martes, 11 de marzo de 2008

la antigua mirada (relato)


No sabía cómo ni por qué, pero el caso era que cada vez que subía por aquellas escaleras, algo dentro de ella se estremecía. La vieja barandilla de madera enmohecida por el paso de los años, los escalones empinados, las paredes oscuras y resquebrajadas. Todo parecía quererle recordar aquel pasado efímero y fugaz. Y sin embargo, a pesar de la rapidez con que se desarrollaron los acontecimientos, ella los conservaba en su memoria como si acabaran de ocurrir.
El recuerdo de aquellas tardes solitarias y esporádicas le venía ahora a la mente, como si quisiera empeñarse en revivir todo aquello. Pero ella, más que nadie, sabía que aquellos días fueron irrepetibles y por ello quedarían en el recuerdo, de donde no debían salir nunca. Sin embargo no podía evitar al recordar aquellos momentos, volver a sentir el aroma y la fragancia de aquellas horas inolvidables. Ella sabía que debía olvidarlas pero, una y otra vez se empeñaba en que permanecieran en su corazón , como si aquello que le había ocurrido hacía tanto tiempo, fuera una especie de aliento, que le empujaba a desear la vida con toda el ansia de que era capaz.
A veces se detenía a pensar y solo la mirada de aquellos ojos grabada en su mirada, le hacía estremecer y temblar como si fuera una colegiala. Y es que aquellos ojos profundos y penetrantes habían sido capaces de descubrir en ella una mujer nueva y diferente, cariñosa y sensible, enérgica y tenaz, suspicaz e inteligente. Cuántas veces a lo largo de aquellos años amargos, ella había recordado aquellos ojos ni divinos ni humanos, porque rayaban entre ambos como si se negaran a definirse por miedo a perder su mirada. Como la mirada de un dios del Olimpo, como la mirada de un cóndor, como tantas y tantas miradas de deseo y de ternura. Y sin embargo aquella había sido una mirada diferente. Nada que ella conociera se le parecía. Y cuando, muchos años después, ella seguía soñando con aquello, se preguntaba si seguiría mirando con aquellos ojos que un día la cautivaron y la hicieron su presa para siempre Cada vez que aquellas imágenes volvían a su recuerdo, ella se volvía a preguntar qué pasaría si un día se atreviera a subir de nuevo por aquellas escaleras de madera, enmohecidas, resquebrajadas y viejas. Y como ellas, también se sentía enmohecida, resquebrajada y vieja. El solo hecho de pensar que quizás aquella mirada le esperaba, al final de aquellos peldaños de otros tiempos, le producía tal emoción que sus ojos, convertidos en cataratas, dejaban de parecer ojos y su mirada, ahogada por aquellas lágrimas, dejaba de pertenecerle, para fundirse en el recuerdo con aquella otra que, aunque de manera efímera y fugaz, le había pertenecido durante unas cálidas horas.

3 comentarios:

Ligia dijo...

Me gustó el relato. A veces las miradas te pueden apresar de manera asombrosa y pasas a "depender" de ella literalmente.

Leodegundia dijo...

La mirada tiene mucho poder, pero a veces aniquila el poder de decisión de la persona que la recibe.
Un abrazo

Anónimo dijo...

Una mirada, al igual que una voz pueden recordarse durante toda una vida. Me gustó tu relato.