Ocurrió hace muchos años en Zaragoza pero dentro de mi mente esos hechos permanecen como si hubieran ocurrido ayer. En una pequeña escuela de Zaragoza, antes de que empezaran a proliferar los colegios grandes, se estaba preparando una función. Un grupo de alumnas ensayábamos un baile, el rigodón, con toda la ilusión del mundo. No recuerdo exactamente el número de niñas que participábamos, seríamos aproximadamente unas doce. Elisa era la primera bailarina, seguramente la más guapa o la que mejor bailaba, eso no importa ya. Iba vestida completamente de rosa, con un traje de raso que llevaba algo de vuelo, como los vestidos de las princesas de los cuentos. Era precioso, el más bonito de todos. Las demás bailarinas llevábamos el mismo traje, con la variante del color, verde chillón en la falda y rosa en el cuerpo, con el mismo vuelo, eso si, que el de Elisa.
Estuvimos ensayando durante días, lo recordaré toda la vida, hasta que aquel baile nos salió perfectamente bien. Nuestra ilusión iba en aumento conforme se acercaba el día de la función, como la ilusión de las bailarinas de verdad, que están a punto de debutar. Los nervios hacían presa en nosotras ante la inminente función sobre el escenario. Nuestras madres, que nos cosían los vestidos, trabajaban sin descanso para que no faltara el más mínimo detalle. Nosotras las mirábamos inquietas, asegurándonos de que aquel vestido nos quedara perfecto, encajado a nuestros pequeños cuerpos (no tendríamos mas de siete años).
Recuerdo que todas las noches, antes de acostarme, soñaba con aquel baile e imaginaba que el príncipe de algún cuento me sacaba a bailar y todos se me quedaban mirando pensando, que era una niña afortunada. Pero luego pensaba que si nos viera algún príncipe, seguro que sacaría a bailar a Elisa, que era la más guapa y la que llevaba el vestido más bonito. Por algo era la protagonista. A veces, cuando pienso en aquello, me parece como si hubiera sido premonitorio, porque nunca en la vida he desempeñado el papel de protagonista, nunca he resaltado ni por guapa, ni por inteligente, ni por todo lo contrario, siempre he sido, como me decía mi madre, (seguramente para que no me estallara el ego), del montón.
Y tengo que reconocer, que en un tiempo le tuve envidia a Elisa por hacer el papel de protagonista, hasta que un día, la víspera de la función pasó algo inesperado y no me hubiera gustado estar dentro de su piel. La madre de Elisa vino llorando a casa por la mañana con el vestido rosa lleno de tijeretazos, completamente destrozado. Nos contó que su marido, lo había roto para que Elisa no pudiera ir al baile, como castigo por algo. Ella sabía que mi madre era modista, aunque nunca llegó a coser para gente de fuera (ya tenía bastante con coser para mis ocho hermanos y para mi) y le preguntó que si podía ayudarla. Mi madre, que era la mejor persona que conozco, le dijo que la ayudaría encantada, que no se preocupara. Así que le dijo que comprara más tela rosa y que se la llevara a casa por la tarde. Aquella noche ambas madres la pasaron cosiendo, para que Elisa pudiera bailar al día siguiente. Por la mañana cuando me levanté y supe que el vestido estaba terminado, me parecía un milagro. Aquella tarde hicimos la función con gran éxito, todo hay que decirlo y Elisa fue la niña más feliz del mundo. Lo que no recuerdo es cómo reaccionaria su padre al saberlo, ni recuerdo si llegó a asistir a la función, supongo que no.
Aquel día tuve a mi madre por una heroína y disfruté de aquella función, como si hubiera sido la bailarina principal, porque cuando veía bailar a Elisa, recordaba lo del vestido y me enorgullecía, porque gracias a mi madre ella podía bailar aquella tarde. Muchas veces desde entonces he recordado este suceso y aunque no he vuelto a ver a Elisa, me pregunto si habrá conseguido triunfar en la vida, como aquella tarde, cuando bailó el rigodón y fue la más bonita de todo el baile. Elisa es un nombre figurado, porque no recuedo su nombre real, pero seguro que si leyera esto sabría que me refiero a ella. La escuela en la que se hizo la función se llamaba "La Inmaculada" y estaba en la calle Arias de Zaragoza. La profesoras Conchita, Mary Carmen y Cándida seguro que recuerdan todavía esto que acabo de contar.
3 comentarios:
La calle Arias sigue existiendo, no así el colegio.
Las madres no solamente ayudan a sus hijos, lo hacen con todas las personas que tienen a su alrededor.
Sofi, te quedaste sin tu príncipe azul, pero ganaste a una heroína, aunque seguro que ya lo era para tí.
Un abrazo.
Yo también tuve una Elisa en mi cole. Y una función en la que ella era la princesa. Y yo también he ido viendo cómo con el paso de los años muchas princesas han brillado y eclipsado mis destellos. Ni siquiera la madurez que te dan los años ha conseguido que todo esto deje de importarme.
Me has hecho recordar mis funciones en el colegio. Todos los años hacíamos un par de ellas y yo siempre quería participar. Así que aunque mis dotes de actor no eran excesivas, el entusiasmo en aprenderte el papel, hacer el decorado y demás, nos producía mucha satisfacción y nerviosismo. al final lo mś importante era ver la cara de tus padres para los que su niño era el que mejor lo había hecho.
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