Éramos insultantemente jóvenes y no se nos ponía nada por delante, así que cuando mi hermano me propuso compartir participación en el trofeo Oturia (de eso hace muchos años) no me lo pensé dos veces. Participar en dicho trofeo consistía en realizar un recorrido por el monte y llegar a una meta. Mi hermano, que era pintoresco a más no poder, para animarme me dijo que no me preocupara, que al salir nos daban un plano para que no nos perdiéramos. No se si fue peor, porque yo estaba la mar de tranquila y al saber lo del plano empecé a preocuparme, no tenía ni idea de cartografía y por lo que pude averiguar más tarde, mi hermano tampoco.
Salimos de Zaragoza con destino al Pirineo bastante temprano. ¡Horror! Cuando llegamos al punto de partida pudimos averiguar, que había caído una gran nevada y hacía un tiempo bastante malo, pero la suerte estaba echada y había que seguir adelante. Nos dividieron en grupos y en el nuestro, que lo formábamos cuatro personas, mi hermano, dos gemelas de Sabiñánigo y yo, no cabía más entusiasmo. Nos entregaron el plano, que giramos en todas las direcciones para encontrarle un sentido, pero fue en vano, ninguno sabíamos interpretarlo. La nieve nos llegaba a la rodilla, así que nos preparamos lo mejor posible para iniciar la caminata. Nos pusimos unas bolsas de plástico en los pies y después los introdujimos en las chirucas. ¡Qué insensatos, en pleno invierno y con botas de lona por la nieve!, pero puestos a hacer barbaridades, ¡qué importaba una más!
Había varios grupos y al nuestro le había tocado salir en quinta posición, lo cual era malo, porque tuvimos que esperar pasmadicos de frío, pero al mismo tiempo bueno, porque seguir las pisadas de los grupos anteriores te daba cierta ventaja, y más teniendo en cuenta que ninguno sabíamos nada de cartografía. No tendríamos más que seguir las huellas de los otros, para llegar a la meta. Los cuatro éramos muy andarines, así que suplimos en rapidez el resto de nuestras carencias, que eran muchas. No nos costó demasiado alcanzar a los otros grupos, que íbamos rebasando poco a poco, hasta que finalmente nos pusimos en segundo lugar. Con los pies mojados, doloridos por el frío, y empapados hasta la camiseta llegamos a meta, donde nos esperaban sin dar crédito a lo sucedido, que unos inexpertos en aquellas lides hubiéramos llegado en segundo lugar. Cuando por la tarde entregaron los premios todos nos felicitaban. Nos llenamos de satisfacción y sobre todo mi hermano que terminó diciendo ¿veis cómo el plano nos ha ayudado mucho? Efectivamente con el plano nos habíamos secado los pies al llegar a meta. Nos dieron una copa, que era compartida, pero las gemelas prefirieron que nos la quedáramos nosotros, hecho que he recordado con cariño a menudo. No las he vuelto a ver, pero quién sabe si algún día coincido con ellas y volvemos a reír de esta hazaña.
Salimos de Zaragoza con destino al Pirineo bastante temprano. ¡Horror! Cuando llegamos al punto de partida pudimos averiguar, que había caído una gran nevada y hacía un tiempo bastante malo, pero la suerte estaba echada y había que seguir adelante. Nos dividieron en grupos y en el nuestro, que lo formábamos cuatro personas, mi hermano, dos gemelas de Sabiñánigo y yo, no cabía más entusiasmo. Nos entregaron el plano, que giramos en todas las direcciones para encontrarle un sentido, pero fue en vano, ninguno sabíamos interpretarlo. La nieve nos llegaba a la rodilla, así que nos preparamos lo mejor posible para iniciar la caminata. Nos pusimos unas bolsas de plástico en los pies y después los introdujimos en las chirucas. ¡Qué insensatos, en pleno invierno y con botas de lona por la nieve!, pero puestos a hacer barbaridades, ¡qué importaba una más!
Había varios grupos y al nuestro le había tocado salir en quinta posición, lo cual era malo, porque tuvimos que esperar pasmadicos de frío, pero al mismo tiempo bueno, porque seguir las pisadas de los grupos anteriores te daba cierta ventaja, y más teniendo en cuenta que ninguno sabíamos nada de cartografía. No tendríamos más que seguir las huellas de los otros, para llegar a la meta. Los cuatro éramos muy andarines, así que suplimos en rapidez el resto de nuestras carencias, que eran muchas. No nos costó demasiado alcanzar a los otros grupos, que íbamos rebasando poco a poco, hasta que finalmente nos pusimos en segundo lugar. Con los pies mojados, doloridos por el frío, y empapados hasta la camiseta llegamos a meta, donde nos esperaban sin dar crédito a lo sucedido, que unos inexpertos en aquellas lides hubiéramos llegado en segundo lugar. Cuando por la tarde entregaron los premios todos nos felicitaban. Nos llenamos de satisfacción y sobre todo mi hermano que terminó diciendo ¿veis cómo el plano nos ha ayudado mucho? Efectivamente con el plano nos habíamos secado los pies al llegar a meta. Nos dieron una copa, que era compartida, pero las gemelas prefirieron que nos la quedáramos nosotros, hecho que he recordado con cariño a menudo. No las he vuelto a ver, pero quién sabe si algún día coincido con ellas y volvemos a reír de esta hazaña.
(Creo que una de ellas tiene casa en Biescas, pero no la conozco. Si alguien de los que siguen este blog supiera a quién me refiero, le agradecería que nos pusiera en contacto)
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