La vida es como un devenir de ciclos, que se abren y se cierran al antojo de las circunstancias que nos rodean. Cuando el ciclo comienza toda una gama de expectativas se abre ante nosotros, expectativas que nos hacen avanzar e ilusionarnos con el mañana. Conforme pasa el tiempo ese ciclo se va extendiendo y alcanzando la plenitud, con el resultado de las expectativas cumplidas o no. Pero ¡qué pena! que ese ciclo se olvide a menudo de los imponderables que ponen zancadillas a su evolución, obligándole a cerrarse poco a poco sobre sí mismo, hasta el punto de formar una circunferencia perfecta, que supone su muerte definitiva.
Es entonces cuando comprendemos que las expectativas que no se han cumplido dejan paso inexorablemente al nacimiento de un nuevo ciclo. Y deberíamos comprender que es hora de pensar en nuevas ilusiones y de crear nuevas metas que nos mantengan vivos.
A menudo esos ciclos perecen antes de conseguir la plenitud, siempre se quedan a minuto y medio de alcanzarla. Y es ese minuto y medio el único nexo de unión que mantiene enlazados todos los ciclos en una unión casi perfecta. Y es en ese escaso tiempo cuando debemos entender que un ciclo ha terminado feliz o tristemente, y prepararnos para planear el siguiente.