viernes, 9 de enero de 2009

A minuto y medio (2ª parte)

Aquel escrito me había impresionado de tal manera que, desde entonces, se convirtió para mi en una especie de obsesión, que me hacía compañía todo el tiempo, hasta que un día, algunos años mas tarde, conseguí averiguar a qué se refería Leonor cuando escribió aquello.
La primera vez que le pregunté a la abuela si la conocía, ésta se quedó asombrada, como si algo, que hubiera desaparecido de su recuerdo volviera a apoderarse de él. Sin ninguna duda la conocía y, al parecer, bastante bien por el lujo de detalles que me contó mas tarde.
Leonor era una mujer que había pertenecido a una familia que, lejos de considerarse pobre, nunca había nadado en la abundancia y había tenido que atravesar momentos muy difíciles en la vida.
Como mayor de varios hermanos había tenido que ayudar siempre en casa y su infancia no había sido precisamente fácil. Pero ella, a pesar de todo, siempre se consideró una niña feliz. Claro que, entonces, todavía no sabía la clase de vida que le esperaba.
Después de un corto noviazgo se casó con un hombre que no le convenía, aunque se dio cuenta demasiado tarde. El mismo día que celebró su boda, una bonita mañana de Abril, comprendió que se había equivocado. Pero ella, seguramente influenciada por la educación que había recibido, era de las que se casan para toda la vida. Todo en su matrimonio había comenzado mal y como si se tratara de un conjunto de premoniciones, todo hacía presagiar que aquello no tendría buenas consecuencias.
No tuvo un reportaje de boda, porque al fotógrafo se le rompió la cámara fotográfica y cuántas veces durante los años que siguieron, recordó aquel incidente, que sería una simple casualidad, pero que no fue sino una cruel premonición de todas las demás cosas, que se romperían mas tarde en su vida.

Es así como, influenciada por la presencia de un marido egoísta, ególatra y vicioso, poco a poco se fue sumergiendo en un abismo, que la hundió en la mayor de las miserias interiores. Se adiaba a si misma por no haber sido capaz de darse cuenta a tiempo de la clase de hombre que era. La necesidad que tenía de salir del hogar era tan grande que, ciega ante todo, creyó que había amor donde, ni siquiera, hubo jamás ni una pizca de cariño. Y fue precisamente durante la noche de bodas cuando la agredió por primera vez obligándola a ser la protagonista de sus fantasías.
Pensó, como la mayoría de las mujeres, que le pondría cambiar y decidió seguir adelante, y no solo no le cambió, sino que fue testigo de cómo se acentuaban sus defectos
cada día un poco más y era ella la que, poco a poco, se iba transformando en una mujer arisca y triste. Mientras la ilusión de su juventud se metamorfoseaba en desesperanza ante la vida, se hundía progresivamente en un pozo, que cada vez era mas profundo.
La llegada del primer hijo supuso un respiro para ella, que vio un escape para su tristeza y volvió a soñar, que su vida recobraba el sentido. Pero lo que al principio era una esperanza no tardó en derrumbarse a los pocos meses, cuando descubrió, que la convivencia con su pareja todavía era más cruel, con un hijo por medio. Y no es que tratara mal al niño, pero inconscientemente estaba celoso y esto le hacía sentirse tan mal, que se fueron acentuando sus vicios y, lejos de corregirlos, aumentaron de tal manera que convivir con él era un suplicio.
A este primer hijo siguieron dos más, que la mantuvieron entretenida algunos años y volcándose en ellos los encerró con ella en una burbuja, consiguiendo así robarle instantes de felicidad a una vida demasiado triste. Aquella burbuja, que al principio parecía tan segura, no tardaría en romperse arrastrándolos de nuevo hacia la realidad mas dura. Los años pasaron irremediablemente y aquel hogar, lejos de mejorar, cada vez era más hostil.
Una mañana, sin saber bien cómo, encontró la energía que necesitaba para afrontar sus problemas y decidió, que ya era hora de pedirle a su marido que abandonara el hogar, que llevaban compartiendo hace años. Sin trabajo y con tres hijos a su cargo comenzó una andadura pesada y difícil, y desde entonces nunca mas les volvió a faltar el desayuno a los niños. Porque aunque su marido tenía una buena nómina era un ludópata empedernido y con todo hacía corto, a la hora de satisfacer sus necesidades. El hecho de perder a su mujer y sus tres hijos no cambió para nada sus actitudes ante la vida y siguió malgastando lo que ganaba, en lugar de cumplir con sus obligaciones de padre.
Leonor se volvió una mujer dura y se vistió con una armadura que, aunque pesada, le solucionaba muchas papeletas. Y cuando el desánimo se apoderaba de ella, le venían a la cabeza aquellos días en que no podía dar de desayunar a sus hijos y esto le hacía sacar fuerzas de flaqueza para seguir luchando.

1 comentario:

Nuria dijo...

Has conseguido que se me pongan los pelos como escarpias.