María Calamidad, también había sido joven, aunque en una ocasión uno de sus hijos le dijo muy seriamente “mamá, es que tu has nacido con cuarenta y cinco años”, y como casi todas las personas había cometido muchos errores durante su juventud. Uno de estos errores fue marcharse de monja a un convento, seguramente para huir del mundanal ruido o para buscar un poco de calma, no importa ya, el caso es que durante el tiempo que pasó en el convento le pasaron cosas curiosas.
Una de las más graciosas le ocurrió durante un verano, cuando era novicia, y habían ido a pasar los meses de Julio y Agosto a una casa que las monjas tenían en la provincia de Navarra. Y durante aquellos meses todas hacían de todo para ayudar en las tareas de aquella enorme casa. La Madre cocinera, hacía unas galletas de nata buenísimas, que eran la delicia de todos los paladares, pero tenían un inconveniente, que las bandejas donde se cocían en el horno quedaban muy quemadas y había que pasar mucho rato para conseguir sacarles lustre de nuevo.
A maría Calamidad le tocaba aquel día ayudar en la cocina y por supuesto en la tarea de fregar los cacharros. Una de las monjas más jóvenes de había dicho a María Calamidad que tenía que fregar muy bien aquellas bandejas, que si no le caería una buena bronca. Ésta se puso a fregar las bandejas y recordó las palabras de la monja; entonces pensó que sería mejor esmerarse, no fuera que le cayera la bronca de verdad. Y tanto frotó y frotó, que casi se le pelaron los dedos, eso si, las bandejas le quedaron tan bien que parecían nuevas.
María Calamidad estaba satisfecha por su trabajo y pensaba que seguro que no le caería ninguna bronca, y no se equivocaba, porque cuando la vio la Madre cocinera la llamó y le dijo: “muy bien Sor Calamidad, ha fregado usted muy bien las bandejas de las pastas, de ahora en adelante las fregará siempre”. Se quedó petrificada preguntándose si no hubiera sido mejor el rapapolvo, antes que verse condenada durante todo el verano a fregar las bandejas. Y ¿sabéis una cosa? Desde ese día María Calamidad dejó de comer esas pastas, seguramente para que durasen más tiempo y la Madre cocinera no tuviera que hacer más y ella no tuviera que fregar aquellas horribles bandejas de nuevo.
Por supuesto, la vida del convento no la convenció mucho y lo abandonó a los pocos meses huyendo de tanta calma y tanto silencio….y tantas pastas…
(la foto es una prespectiva de Biescas desde la pista de Iguarra)
Una de las más graciosas le ocurrió durante un verano, cuando era novicia, y habían ido a pasar los meses de Julio y Agosto a una casa que las monjas tenían en la provincia de Navarra. Y durante aquellos meses todas hacían de todo para ayudar en las tareas de aquella enorme casa. La Madre cocinera, hacía unas galletas de nata buenísimas, que eran la delicia de todos los paladares, pero tenían un inconveniente, que las bandejas donde se cocían en el horno quedaban muy quemadas y había que pasar mucho rato para conseguir sacarles lustre de nuevo.
A maría Calamidad le tocaba aquel día ayudar en la cocina y por supuesto en la tarea de fregar los cacharros. Una de las monjas más jóvenes de había dicho a María Calamidad que tenía que fregar muy bien aquellas bandejas, que si no le caería una buena bronca. Ésta se puso a fregar las bandejas y recordó las palabras de la monja; entonces pensó que sería mejor esmerarse, no fuera que le cayera la bronca de verdad. Y tanto frotó y frotó, que casi se le pelaron los dedos, eso si, las bandejas le quedaron tan bien que parecían nuevas.
María Calamidad estaba satisfecha por su trabajo y pensaba que seguro que no le caería ninguna bronca, y no se equivocaba, porque cuando la vio la Madre cocinera la llamó y le dijo: “muy bien Sor Calamidad, ha fregado usted muy bien las bandejas de las pastas, de ahora en adelante las fregará siempre”. Se quedó petrificada preguntándose si no hubiera sido mejor el rapapolvo, antes que verse condenada durante todo el verano a fregar las bandejas. Y ¿sabéis una cosa? Desde ese día María Calamidad dejó de comer esas pastas, seguramente para que durasen más tiempo y la Madre cocinera no tuviera que hacer más y ella no tuviera que fregar aquellas horribles bandejas de nuevo.
Por supuesto, la vida del convento no la convenció mucho y lo abandonó a los pocos meses huyendo de tanta calma y tanto silencio….y tantas pastas…
(la foto es una prespectiva de Biescas desde la pista de Iguarra)
2 comentarios:
Si te digo que los recipientes llenos de grasa, las bandejas que mi mujer ha empleado en cocinar y que están socarrados en los extremos me los curro y se quedan casi como si fueran nuevos ¿me creerías?
Claro que luego nadie me invita a comer unas pastas de nata.
Me encantan tus imágenes en la cabecera del blog.
Un abrazo.
ya se quién me va a fregar los cacharros de ahora en adelante, ahora que conozco tus habilidades en la fregadera jajajaja. Un saludo
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