El paso de los años, que no le había perdonado ni una sola de las arrugas que le daban ese aspecto tan personal y misterioso, si que le había cobrado un precio excesivo por haber sobrevivido en un mundo falto de satisfacciones. Porque lo que se veía reflejado en su mirada, tímida y viva al mismo tiempo, solo era capaz de entenderlo alguien que, como ella, hubiera pasado por una situación parecida a la suya.
Era difícil de explicar que, después de tanto tiempo, el vivo recuerdo de aquellos acontecimientos le siguieran sobresaltando muchos años después. Sin embargo ella, que había superado con entereza las secuelas, no podía evitar sentir una enorme inquietud, cuando de vez en cuando recordaba cómo había transcurrido todo.
.Y aunque durante muchos años se había negado a hablar de todo aquello, llegó un momento en que, presa de la angustia, no pudo mas y comenzó a contar a sus amigos las amargas horas que se había visto obligada a vivir tantos años atrás. Y aunque ellos no entendieron la razón de su pertinaz silencio supieron escucharla y comprendieron porque, durante todo ese tiempo la habían visto sonreír en tan contadas ocasiones.
Aun la seguía visitando de vez en cuando, aunque cada vez más etéreo, ese extraño sueño que tanto tiempo le había costado interpretar. No porque el sueño no fuera claro ni nítido, sino porque ella había estado convencida en su obsesión que aquello era fruto del subconsciente o de su imaginación, y no de la realidad mas profunda.
Le veía acercarse de lejos con paso lento pero decidido. Y aunque ella hubiera deseado que pasara de largo, igual que una escena reiterativa, volvían a repetirse los mismos movimientos de aquella noche. El ya vago recuerdo de una botella de wyski sobre el mostrador todavía le hacía sentir en sus labios el amargo sabor de aquellos besos robados.
Era una noche con luna de un recién estrenado mes de agosto. Sin saber porque se había dedicado a beber durante horas, quizá intentando escapar de sus problemas o de alguna extraña sensación de soledad. Y, como si los acontecimientos volvieran a repetirse, sentía de nuevo cómo se acercaba hacia ella, oliendo a una mezcla de alcohol y marihuana. Y sin saber cómo, exactamente igual que aquella noche, se veía transportada hacia el interior de aquel Inocenti blanco. Solo, como entre neblinas, creía recordar que se habían alejado por aquella carretera comarcal para llegar no sabía bien a dónde. Que horas mas tarde había regresado a su casa, donde aquel verano pasaba sus vacaciones, y que a la mañana siguiente se había despertado con una extraña sensación que jamás antes había tenido.
No entendía la razón de su malestar, ni sabía el motivo de tanto dolor, ni porqué esa extraña sensación de culpa y remordimiento. Y cuanto mas se esforzaba en recordar, mas difícil era para ella ordenar las ideas dentro su cabeza, que como entre nieblas se le escapaban en un intento desesperado de huir de la realidad.
Había observado cómo su ropa no estaba en el lugar habitual. Pero a duras penas podía recordar dónde la había colocado la noche anterior. Todo eran recuerdos vagos en medio de una insistente sensación de culpa. Comenzó a recoger sus cosas y comprobó asustada que había restos de sangre en su ropa interior. No podía ser la regla, que la había pasado justo la semana de antes. Cada vez mas confusa y preocupada no sabía qué pensar. Dejó pasar las horas para intentar relajarse y aclararlo todo dentro de ella. Y cuando volvió a llegar la noche y de nuevo miró las estrellas, igual que si ellas hubieran sido testigos mudos de todo aquello, comenzó a recordar uno a uno, cada segundo y cada instante de la noche anterior.
Creyó sentir el mismo olor nauseabundo, esa sensación de presión sobre su cuerpo y la misma imposibilidad para escapar que había sentido antes. Le vino de golpe a la mente la misma convulsión de movimientos, el asqueroso calor del fétido aliento junto a su mejilla, ese extraño jadear que le recordaba a un animal enfurecido, el áspero tacto de esas manos torpes que con insistencia le hurgaban en lo más íntimo; los repetidos mordiscos sobre sus pechos. Y en medio de todo esa sensación de impotencia al ver agredida su desnudez sin poder escapar a ninguno de los movimientos de aquel hombre que con su fuerza brutal le estaba robando lo más íntimo, lo más profundo, lo más personal de si misma.
Entonces , como si de repente se hiciera de día dentro de su alma, comprendió una a una todas sus heridas, sus pechos mordisqueados, y su vagina desgarrada, el desgarro de su zona anal, y una a una todas sus escoceduras. Pero lo que mas le dolía , en lo mas profundo, era esa sensación de culpa que, como un poso petrificado, se había quedado dentro de su corazón para el resto de sus días.
Habían pasado 23 años y aunque ella había superado aquellos momentos amargos, a veces no podía evitar, al acariciar su cuerpo, sentir en sus dedos la profunda huella que había quedado en ella. Y pensar una y otra vez en las ironías de la vida, que precisamente Inocenti era la marca de aquel coche , donde le robaron la inocencia y la ternura de los mejores años de su vida...
2 comentarios:
Crudo y desgarrador relato, no por ello menos hermoso.
Una triste historia que con razón nunca podrá olvidar.
Un saludo
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