sábado, 10 de enero de 2009

A minuto y medio (4ª parte)

Y cuando mi abuela recordaba aquellas cosas se le enrasaban los ojos y sus pupilas empezaban a temblar. Un día me enseñó unas fotografías de los hijos de Leonor aunque jamás me dijo cómo habían llegado a ella; las acarició y besándolas suavemente prorrumpió en un llanto tan amargo, que llegué a pensar que su vida corría peligro. Después de un rato secó sus lágrimas y volvió a guardar las fotos en el cajón de una vieja mesilla de noche. No respondió a ninguna de mis preguntas y yo quise respetar su silencio corroborando mi actitud con un fuerte abrazo.
Solamente semanas mas tarde me contó algo que me hizo pensar, que aquellas fotos tenían mucho que ver con la vida amarga de su amiga Leonor. Fue algo sorprendente………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………
En esta época ella vivía en Cádiz, donde había fijado su residencia años atrás, y yo le hacía constantes visitas; en realidad acudía a visitarla siempre que podía porque me encantaban las playas gaditanas. Mi padre era un hombre ocupado por aquellos años ya que acababa de comprar una empresa y no tenía demasiado tiempo para ir a ver a su madre, así que delegaba en mí tal obligación, que yo cumplía gustosa. Disfrutaba hablando con mi abuela y escuchando sus relatos pero casi siempre terminábamos hablando de Leonor.
Yo, que cada vez estaba más sorprendida, necesitaba saber cuanto antes cómo había terminado todo aquello y qué habría sido de Leonor. Pero mi abuela, que tenía la extraña habilidad de irse por las ramas, cuando no quería hablar de algo, alargaba más y más el momento de responder a todas mis preguntas.
Pero la sorpresa me la llevé cuando un día, al regresar a casa de mi padre, éste me dijo que su madre había vivido unos años en un pueblo del Pirineo, a donde se había ido en un intento desesperado de encontrar la paz y la mejora en su calidad de vida. Era posible que allí conociera a Leonor y entablara amistad con ella, porque según investigué después se trataba del mismo pueblecito donde estaba viviendo Leonor.

Después de saber todo esto pasé una larga temporada sin ir a Cádiz, por motivos laborales, mi padre me necesitaba en la empresa y pasé unos meses ayudándole. Pero en cuanto me pude escapar, no me lo pensé dos veces. Era ya hora de regresar a Cádiz para ver a mi abuela. Y al mismo tiempo que retomé mi tesis doctoral, retomé también las conversaciones tan entrañables, que fueron de nuevo mi delicia de aquellos días.
Entonces supe que el ex marido de Leonor había fallecido hacía unos meses, como consecuencia de un accidente de tráfico. Y como si el destino se riera de
Leonor, que había estado tantos años llena de privaciones, en un momento en que ya no necesitaba ayuda económica de nadie, le llovía del cielo una pensión íntegra de su ex marido, ya que nunca se llegó a divorciar de él. La vida se le rió en las narices a ella, que había pasado penalidades para conseguir, que en vida le pasara la pensión de sus hijos. Y como si la vida con su ironía mas cruel quisiera mofársele en la cara, le entregaba su dinero cuando ya no le hacía falta.
Pero aquella pensión le daba náuseas así que tomó la decisión de abrir una cuenta a favor de sus hijos para que el día de mañana se repartieran a partes iguales aquel dinero, ya que en justicia les pertenecía. Leonor no acudió al funeral porque le parecía una hipocresía rezar por alguien, que le había hecho tanto daño, siendo la causa primera de todos sus males. Sus hijos tampoco acudieron por voluntad propia, aunque ella insistió, que era su padre y le debían un último adiós. Sin embargo le fue imposible convencerles; decidieron permanecer junto a ella aquel día, que para los tres suponía una liberación de dolor y una cura para las heridas profundas, que les había provocado.

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