miércoles, 20 de febrero de 2008

Cogido de la mano (relato)

Pasaba largas horas mirando a través de la ventana de su habitación, observando cómo caminaba la gente, que iba y venía, calle arriba y calle abajo. Ancianos, que caminaban a duras penas apoyados en su bastón, o aferrados al brazo de sus compañeras, niños, que caminaban inquietos cogidos de la mano de sus madres, intentando entretenerse con el más mínimo detalle, jóvenes, que iban a clase en cuadrillas de cuatro o cinco, personas, que caminaban deprisa como si llegaran con una hora de retraso a cualquier parte. Y desde su ventana los miraba con sus ojos grandes y oscuros y envidiaba su manera de pasar por la vida.
A veces pensaba que le gustaría ser como una de aquellas personas, que caminaban y corrían, aunque sabía, a pesar de su corta edad, que nunca sería como ellas. Él era una persona diferente a todas las que conocía, no visitaba los parques, ni corría, ni iba deprisa a ninguna parte, ni sabía qué era caminar cogido de la mano de tu madre. Y le gustaba soñar que era como una de esas personas y deseaba en lo más profundo de su corazón ser como una de ellas, aunque solo fuera por un día.
Pero luego bajaba sus ojos y apretaba sus labios en señal de conformidad y resignado, se agarraba a las ruedas de su silla ortopédica y las hacía girar, para recorrer a duras penas los pocos metros que le separaban de salón, donde su madre asomada a la ventana, seguramente estaría soñando, que le gustaría caminar de la mano de su hijo, como tantas personas que iban y venían calle arriba, calle abajo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Tu precioso relato lo estoy viviendo al revés.
Mi madre ahora es la que mira por la ventana si alguien la lleva allí, o conversa un poco conmigo cuando la voy a visitar, el miércoles próximo la tengo que traer a Zaragoza con un taxi adaptado para llevar sillas de ruedas, para que pueda conseguir una minusvalía.
Saludos