Hoy publicamos este precioso cuento sobre el día de la lotería, que ha escrito Polola, una chica de doce años llena de sensibilidad y buenos deseos. Seguro que os gustará.
Un día 22 de Diciembre, día en que se celebra el famoso sorteo de la lotería de Navidad, de la que está pendiente casi toda España, paseando por el centro de la ciudad, no digieren la mala noticia de su eterna mala suerte con este sorteo, ya que este año tampoco les ha tocado y lo primero que dicen a si mismos es la salud y la felicidad.
En ese momento delante de ellos hay un terrible accidente, un coche ha atropellado a una pareja de abuelos. Después de este desgraciado accidente piensan en sus padres, que están alojados en una residencia para ancianos. Con poca salud y aun menos cariño por parte de quienes tanto cariño recibieron (sus 3 hijos) y una extraña situación de vergüenza les invade sin hablar entre ellos. Se dirigen a la residencia, donde están alojados sus padres, entran por la puerta principal y van a un espacio soleado del jardín. En un precioso banco de hierro fundido y madera, con un suelo formado por hojas secas, caídas hace varios días, hojas secas de colores con tintes rojizos y naranjas, ven a sus padres cogidos de la mano y con los ojos cerrados tomando el delicioso sol invernal. Se acerca Pablo, el mayor de los hijos, se sienta junto a ellos sin que se den cuenta de su presencia, con voz suave cerca de la plateada cabeza de su madre le dice: “ya estamos aquí y nos vamos a comer juntos, como antes cuando éramos solteros”. Su madre sin abrir los ojos, como si ya lo hubiera sabido, le contesta: “como tardabais nos hemos puesto a tomar el sol. Esperar hijos míos que nos vamos a poner los zapatos de calle, el abrigo verde de tu padre y mi chaquetón viejo de piel".
En ese momento delante de ellos hay un terrible accidente, un coche ha atropellado a una pareja de abuelos. Después de este desgraciado accidente piensan en sus padres, que están alojados en una residencia para ancianos. Con poca salud y aun menos cariño por parte de quienes tanto cariño recibieron (sus 3 hijos) y una extraña situación de vergüenza les invade sin hablar entre ellos. Se dirigen a la residencia, donde están alojados sus padres, entran por la puerta principal y van a un espacio soleado del jardín. En un precioso banco de hierro fundido y madera, con un suelo formado por hojas secas, caídas hace varios días, hojas secas de colores con tintes rojizos y naranjas, ven a sus padres cogidos de la mano y con los ojos cerrados tomando el delicioso sol invernal. Se acerca Pablo, el mayor de los hijos, se sienta junto a ellos sin que se den cuenta de su presencia, con voz suave cerca de la plateada cabeza de su madre le dice: “ya estamos aquí y nos vamos a comer juntos, como antes cuando éramos solteros”. Su madre sin abrir los ojos, como si ya lo hubiera sabido, le contesta: “como tardabais nos hemos puesto a tomar el sol. Esperar hijos míos que nos vamos a poner los zapatos de calle, el abrigo verde de tu padre y mi chaquetón viejo de piel".
Juntos los cinco se dirigieron al viejo restaurante, donde solían comer. Comieron unas buenas cabezas asadas, unos buenos callos madrileños y unas chuletas de cordero “como cuando eran niños”. Después de comer pasaron por el horno de siempre y pidieron unos triángulos de chocolate y Carolina, la pequeña, pidió su merengue. El abuelo sacó su purera, le entregó al mayor de sus hijos el mejor de los puros, que no aceptó por respeto a su padre.
Llegaron los cinco a casa del mayor, donde todos esperaban preparados, ya que Pablo, muy listo él, les había avisado con tiempo de lo ocurrido, allí esperaban la mujer de Pablo y los catorce nietos. Se sentaron en el salón a discutir los planes de la Noche Buena y Navidad. Todos querían la típica Navidad de la abuela, con su respectiva cena tradicional, que todo el mundo recordaba desde su más tierna infancia: consomé de cocido y croquetas, que hacia ahora la tía Cristina, como las hacía la bisabuela en sus tiempos, gambitas de Huelva a la plancha, cardo con salsa de almendras (almendras de la Olla de Huesca), de segundo un trozo pequeño de besugo con patatas a lo pobre y de tercer plato el famoso capón.
Luego los abuelos dijeron: “ahora hijos míos llevarnos a la residencia, que hay muchos abuelos que están solos y nos necesitan”. Camino de la residencia y en medio del silencio trata de justificarse y la abuela le contestó: “no es la residencia hijo mío, es la falta vuestra la que echamos de menos”.
Al despedirse en la residencia Pablo les preguntó como siempre: “¿Qué queréis para Navidad?”. La abuela le respondió: “solo que volváis a rezar al acostaros a la cama cuando eráis pequeños”
Llegaron los cinco a casa del mayor, donde todos esperaban preparados, ya que Pablo, muy listo él, les había avisado con tiempo de lo ocurrido, allí esperaban la mujer de Pablo y los catorce nietos. Se sentaron en el salón a discutir los planes de la Noche Buena y Navidad. Todos querían la típica Navidad de la abuela, con su respectiva cena tradicional, que todo el mundo recordaba desde su más tierna infancia: consomé de cocido y croquetas, que hacia ahora la tía Cristina, como las hacía la bisabuela en sus tiempos, gambitas de Huelva a la plancha, cardo con salsa de almendras (almendras de la Olla de Huesca), de segundo un trozo pequeño de besugo con patatas a lo pobre y de tercer plato el famoso capón.
Luego los abuelos dijeron: “ahora hijos míos llevarnos a la residencia, que hay muchos abuelos que están solos y nos necesitan”. Camino de la residencia y en medio del silencio trata de justificarse y la abuela le contestó: “no es la residencia hijo mío, es la falta vuestra la que echamos de menos”.
Al despedirse en la residencia Pablo les preguntó como siempre: “¿Qué queréis para Navidad?”. La abuela le respondió: “solo que volváis a rezar al acostaros a la cama cuando eráis pequeños”
5 comentarios:
Muy bonito este cuento, espero que lo lea mucha gente y lo ponga en práctica. Un beso
Estupendo relato, Polola, sigue escribiendo cosas tan bonitas y que nos hacen pensar. Hasta siempre
Vaya historia tan maja, espero que los ancianos de las residencias sepan lo que has escrito por ellos.
Muchos deberíamos pensar como tú, pero por desgracia somos egoistas y olvidamos a los mayores, que tanto han hecho por nosotros. (Ernesto)
Espero que sigas escribiendo siempre, tienes mucho que enseñarnos a los que vivimos con tanta prisa. Los tuyos tienen que estar muy orgullosos de tí.
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