domingo, 3 de febrero de 2008

Sueño de carnaval (Relato)



Ella lo  preparó todo minuciosamente, hasta el más mínimo detalle; quería convertir esa noche en inolvidable. Una noche de fantasía y de cuento, que pareciera más mágica que real, más que real, un sueño. Se puso un vestido negro de tirantes, que le llegaba al tobillo, con una abertura en el lado izquierdo, que terminaba justo por encima de su rodilla. Lo había comprado hacía tiempo para asistir a una boda y nunca más se lo había puesto. Que mejor ocasión que aquella noche para lucirlo. Se calzó unos zapatos negros de tacón alto y se miró en el espejo. No le desagradó la imagen que vio reflejada en él. Los kilos que había perdido, junto con el tacón alto y la silueta estilizada por el vestido negro, le daban un aire sofisticado extraño para ella, que acostumbraba a vestir siempre con pantalones vaqueros.
Extendió por su rostro un maquillaje completamente blanco, dibujó bajo sus ojos unas ojeras moradas y peinó sus pestañas con rimel negro. Perfiló la silueta de sus labios con un lápiz morado y los cubrió de carmín grisáceo. Sacó del fondo del armario una peluca de melena larga y negra y se la puso sobre su pelo sujetándola con unas horquillas negras. Se miró en el espejo. Todo estaba perfecto. Sobre su cama había una capa negra, forrada por dentro de un color rojo intenso, con un cuello que sobresalía por encima de su nuca, y que sujetó con un broche a la altura de su cuello. Caminó por su habitación al mismo tiempo que se veía reflejada en el espejo. Su disfraz de novia del vampiro le había quedado ideal.
Salió de casa dispuesta a disfrutar de la noche de carnaval. Y a pesar de lo llamativo de su disfraz y de que toda la gente se la quedaba mirando, ella disfrutaba de su anonimato. Se sentía feliz de no saberse reconocida. Era como estar quieta en medio de un huracán, callada en medio de una multitud, escondida en medio de miles de miradas. Por esa noche, solo por esa noche iba a dejar de ser ella misma para ser la novia del vampiro. Soñaría que no tenía problemas, que su nevera estaba llena, que al día siguiente iba a encontrar un empleo, que tenía muchos amigos, que la vida le sonreía. Y debajo de la máscara de esos carnavales se imaginaría un mundo de cosas fantásticas, que la sacaran de su realidad y, como en " Alicia en el país de las maravillas", la transportaran a un mundo mágico, lleno de cosas inexplicables.

Y recorrió las calles y vio cientos de personas, que, como ella, iban disfrazadas, escondidas en su anonimato, huyendo de sus realidades, soñando con otros mundos irreales, en los que no hubiera dolor, ni enfermedad. En definitiva todos querían dejar de ser ellos mismos por una noche, para convertirse en una máscara que ocultara su vida. Y todos bebieron hasta hartarse, cantaron y bailaron hasta no poder más. Y cuando llegó la madrugada ella regresó a su casa, muerta de frío y de cansancio. El rimel le resbalaba por la cara, haciendo surcos en su piel, que intentaba limpiar en vano; el maquillaje había desaparecido casi por completo, los zapatos se le habían escapado de los pies. La peluca, que yacía tirada sobre la alfombra, había dejado al descubierto su pelo sudoroso y chafado, y cuando se miró en el espejo, éste le devolvió su propia fotografía. Había regresado a si misma, pero no dejaba de preguntarse si había merecido la pena jugar a ser quien no era, a tener lo que no tenía, a soñar con cosas prohibidas, a idear mundos fantásticos, si en definitiva a la mañana siguiente seguiría teniendo la nevera vacía, y debería acudir a las filas del INEM para que le dijeran una vez más, que no había trabajo para ella. Y claro que mereció la pena, porque nadie en el mundo podría arrebatarle la noche que acababa de vivir, cuando dejando de ser quien era, había salido en busca de unos instantes de felicidad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

me ha gustado mucho el relato.