martes, 13 de enero de 2009

A minuto y medio (7ª parte)


Y un día, cuando el menor de sus hijos se hizo mayor y se marchó a vivir con su hermano, ella se sintió tan terriblemente mal, tan sola y tan cansada de vivir, que decidió tomar una decisión tan drástica, como abandonar la vida, para liberarse de todos sus males, sin embargo no se rindió y una vez más decidió volver a empezar. En esta época probablemente sería cuando habría escrito la carta que encontré en la vieja cómoda.
Pero, como muy bien había escrito en ella, Leonor amaba profundamente la vida y sería este amor, el que la frenara en su intento desesperado por dejar de sufrir. Y en lugar de desaparecer de este mundo para siempre, decidió alejarse y vivir en un lugar escondido, lejos, muy lejos de todos aquellos lugares, que le recordaban su pasado.
A menudo ella había dicho que algún día desaparecería para encontrar la paz. Así que a nadie le sorprendería su desaparición.
En este punto el relato de la abuela quedó en suspenso, ya que se sintió mal repentinamente y debí acompañarla a su habitación para que se acostara. Con frecuencia se mareaba ya que su tensión era extremadamente baja, así que no le dimos importancia, pero al ver que pasaban las horas y no mejoraba comencé a preocuparme y decidí llamar al médico. Éste me dijo que estaba francamente mal, no se trataba de un mareo. Ella, que los últimos años se había debilitado paulatinamente, se estaba quedando sin fuerzas hasta el punto de hacernos temer por su vida. Llamé a mi padre, que en pocas horas se presentó en Cádiz. Enseguida telefoneó a mis tíos para que acudieran cuanto antes, ya que temía un desenlace inminente.
A la mañana siguiente empeoró sensiblemente y aunque casi no tenía fuerzas consiguió decir unas palabras dirigidas a todos nosotros. “He amado la vida con todas mis fuerzas y os he querido a todos con toda el alma, me siento feliz por no haberme rendido en la lucha; no dejéis nunca de luchar y si alguna vez tenéis la tentación de daros por vencidos recordad, que esta mujer una vez quiso dejar este mundo y no lo hizo, porque sabía que seguramente estaba a minuto y medio de conseguir la felicidad”.
Minutos después ella dejó este mundo con la misma naturalidad, con que a veces decidía dar un paseo por una de sus queridas playas.
Me quedé atónita; si me hubieran pinchado en ese momento no me habrían sacado sangre.
Comencé a llorar desconsoladamente abrazándome a mi padre. Cuando pude reaccionar y me di cuenta de lo extraordinaria que era mi abuela, comprendí que con aquella despedida estaba diciéndome algo. Miré sobre su mesilla y vi aquel libro que creí escondido durante tanto tiempo. ¡Cómo no se me había ocurrido! Seguramente había estado allí siempre y yo, buscando siempre por lo más difícil, no me había dado cuenta de que tenía la solución de todas mis dudas, a la altura de mis manos.

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