantas ocasiones cuando era niña. Por entonces, al regresar del colegio solía pararse en la mitad y observar durante largo rato el fluir del agua. Pero esta vez era diferente. No podía detenerse…..a menos que….
Un vago pensamiento le vino a la cabeza. Quizá esa fuera la solución. No le quedaban fuerzas para seguir corriendo. No tenía nada que perder. Las posibilidades de tener éxito eran muchas. Se detuvo un instante, observó los coches patrulla. A unos escasos metros estaba su salvación. Dudó por un momento, pero de repente ante la mirada atónita de aquellos hombres, hizo un movimiento repentino, y aquellas personas no tuvieron tiempo para reaccionar. Subiéndose a la barandilla saltó al vacío y se dejo caer sobre el agua.”
De repente sintió que alguien tiraba de ella y la cogía del brazo. Con palabras dulces e insistentes “venga cariño, es hora de levantarse “el suave roce de las sabanas comenzó a ponerle en la pista de que acababa de salir de una pesadilla. Todavía le quedaban restos de sudor en su frente. Sus manos temblorosas estaban comenzando a reaccionar. Respiró hondo. Miró a su alrededor. Todo estaba sereno, limpio, ordenado, como lo había dejado la víspera. Y lo que era más importante, todo estaba seco. Miró de reojo y comprobó que sus zapatos seguían donde los había colocado el día de antes. Con mirada aliviada dijo “enseguida estoy”.
Se levantó seguidamente y minutos mas tarde salía por la puerta de casa para ir al trabajo. Bajó corriendo las escaleras, como solía hacer cada mañana, giró el pomo de la puerta del rellano para abrirla y salir a la calle. Comprobó si lo llevaba todo. Abrochó su abrigo. Hacía algo de fresco. Sería mejor ponerse los guantes antes de que sus manos se entumecieran por el frío. Metió la mano derecha en el bolsillo para sacarlos. Se los puso con rapidez. Algo cayó al suelo, pero ella como si tal cosa siguió adelante. Le esperaba un día duro. Comenzó a caminar con paso apresurado. Lejos quedaba el portal de su casa. Y junto al portal, olvidado en un rincón, aquel cristalito que había caído del interior de uno de sus guantes. Quizá no era valioso. Quizá si. Un niño que paseaba por allí quedó prendado de su belleza y agachándose lo cogió con sus diminutas manos y lo metió en uno de sus bolsillos. A lo lejos una voz le incriminó “dámelo lo he visto primero” y el chiquillo comenzó a correr para no dejarse quitar la valiosa joya. Y tanto corrió……………..
2 comentarios:
Vertiginoso, abismante, suspendida todo el tiempo en un halo de suspenso, muy bien hilvanadao y rematado, una joyita tu relato, de nuevo muchísimas gracias por pasar a "Letras sin fronteras" te espero en mi blog personal "Mis cuentos, fotos, recuerdos"
es precioso encontrar una pluma como una rosa en el Valle de Tena.
saludos
robert
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