miércoles, 8 de octubre de 2008

Polvo de recuerdos de infancia


No lo pude evitar. Sabía que estaba cerca del lugar ¿cómo iba a marcharme sin echar una mirada siquiera a la vieja escalera centenaria?.
¡Si las escaleras hablaran! (pensaba mientras entreabría el viejo portón de madera). Si hablaran seguro que podrían llenar cientos de páginas con otras tantas historias, casi legendarias, de los acontecimientos que ocurrieron en aquella época. Cientos de pisadas diferentes, de hombres, mujeres, niños, ancianos, que les dieron vida. Y como el eco imparable de una voz en medio de los valles, aquellos pisotones sobre los peldaños, resonaban una y otra vez, cuando la chiquellería las subía o bajaba, en un interminable ir y venir, desde la casa de la abuela hasta los glacis y desde los glacis hasta la casa de la abuela.
Y subían corriendo, como si aquel fuera el último instante, de una carrera interminable para llegar los primeros a coger la merienda de pan con tomate. Y con el bocadillo en la mano, regresaban, pateando las viejas escaleras, que bajaban sin piedad, para regresar de nuevo a sus juegos, sus aventuras. El polvo que le sacaban a cada peldaño con cada pisada, no tenía tiempo de adherirse a la suela de sus alpargatas, que antes de que se dieran cuenta, habían llegado a los glacis, cuando las escaleras todavía permanecían temblando.
De repente se hacía el silencio y la escalera centenaria se quedaba muda. Al poco rato, un golpe la despertaba de su letargo, la señora Lorenza , la vecina del primero, había dado un portazo y se dirigía al mercado. Su caminar lento y cansado, casi era un alivio para la madera crujiente de aquellos peldaños.
Y cada día lo mismo durante todo el verano, carreras, pisotones, ruido, eco.
Pero una mañana, casi igual que cualquier otra, la escalera se sobresaltó al sentir la puerta del segundo y pensó: ya vienen los chiquillos. Pero aquel día los chiquillos bajaban despacio, caminando de puntillas, en silencio, lagrimeando, se miraban unos a otros sin decir nada. Cuando llegaron al rellano del primer piso, se detuvieron ante la puerta de la señora Lorenza, que muchas mañanas, al sentirlos, abría su puerta y les obsequiaba con terrones de azúcar, Pero aquella mañana nadie salió a la puerta. Y los chiquillos siguieron caminando despacio y se miraban unos a otros como pensando: la vamos a echar mucho de menos, ¿quién nos dará ahora los azucarillos?.

La señora Lorenza había tenido un accidente en el hogar de su casa, se le prendió fuego el delantal y murió a los pocos días a causa de las quemaduras. Los chiquillos no terminaban de entender cómo una mujer tan buena, podía haber tenido un accidente así. Y se les nublaban los ojos de lágrimas y con cada lágrima recordaban en silencio cada terrón, con que aquella mujer les había endulzado la infancia.

Ayer volví a mirar aquellas escaleras y subí unos cuantos peldaños, hasta el primer piso y recordé a la señora Lorenza, y de repente fue como si aquellos terrones de antaño devolvieran el sabor a mis labios. Me dí la vuelta y comencé a bajar despacio, no como cuando corríamos de pequeños. Cuando llegué ante el portón entreabierto, lo vi como entonces, pero con la madera más ajada y resquebradiza; por un instante me alegré de que todo siguiera como entonces, pero eso si, con un sin fin de historias nuevas que contar. La misma vieja escalera se erigía ante mí, como si el tiempo no hubiera pasado. ¡Quién me iba a decir entonces, cuando apenas levantaba un palmo del suelo, que tantos años después regresaría a aquel lugar y la encontraría como entonces!

(Dedicado a la señora Lorenza)



5 comentarios:

Una senderista. dijo...

Los viejos lugares, los que nos transportan a la infancia, nos hacen sentir emociones profundas, nostágicas, alegres, tristes..., son especiales

Ligia dijo...

Echamos la mirada atrás en el tiempo y se nos vienen multitud de recuerdos a la mente. Bonito tu relato. Abrazos

Manuela Fernández dijo...

La de historias que guardan las casas¡¡¡¡¡¡

Anónimo dijo...

Muy grato pasar de nuevo por tu blog, en esta oportunidad te dejo un premio, este es el enlace:
http://www.marthacolmenares.com/2008/10/08/mas-que-reglas-sugerencias/
Mis saludos desde Venezuela, Martha Colmenares

Anónimo dijo...

Querida Sofía, has hecho un relato muy vívido. Me ha recordado el famoso de Marcel Proust en su obra "En busca del tiempo perdido" sobre el sabor de la madalena. (http://es.wikipedia.org/wiki/En_busca_del_tiempo_perdido)