Está tumbado en la camilla, mientras su respiración se mezcla con el cloroformo. Apenas empieza a respirar, el efecto del etéreo elemento comienza a hacerle efecto y va quedándose dormido, igual que un bebe al abrigo de su cuna. Salen a su encuentro extrañas imágenes que no es capaz de descifrar, inconexas y mezcladas igual que un torbellino, que se va apoderando de él.
No sabe qué ocurre porque las ve y tiene los ojos cerrados, las escucha entre murmullos, que es incapaz de descifrar “algodón, tijeras, bisturí, el ritmo cardiaco está bajando, se nos va”. De pronto oye el sonido de unos pasos que se apresuran, y siente que unos cables intentan agazaparlo sin permitirle ni un solo movimiento. Sigue escuchando un murmullo mientras intenta averiguar cuánto tiempo ha pasado. Luego siente una luz intensa que intenta evitar. Siente miedo. Pero a pesar de su rechazo, la luz es cada vez más deslumbrante. Teme lo inevitable.
Vuelve a escuchar palabras inconexas, “controlen la hemorragia, presión, pulso, se va”.
Las horas le parecen una eternidad. Siente pasos que se aproximan y alguien acaricia su mejilla “D. Miguel, despierte”. Abre los ojos y feliz contempla una enfermera… ¡está vivo!
3 comentarios:
Gracias por tu comentario en mi blog, voy a ver el tuyo con detenimiento
Hola...
Al leer tu relato he recordado la extraña sensación que se apoderaba de mi cuando me anestesiaron para operarme... fue algo dulce, una sensación de avandono y paz me invadió y luego la nada... siempre he pensado que el morirse debe ser algo así, aunque ¡qué felicidad estar viva!.
Saludos..
La anestesia hace que uno se sienta muy raro y no sepa bien si se sigue vivo o no, así que abrir los ojos y ver que uno sigue en este mundo es una alegría.
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