domingo, 11 de enero de 2009

A minuto y medio (5ª parte)

Según le dijeron mas tarde solo una decena de personas le rindieron el último homenaje; esto, aunque parezca cruel decirlo, les llenó de una extraña satisfacción y pensaron que cada cual tiene lo que se merece y que al final, la vida hace justicia haciendo pagar a cada uno el justo precio.
La vida desde entonces comenzó a ser mas serena para ella y sus hijos, ya que el principal causante de casi todos sus sobresaltos, había desaparecido para siempre.
Mi abuela después de contarme esto guardó unos minutos de silencio, como queriendo contener unas lágrimas, que finalmente decidió tragarse mientras respiraba hondo. Le pregunté por los hijos de Leonor y me contó que eran hombres de bien, que habían formado sendas familias y que los tres tenían dos hijos cada uno y que entre ellos había nacido una extraña compenetración y cariño. Era todo lo que siempre había deseado su madre y por fin al verlos tan felices junto a ella, se sentía la mujer mas feliz de la tierra, era para ella como estar a minuto y medio de la felicidad nuevamente…solo a minuto y medio.
Pero como mi mente la tenía en la carta amarilla, no hacía más que insistirle a mi abuela, para que me sacara de todas mis dudas, pero ella, que era obstinada como una mula, se empeñaba en alejar más y más el momento de hacerlo. En alguna ocasión me pareció que estaba a punto de contarme lo que yo deseaba, pero en el último instante siempre se echaba atrás. La rabia se me apoderaba del cuerpo y de la mente y no hacía más que repetirme a mi misma, que debía tener paciencia si quería sacar algo en claro y que, al final, la abuela terminaría por contarlo todo.
Es posible que tuviera alguna razón para guardar silencio y yo debía respetarla. No me quería decir si Leonor estaba viva o muerta, ni en qué época concreta había sucedido todo aquello, seguramente no podía hacerlo o quería reservarse el desenlace, por decirlo de alguna manera, para un momento más apropiado.
Mi padre me había contado en varias ocasiones que su madre tenía estanterías llenas de libros y que a veces dentro de las hojas de aquellos libros guardaba folios manuscritos de cuando era joven; como si me convirtiera en un investigador privado, me dediqué a revisar todas las estanterías de su biblioteca, para intentar encontrar algo que me diera alguna pista.
Cada día, mientras ella dormía la siesta, me adentraba en la oscura biblioteca, abría un poco las cortinas de raso y comenzaba a husmear por todos aquellos libros. Como a ella le gustaba tanto leer, había mucho por donde mirar y me parecía, que jamás conseguiría mi propósito. Pero una noche que me tuve que levantar de madrugada acosada por una fuerte sed, me llevé una soberana sorpresa cuando vislumbré luz en la biblioteca y vi. cómo mi abuela hojeaba uno de sus libros con sumo cariño. Al notar mi presencia cerró el libro precipitadamente y creyó que lo escondía, pero yo, que tenía verdaderas ganas de resolver aquel enigma, me di perfecta cuenta de dónde lo había puesto. Así que esperé su próxima siesta y entrando en la biblioteca fui directa al lugar donde, según mi intuición, encontraría el libro. Mi sorpresa fue entonces mayúscula porque el libro había desaparecido. Es probable que aquella misma noche ella volviera a levantarse, presa de uno de sus habituales insomnios y, temerosa de que yo lo encontrara, lo guardo en un lugar mas seguro.

1 comentario:

Nuria dijo...

La intriga aumenta por segundos. Es que la abuela era muy larga