Está en el parque con sus hijos pequeños, sentada en el mismo banco de todas las tardes, junto a los columpios de madera y las pistas de fútbol. Lleva una bolsa de lona, donde guarda los bocadillos de la merienda de los niños, rellenos de mortadela. Ellos disfrutan jugando y cuando su estomago les avisa de que ha llegado la hora de la merienda, se dirigen junto a su madre y le piden los bocadillos. ¡Otra vez mortadela! (protestan). ¡Esto es lo que hay y dar gracias! (responde ella). Y, como reos que cumplen su condena, se resignan y terminan comiéndose la mortadela. No estaba tan mala después de todo.
Y como todas las tardes, ella mira hacia la rampa que hay junto a las escalinatas por si le ve venir. Pero nada. Él le ha prometido, como todas las tardes, que los pasaría a recoger, a ella y a los niños. Y sigue esperando pensando que de un momento a otro le va a ver bajar por la rampa...pero nada. Pasan las horas y, como cada tarde, ha mirado mil veces hacia la rampa para verle venir, mientras los niños juegan, ajenos a todo. No saben que, como cada tarde, su madre espera en vano que él aparezca, y, como cada tarde, se marchará defraudada a casa.
Y, como cada tarde, cuando llega a casa, se lo reprocha y él le responde con mil razones que ella no cree. Ella sabe que le miente, porque, como cada tarde, cuando se ha acercado a él, ha sentido que su aliento olía a alcohol y su ropa a marihuana.
Como cada tarde se ha hundido en su resignación y se ha marchado a la cama.
Pero a la mañana siguiente se ha despertado y se ha notado diferente, ha descubierto que merece otra vida y dirigiéndose hacia el armario, ha sacado las maletas y las ha llenado con las cosas suyas y de sus hijos. Cuando ha llegado la tarde ha preparado a los niños, como si fueran al parque, pero ha cogido sus maletas y ha llamado un taxi. Ellos han pensado que se van de vacaciones. Ni siquiera han preguntado por su padre. Se han montado en el taxi y ella le ha pedido al taxista que los lleve a la estación.
Y mientras se alejan en aquel tren, impasible y ajeno a todo cuanto le rodea, él permanece sentado frente al televisor. Sobre la mesa acaba de dejar una copa, junto a un cenicero, lleno de restos de los porros que se ha fumado. Y esa tarde, también se siente diferente y, como ninguna otra tarde, se dirige al parque y comienza a bajar por esa rampa. No sabe todavía que es demasiado tarde.....
(aviso a los lectores, este relato es ficticio, cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia)
2 comentarios:
Pero podría ser real, he recordado a un par de personas, antiguos conocidos.
Saludos
Hola Sofía,
Comentar que hace tiempo que sigo tu blog y quería felicitarte personalmente por el mismo.
Estamos en contacto.
Saludos,
Juan Martínez
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