Lo cogí entre las manos y lo guardé celosamente, igual que se guarda un tesoro. Esperé a que se celebrara el funeral y sus cenizas se esparcieran por su querido Pirineo, según había sido siempre su expreso deseo. Unos días más tarde, cuando ya había recobrado la serenidad y me sentí con fuerzas, decidí que había llegado el momento de abrirlo; estaba segura de que dentro de las hojas de aquel libro estaban las respuestas a todas mis dudas.
En su interior, como escondida ó protegida, había una carta escrita a mano. Comencé a temblar al mismo tiempo que unas lágrimas se escapaban de mis ojos; aquella carta estaba escrita con rasgos idénticos a los de la carta, que yo conservaba hacía tiempo, desde el mismo día que la encontré en la vieja cómoda. Pero la carta de la abuela era posterior a aquella primera y en ella estaba la clave de todo lo que me había preocupado los últimos meses.
La carta decía así:
“Por una vez más he decidido seguir adelante en mi lucha y volver a empezar de nuevo y, como no me siento con fuerzas de seguir en el Pirineo, me voy lejos, donde nadie pueda saber de mí jamás. Estas tierras me traen demasiados recuerdos que, por dolorosos unos y gratificantes otros, quiero olvidar para siempre. Hace unos días estuve a punto dar una solución drástica a todos mis males, pero en el último momento me eché atrás, pensé que no era justo que nadie sufriera por mí. He estado muchas veces a minuto y medio de conseguir la felicidad pero finalmente no ha podido ser. Enamorada de un hombre que no merezco, no me veo con fuerzas ya de querer convivir nunca con ningún otro, así que me voy lejos, para que la distancia cure mi dolor y si algún día, él quiere volver a verme seguro que podrá encontrarme allá dondequiera que voy. De momento no quiero decir a donde me dirijo, necesito encontrarme a mi misma, para hallar la paz, así que nadie me busque y el día que esté preparada para retomar mi vida es posible que os lo haga saber. De ahora en adelante me llamaré Leonor para que este nuevo nombre sea el testigo de que quiero comenzar de nuevo.
No me olvidéis nunca y sabed que por encima de todo amo la vida .Leonor”
Y como si acabara de encajar la última pieza de un gigantesco puzzle, de repente todo tuvo sentido. Recordé el énfasis con que ella me relataba todo aquello y entonces tuve la certeza, de que me había estado contando su vida. La única incógnita que quedará siempre sin solución es porque ambas cartas no fueron echadas al correo. Pero mi abuela a veces acostumbraba a escribir cosas, que luego rompía o tiraba. Quizá pensó que las había roto o quizá se olvidó de ellas ¡quien sabe! Eso ya no tiene importancia.
Yo no había nacido todavía cuando ella se marchó pero mi padre me contó que dos años después, de que todos la dieran por desaparecida, salió de su silencio y volvió a ponerse en contacto con sus hijos. En cuanto al hombre de sus sueños no supe nunca con certeza si volvió a saber de ella, pero de lo que estoy segura es que, sabiendo como era mi abuela, no lo olvidó jamás ni dejó de quererlo. Y, ahora que lo pienso, en una de mis visitas a Cádiz escuché un comentario de unas viejecitas, que me hizo pensar que mi abuela no estaba sola, o al menos tan sola como todos creíamos. Pero igual fueron imaginaciones mías ¡quien sabe!
De una cosa si que estoy segura y es que mi abuela seguro que al final consiguió la felicidad porque, después de haber estado tanto tiempo a minuto y medio de alcanzarla, nadie mejor que ella se la merecía.
Después de que hubiéramos cerrado el piso de Cádiz, regresé al hogar, junto a mis padres y seguí siendo la misma mujer desordenada y ocupada de siempre. Cuando hube terminado mi tesis doctoral, me fui a trabajar a la empresa de mi padre y me compré un pequeño apartamento. Ahora vivo sola. Bueno no totalmente sola, ya que cuando compré mi casa me llevé conmigo la vieja cómoda que un día heredé de mi abuela. Y cada vez que la miro me acuerdo de ella y una sonrisa se dibuja en mis labios…..una eterna sonrisa…
En su interior, como escondida ó protegida, había una carta escrita a mano. Comencé a temblar al mismo tiempo que unas lágrimas se escapaban de mis ojos; aquella carta estaba escrita con rasgos idénticos a los de la carta, que yo conservaba hacía tiempo, desde el mismo día que la encontré en la vieja cómoda. Pero la carta de la abuela era posterior a aquella primera y en ella estaba la clave de todo lo que me había preocupado los últimos meses.
La carta decía así:
“Por una vez más he decidido seguir adelante en mi lucha y volver a empezar de nuevo y, como no me siento con fuerzas de seguir en el Pirineo, me voy lejos, donde nadie pueda saber de mí jamás. Estas tierras me traen demasiados recuerdos que, por dolorosos unos y gratificantes otros, quiero olvidar para siempre. Hace unos días estuve a punto dar una solución drástica a todos mis males, pero en el último momento me eché atrás, pensé que no era justo que nadie sufriera por mí. He estado muchas veces a minuto y medio de conseguir la felicidad pero finalmente no ha podido ser. Enamorada de un hombre que no merezco, no me veo con fuerzas ya de querer convivir nunca con ningún otro, así que me voy lejos, para que la distancia cure mi dolor y si algún día, él quiere volver a verme seguro que podrá encontrarme allá dondequiera que voy. De momento no quiero decir a donde me dirijo, necesito encontrarme a mi misma, para hallar la paz, así que nadie me busque y el día que esté preparada para retomar mi vida es posible que os lo haga saber. De ahora en adelante me llamaré Leonor para que este nuevo nombre sea el testigo de que quiero comenzar de nuevo.
No me olvidéis nunca y sabed que por encima de todo amo la vida .Leonor”
Y como si acabara de encajar la última pieza de un gigantesco puzzle, de repente todo tuvo sentido. Recordé el énfasis con que ella me relataba todo aquello y entonces tuve la certeza, de que me había estado contando su vida. La única incógnita que quedará siempre sin solución es porque ambas cartas no fueron echadas al correo. Pero mi abuela a veces acostumbraba a escribir cosas, que luego rompía o tiraba. Quizá pensó que las había roto o quizá se olvidó de ellas ¡quien sabe! Eso ya no tiene importancia.
Yo no había nacido todavía cuando ella se marchó pero mi padre me contó que dos años después, de que todos la dieran por desaparecida, salió de su silencio y volvió a ponerse en contacto con sus hijos. En cuanto al hombre de sus sueños no supe nunca con certeza si volvió a saber de ella, pero de lo que estoy segura es que, sabiendo como era mi abuela, no lo olvidó jamás ni dejó de quererlo. Y, ahora que lo pienso, en una de mis visitas a Cádiz escuché un comentario de unas viejecitas, que me hizo pensar que mi abuela no estaba sola, o al menos tan sola como todos creíamos. Pero igual fueron imaginaciones mías ¡quien sabe!
De una cosa si que estoy segura y es que mi abuela seguro que al final consiguió la felicidad porque, después de haber estado tanto tiempo a minuto y medio de alcanzarla, nadie mejor que ella se la merecía.
Después de que hubiéramos cerrado el piso de Cádiz, regresé al hogar, junto a mis padres y seguí siendo la misma mujer desordenada y ocupada de siempre. Cuando hube terminado mi tesis doctoral, me fui a trabajar a la empresa de mi padre y me compré un pequeño apartamento. Ahora vivo sola. Bueno no totalmente sola, ya que cuando compré mi casa me llevé conmigo la vieja cómoda que un día heredé de mi abuela. Y cada vez que la miro me acuerdo de ella y una sonrisa se dibuja en mis labios…..una eterna sonrisa…
2 comentarios:
Te dije que tal vez Leonor tendría que adelantar su reloj un minuto y medio. Ahora pienso que ya lo había hecho aunque no fuera consciente de ello.
Un relato super. De esos que te tienen en ascuas. Muchas visas se parecen en gran parte a la de Leonor.
Besicos desde la capi (de Aragón, ¡claro!)
Alguna vece tambien me pregunto...que hubiese sido de mi vida? si...
Hermoso contar.
Un saludo
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