Un político cuyo nombre no viene al caso afirmaba hace unos días que "para ganar las elecciones, hay que merecerlo". Y efectivamente creo que todos estamos de acuerdo con él en esta afirmación. Sin embargo, a la vista de las actuaciones de muchos políticos que posiblemente accedieron al poder sin merecerlo, nos preguntamos qué significa exactamente merecer ganar las elecciones.
Estamos en precampaña electoral y lo que late en el ambiente es el sentir de los viejos políticos, aferrados a su poder, que se agarran más fuerte que nunca, en un intento desesperado de que nadie les arrebate su mando. Y desde este espacio nos preguntamos si es justo ganar unas elecciones, después de haber intentado pisar cabezas ajenas de quienes también aspiraban a hacerlo, con toda clase de argumentos vacíos y acciones encaminadas al desprestigio del contrario y a hacerle tirar la toalla antes de que llegue a las urnas.
Supongo que cuando se ha llegado al poder, el miedo a perderlo prima sobre toda moral y ética y consigue de las personas extraños comportamientos, que pretenden encaminarlas hacia la perpetuidad en el poder, o al menos eso piensan ellas. Sin embargo una cosa está clara, cuando se ha gobernado mucho tiempo, se enrarece el entorno y hay que permitir, que la savia nueva corra por las venas del poder, para dar un soplo de vida al ambiente.
Pero los viejos políticos temen la savia nueva, a la que no piensan dar ni la más mínima oportunidad, y comienzan así su campaña desleal de amedrentamiento del contrario, para asegurar su puesto en el gobierno.
Los políticos olvidan a menudo que el pueblo tiene la palabra, en este caso el pueblo español, y que ese pueblo ha estado vigilante durante los años de su gobierno y se ha dado perfecta cuenta de sí merecen o no estar en el poder. Y es posible que el pueblo no esté dispuesto a permitir que sus políticos se machaquen unos a otros, en una campaña de descrédito, y decida dar su voto a quien lo merezca, lejos de estas actuaciones nefastas. Dada la situación política actual, no vendría mal un poco de esa savia nueva, que renovara la ilusión de un pueblo que merece mejores políticos.
Es más, necesitaríamos nuevos políticos, que tuvieran en la honestidad su principal bandera. Es esta virtud, desaparecida hace años del panorama político, la que puede cambiar el modo de vivir de un pueblo, cansando hasta no poder más, de permitir que le roben. Queremos políticos honestos y sólo así recobraremos la confianza en la democracia.
Demos entonces el voto a quien de verdad lo merece, a alguien capaz de hacer de la honestidad su bandera, capaz de sanear las arcas públicas, evitando gastos innecesarios y superfluos por ejemplo, en lugar de elevar impuestos, que ahogan al contribuyente. Sería un buen comienzo, que generaría esperanza e ilusión en muchos pueblos desencantados.
Eliminemos del panorama político a quienes aspiran a llegar al poder a costa de cortar cabezas, éstos no nos interesan, porque si tienen que cortar cabezas para ganar, tarde o temprano terminarían cortando la cabeza de todo un pueblo, para su beneficio personal.
Habrá que estar atentos en los meses venideros para llegar a comprender quién merece ganar las elecciones honestamente. Porque sólo a los honestos daremos el voto, o a la contra, se lo quitaremos a quienes no lo sean, porque no olvidemos que en la casi totalidad de las elecciones, unos no las ganan, sin que otros las pierdan.